Opinión
La Jornada Maya
15/12/2025 | Mérida, Yucatán
Desde principios de noviembre, el gobierno de Estados Unidos, encabezado por Donald Trump, puso en la agenda bilateral el Tratado de Aguas suscrito con México en 1994. Fiel a su estilo, el magnate que ocupa la Casa Blanca amenazó con la aplicación de un arancel de 5 por ciento a las mercancías mexicanas si no se cumplía con la entrega de más de mil millones de metros cúbicos de agua del río Bravo, pendientes de los últimos cinco años.
Durante el fin de semana se llegó a un acuerdo que facilita la convivencia entre ambos países, mediante el cual México liberará poco menos de 250 mil millones de metros cúbicos de agua desde este lunes, los cuales serán entregados periódicamente hasta el 31 de enero de 2026.
El acuerdo alcanzado es en realidad el establecimiento de plazos para revisar la capacidad de cada país para entregar la cantidad comprometida en el Tratado de 1944. Esto es más una cuestión de contraloría conjunta que de declaraciones de bancarrota en materia hidráulica, pues la obligación contemplada en el Tratado es un mero intercambio entre cuencas: Estados Unidos destina cada año mil 850 millones de metros cúbicos del río Colorado y México hace lo propio con 432 millones de metros cúbicos del Bravo.
A esto vino la aclaración que hizo la presidenta Claudia Sheinbaum en su conferencia de este lunes, en la cual indicó que el entendimiento alcanzado el fin de semana no compromete más agua de la que se acordó en 1944, y menos aquella con la que no se cuente.
En su momento, Trump justificó la amenaza de imponer aranceles porque el atraso de México, al que denominó “violación”, “perjudica gravemente nuestras hermosas cosechas y nuestro ganado en Texas”. Lo que no mencionó fue que el mismo acuerdo de 1944 menciona las causas por las cuales puede entregarse menos agua en un año, y esto aplica para ambos países. Ahora, con toda franqueza, el cambio climático cuya existencia niega Trump, afecta la cuenca de los tres ríos implicados en el intercambio acuífero, pues también está el Conchos; de manera que también Estados Unidos ha tenido ciclos en los que no alcanza a cubrir la cuota fijada.
Pero lo realmente importante es que la diplomacia mexicana continúa realizando un muy buen oficio. Ni México se ha comprometido a entregar más agua de la que se estableció hace ya más de 80 años, ni se aplicará el manido arancel. Así pues, nadie cedió a ninguna presión. Los equipos negociadores entienden mejor que, si un año no llueve, no quiere decir que al siguiente caerá tanta agua que se podría cumplir con lo acordado e incluso saldar lo del periodo previo.
Y lo más afortunado es que se haya pactado la revisión quinquenal del Tratado de Aguas, porque esto permitirá traer a la mesa estudios sobre el comportamiento de las lluvias e igualmente del grado de contaminación de los caudales, en un momento dado. Incluso debe forzar a ambos gobiernos a establecer la vigilancia continua de las cuentas con el fin de detectar la construcción de canales no autorizados; algo que de todas formas, en el caso mexicano, debe hacerse con el fin de fortalecer la aplicación de la Ley de Aguas recientemente reformada, lo que a su vez debe reflejarse en mejores condiciones de trabajo para la Comisión Nacional del Agua.
El entendimiento que se alcanzó el fin de semana es todavía un ejercicio para la diplomacia mexicana, ahora que viene la revisión del T-MEC, en 2026. Si bien este tratado tiene otra finalidad y en apariencia va contra los intereses de Trump, lo cierto es que dado el entrelazamiento entre las economías de Canadá, México y Estados Unidos es ya muy difícil salirse de él, aunque no imposible; todo dependerá de los ánimos de Washington.
Edición: Estefanía Cardeña
