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del

75 años y nada

Hiroshima vivió el infierno de un hongo nuclear
Foto: Hiroshima: 75 años después las cicatrices siguen ahí; sin embargo, las lecciones empiezan a borrarse y las causas del encono global y nacional renacen. Foto: Ezequiel González Matus

Hace exactamente 75 años la humanidad decidió atacar a la humanidad con la fuerza de la división del átomo. Hiroshima vivió el infierno de un hongo nuclear a las 8:15 am del 6 de agosto de 1945. Después de la primera explosión atómica era de esperarse que el mundo sería otro, esa predicción era obvia, pero no por ella resultó cierta. 

La llegada de la era nuclear dio origen a una utopía y su respectiva distopía. La utopía era un mundo que dispondría de energía ilimitada, prosperando sin par y con gobiernos globales integrados por los mejores y los más brillantes. El 2020 sería algo similar a Star Trek o los Supersónicos. La distopía era más obvia y cruel, nos esperaba la tercera guerra mundial y su invierno nuclear a la vuelta de la esquina. La realidad fue mucho más pueril. El mundo siguió siendo básicamente el mismo. 

Claro que hubo épocas de prosperidad, democratización, internacionalismo e instituciones avocadas a objetivos superiores. Por supuesto que siguieron los viajes al espacio, la vacunación universal y el internet. Sin embargo, al concluir la vuelta de la rueda, las condiciones que condujeron a la hecatombe de 1945 ahí siguen. 

Entre las primeras potencias militares y económicas del mundo siguen dominando los hombres fuertes, dije hombres, porque las mujeres siguen sin estar. De hecho la democracia continúa brillando por su ausencia en China y Rusia. Del mismo modo, como en el inicio de aquella época bélica, Estados Unidos de nuevo se desgarra entre las tendencias imperialistas en su relación con  otros países y el aislacionismo absoluto al momento de asumir responsabilidades globales. De hecho, en el coloso del norte las cosas son peores hoy que hace 75 años, con la presencia de Donald Trump en la Casa Blanca y la crisis existencial que él ha traído para la democracia norteamericana. 

En ese mismo rumbo, uno puede explicar el camino a Hiroshima en gran parte por la crisis de 1929, la llegada de los populistas carismáticos al poder en Europa y la lucha por el control del Pacífico, su comercio y sus recursos. 75 años después regresamos a ese ruta. Una crisis económica equiparable o superior a la legendaria “Gran Depresión”, la llegada del populismo a naciones europeas y el desencanto de las masas con los gobiernos profesionales. Ahí está de nuevo Inglaterra fuera de Europa y el sentimiento antiinmigrante germinado en el viejo continente arropado por la voz de gobiernos del encono. 

La lucha por el control del Pacífico es casi un espejo de los años 30. Esta vez no es un Japón imperial intentando desmembrar a China; del otro lado del espejo la nación de la gran muralla reclama ahora, de forma cada vez más asertiva, su supremacía en esa parte del globo terráqueo y es Japón quien ve una negra sombra expansionista. Tal y como ocurrió en las raíces que llevaron al hongo nuclear, el nuevo poder chino en el Pacífico -como el japonés en su tiempo- ve en Estados Unidos un rival estratégico. Demasiados paralelismos para ser casualidad. 

Medio Oriente sigue siendo el polvorín de hace siete décadas y media, con naciones fallidas que hacen fila. El boom petrolero empieza a quedar atrás y los petro-estados no construyeron instituciones reales y, peor aún, parece que su futuro es tan complicado como en la era pre-atómica. Egipto es de nuevo el gigante enfermo de la región, sin recursos, mal gobernado, autoritario, con un río Nilo que palidece entre sequías y presas. Atrás quedó el nacionalismo panárabe y su impulso modernizador, de nuevo pululan las luchas tribales y sectarias. 

Hasta en México, a pesar que fuimos protagonistas irrelevantes de esa historia colosal, de nuevo estamos en el mismo punto de la rueda. La reinstauración del presidencialismo y tal vez la recreación del maximato moral envuelto en supuestos deseos populares. Presenciamos el regreso al modelo de una economía nacionalista, que insiste en las industrias endémicas y que concibe al comercio global cómo un cordón umbilical que por el momento no se puede cortar. El México de las últimas siete décadas se agotó y devoró a sí mismo; como consecuencia, parece que el plan es regresar a la coyuntura de 1934. 

Como en 1945, el peronismo es de nuevo la fuerza dominante en Argentina. Es casi irónico que en esa época Juan Domingo Perón haya sido la irresistible fuerza política naciente que convocaba marchas de cientos de miles, y hoy la mujer que reclama ser la encarnación más directa de esa tradición, Cristina Kirchner, sea la vicepresidenta con un horizonte de poder enorme en puerta. Hasta en eso, en la más pura tradición del tango, uno podría decir que “75 años no es nada”. 

Los ejemplos podrían seguir y seguir, especialmente en temas de derechos civiles, discriminación racial y la igualdad para la mujer. Han pasado 75 años, dos explosiones nucleares -la de Nagasaki vendría el 9 de agosto- y pareciera que no ha pasado nada. De nuevo hay marchas con antorchas, países por reconstruir tras bombardeos masivos y millones dando la espalda a la razón y la ciencia. Ojalá los meses por venir demuestren que este 2020 no es de nuevo 1936 o un 1939 en un franco camino hacia un repetido 1940 y 1945. Las señales ahí están, para preocuparse o tener esperanza. Nos toca hacer nuestra parte. 

Al ver explotar la bomba, uno de los tripulantes del avión a cargo de la misión -el famoso o infame bombardero Enola Gay- escribió en sus notas: “Dios mío, qué hemos hecho”. Hoy, viendo desde el avión de la historia, básicamente podríamos asomarnos por la ventanilla de la vida y decir “Dios mío, qué hemos hecho con las duras lecciones de la guerra y 75 años de tiempo”. La historia llama de nuevo a nuestra puerta. Ojalá escribamos algo distinto y, sobre todo, mejor. Ahí están las utopías que se nos fueron en el absurdo de un mundo que no aprende. 

  

Edición: Enrique Álvarez


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