En esta emergencia sanitaria, en la que toda la población está en confinamiento, han surgido reacciones que ocasionan un encierro. En algunos casos, algunos han buscado entretenerse en ocupaciones ociosas; en otros, los demás encuentran la oportunidad de ensimismarse y reflexionar sobre diversos asuntos, ya sean personales o sociales o hasta filosóficos.
En otra dimensión, varios artistas dedican su tiempo a la creación. Mientras algunos escriben literatura sobre la pandemia y sus implicaciones, otros plasman imágenes que surgen de la enfermedad o sus consecuencias en la individualidad o la socialidad de las personas. Muchas veces, estas obras son creadas por el encierro necesario, en medio de la soledad o el ensimismamiento.
En el taller de Ariel Guzmán, el artista ha creado imágenes surgidas del ensimismamiento, que implica un recogimiento en la intimidad de uno mismo y que exige una abstracción del mundo externo para concentrarse en los propios pensamientos o sentimientos. En este embelesamiento, Ariel ha creado dos pinturas que en apariencia son iguales en su significado y que recrean su propia introspección.
En su primer cuadro, titulado Monólogo, el pintor recrea un discurso que construye, más para sí mismo, para otros que, aunque no están presentes, podrían entenderlo. En estricto apego al concepto de monólogo, que es en realidad una pieza de la dramaturgia, la pintura proyecta un acto más que una acción, un acto teatral en el que el protagonista se dirige a un público ausente y deja patentes sus reflexiones.
El segundo cuadro, de nombre Soliloquio, Ariel no busca emitir ningún discurso a nadie, aunque estén ausentes, sino que habla para sí mismo, en un completo desdoblamiento, en el que se ha puesto él mismo en ambos extremos. Esta situación le ha exigido recrear sus ideas para así, ajustar sus apreciaciones del pasado y actualizarlas o proyectar sus visiones del porvenir. Aquí, más que ser un acto, es una acción en la que simula decir algo de sí para sí; es una actividad estrictamente individual, donde no hay nadie más que él mismo.
De ahí que el cuadro Monólogo tenga que suceder en el día, para presentar un discurso diurno a los presentes virtuales. Es por ello que aparecen signos representativos de palabras y frases en medio del día y entre la presencia fantasmal de los ausentes. Además, el cuadro es un foro donde están los que no están y a quienes les dirige un discurso que discurre en el lienzo.
En cambio, la pintura Soliloquio proyecta un encierro de sí mismo, donde el ensimismado habla de sí para sí, y sin dirigirse a nadie más. En este cuadro, las palabras, todas monosilábicas, orbitan en el pensamiento del embelesado, y están en la absoluta oscuridad, que es el ambiente propicio para la auto reflexión. Sin embargo, los monosílabos brillan en la penumbra del encierro porque es de noche, que es el tiempo ideal para este tipo de cavilaciones.
Así, entre la luminosidad del escenario del monólogo y la oscuridad del aislamiento del soliloquio, Ariel Guzmán ha creado dos imágenes que denotan diálogo, ya sea ante un auditorio virtual o ante sí mismo. Pero con estas visiones también ha proyectado las consecuencias del confinamiento que ha exigido la epidemia del coronavirus. Lo que importa más es que, en ambas pinturas, hay la necesidad ineludible de comunicarse con los demás, aunque no esté nadie, o, por lo menos, consigo mismo.
Edición: Ana Ordaz
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