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El hurto es azul (o Dispararse al pie)

Hoy la Máquina no tiene estadio, su presidente está inlocalizable y también se le fugó la vergüenza
Foto: Cuartoscuro

Durante años, los aficionados del Cruz Azul hemos buscado teorías e hipótesis para explicar por qué un equipo que obtuvo siete campeonatos en la década de los 70´s y pintaba con todo para superar a conjuntos como América y Guadalajara, únicamente ha levantado una sola vez más el trofeo del futbol mexicano en los torneos más recientes. Durante los últimos 40 años el proyecto se descarriló y en esta historia no ha figurado algún Héroe de Nacozari que salve al equipo de la ignominia.  

Las conjeturas para explicar los fracasos han sido muchas y variadas, desde un maleficio en la Ciudad Cooperativa de Tula, Hidalgo, hasta teorías de la conspiración para beneficiar a los clubes más poderosos del balompié nacional. Además, para alimentar estas hipótesis, en las últimas finales de la Máquina ha habido de todo: malos arbitrajes, penales no marcados, goles con la ingle del delantero rival y un tanto de último minuto del portero contrario.

Conclusiones inverosímiles que parecían no poderse superar respecto a la complejidad de su trama, hasta que nos enteramos que presuntamente la directiva cementera recibió cuantiosas sumas de dinero por perder partidos a propósito. Poco vale el espíritu deportivo cuando existe el consuelo de un jugoso cheque expedido por una aseguradora.  

Siempre resultó más fácil para el aficionado buscar respuestas y pretextos afuera del club que apostar por un ejercicio de introspección que arrojara luz a lo que se ha hecho mal por largo tiempo en el seno de la empresa cementera. En Cruz Azul, hace ya muchos, muchísimos años, que se olvidaron de la frase "Honor y lealtad a nuestra patria, valor y nobleza en el deporte", acuñada por Guillermo Álvarez Macías, quien estuvo al frente del Consejo de Administración de 1953 a 1976, justamente la mejor época deportiva del club.

Hoy, no hay honor ni lealtad en la institución; del mismo modo, han desaparecido el valor y la nobleza, lo que se refleja en vitrinas huérfanas de trofeos y medallas. En la última época el nombre del Cruz Azul figura más en demandas, contrademandas, litigios y pleitos en los tribunales, que en notas deportivas o crónicas de los últimos campeones. Incluso, de acuerdo con investigaciones periodísticas, han gastado en honorarios de abogados una cantidad que bien podrían haber invertido en la construcción de un nuevo estadio.

En efecto, hoy la Máquina no tiene estadio, su presidente está inlocalizable y también se le fugó la vergüenza. Mientras todo esto sucede, los jugadores del primer equipo aprovecharon sus días de descanso para viajar a la playa, en un momento en que los protocolos sanitarios indican mantenerse en casa y restringir las salidas sociales para evitar el aumento de contagios. Del mismo modo, en un operativo de la policía capitalina fue hallado el secretario particular del dueño del equipo intentando sacar dinero en efectivo y documentos confidenciales de las oficinas corporativas.

El problema no está en la cancha. Y si bien se intentó acabar con la malaria contratando nombres como los de Rubén Omar Romano, Tomás Boy, Sergio Markarián y Enrique Meza en el banquillo, hoy pareciera que requieren de la asesoría de personajes como Sherlock Holmes, Filiberto García o el “Zurdo” Mendieta para intentar limpiarse el rostro. De la ausencia de goles al exceso de auditorías contables. De la subcampeonitis a un padecimiento mayor. De las vueltas olímpicas a un escándalo mayúsculo.

Eso sí, debemos agradecer a la directiva por habernos brindado el verbo “cruzazulear”, un neologismo utilizado en el país y que alude a la acción de dejar escapar en los últimos minutos una victoria prácticamente segura. Mas el lenguaje, como toda construcción social, es flexible y renovable, por lo que no debería extrañarnos que en unos años utilicemos el mismo vocablo, “cruzazulear”, para referirnos a la acción de dejarse ganar a propósito y generar un despropósito.  

Dicen que lo que mal empieza, mal acaba.  

En la década de 1930 la Federación Mexicana de Futbol no le permitió a los entonces dueños del club registrar al equipo con el mote del Cruz Azul, ya que era un nombre comercial asociado ya a un producto específico. ¿Cuál fue la solución de la directiva? Fácil, cambiar el nombre de Ciudad Jasso por el de Ciudad Cooperativa Cruz Azul.  

Así, lo que inició con picardía terminó en maldición. 

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Edición: Elsa Torres


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