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Cuando Ermilio Abreu perdió los lentes

El taller del Abuelo Gottdiener
Foto: Alfredo Valadez

Ariel Avilés Marín

 

Al inicio de la década de los 70, el mágico taller de la 60 se vio pletórico de actividad. Una gran cantidad de familias acomodadas habían tomado gran aprecio por los muebles profusamente tallados que el Abuelo Gottdiener elaboraba. Además del taller de escultura, en las piezas traseras de la vieja casona estaba montado un taller de ebanistería muy completo y de ahí salían juegos de sala, comedores y recámaras muy completas. Los muebles de estilo renacentista y barroco eran los más solicitados, pero también se elaboraban, y con gran fidelidad, los estilo Luis XV y Luis XVI. 

Dos operarios asistían al Abuelo en estos menesteres, un par de Juanes: Juan Eriza, como carpintero; y Juan Hernández, como ebanista y tallador; ambos muy competentes, cada uno en lo suyo. Por ese tiempo también, el gobierno del estado, encargó al Abuelo los bustos de varios yucatecos célebres para ser colocados en sendos monumentos.

Poco a poco, el taller se fue llenando con los ensayos, en barro unos, y en plastilina los otros, de varios de los más famosos y trascendentes yucatecos. En un largo mueble de cajones y gavetas, se fueron alineando sobre bases giratorias de madera los retratos de estos distinguidos personajes que después de la jornada de trabajo eran cubiertos con toallas húmedas para que el calor no los alterara, sobre todo a los hechos con plastilina, tan dúctil a la temperatura ambiente que es cálida en nuestros lares. 

Manos que dan vida

Así, cada día que pasaba, la masa informe se iba transformando, para ir dando paso a las identidades, una a una. Cada tarde, al llegar al taller, me iba directo al mueble con los bustos enfilados para ir constatando los avances y cómo la vida iba fluyendo ya, en el barro y la plastilina. Muy pronto, amplias sonrisas, cejas fruncidas, agudas miradas, una inclinación lateral de cabeza, fueron poniendo los rasgos de identidad de los personajes retratados en la masa inerte, a la que las manos diestras del Abuelo iban poniendo vida y expresión cálida.

Entre estos célebres coterráneos que estaban siendo inmortalizados por el Abuelo, uno de los bustos más avanzados era el del más universal de los escritores yucatecos, el gran narrador Ermilo Abreu Gómez, el autor de la obra de la literatura yucateca más conocida universalmente: Canek. Además, Ermilo era el más profundo estudioso de la obra de la poeta mexicana más grande de todos los tiempos: Sor Juana Inés de la Cruz. 

Aquella tarde llegué al taller y me dispuse a preparar el café que sería servido en tazas de pirata, cómo mandaba el protocolo del lugar. Después, fui a la alacena por la gran bolsa de pistaches para servirlos generosamente en la fuente de porcelana de Dresde. Todo estaría listo para cuando empezara a llegar la plana mayor de los integrantes del “Aquelarre”, como todas las tardes, para iniciar y disfrutar la deliciosa tertulia, salpicada de las más variadas anécdotas que los miembros del grupo iban trayendo cada día.

No bien había asentado sobre la mesa de la reunión la fuente de pistaches, cuando sonaron golpes en la puerta de la calle. El Abuelo tenía las manos totalmente embarradas de barro, valga la redundancia, así que le dije: yo voy. Y me dirigí a la entrada del taller a abrir la puerta. Cuál no sería mi sorpresa, al toparme con Margarita Paz Paredes y Ermilo Abreu Gómez parados en la puerta de la calle. Ermilo me sonrió ampliamente y me dijo: “¡Qué sorpresa encontrarte aquí!”. Margarita y Ermilo eran presencia muy conocida en mi casa, mi padre y Ermilo guardaban una estrecha amistad, así que cada vez que ellos venían a Mérida era infalible la salida a cenar de mis padres al Restaurante Siqueff, entonces enclavado en el antiguo barrio de Santiago, por lo cual me conocían e identificaban plenamente. 

La pareja de escritores se había apersonado al taller del Abuelo con el objeto de ver el avance del busto de Ermilo, que muy próximamente se colocaría en el parque de la Colonia Pensiones. Al Abuelo Gottdiener le gustaba que, antes de mandar cualquier retrato a fundición, el propio retratado o alguna persona muy allegada diera su visto bueno o hiciera cualquier observación.

Después de los reglamentarios abrazos y parabienes, pasamos a la sala de los bustos alineados en el largo mueble. El Abuelo retiró las húmedas toallas que cubrían el busto de Ermilo, dejando a la vista la espléndida obra de modelado que el Abuelo había ejecutado sobre el húmedo barro. Margarita dejó escapar un ¡Ah! de asombro y dijo: “Pero si sólo le falta fumar”, y dejó sonar una risa cristalina. Ermilo en cambio, permaneció callado y muy serio. Miró largo rato el busto, camino viéndolo desde varios ángulos, y finalmente dijo: “Enrique, tu trabajo es extraordinario, pero hay un detalle, no deseo ser recordado con lentes”. Nos viramos a ver con asombro. La figura de Ermilo, en todas sus fotografías, en sus retratos a lápiz o carboncillo, hasta en sus caricaturas, lo consigna siempre con sus lentes de grueso marco de pasta negra. “Pero si tus lentes son parte infalible de tu figura”, terció Margarita. “Es cierto –dijo Ermilo– pero no los uso por gusto, es más, me gustaría no tener que usarlos. Así que deseo que mi imagen sea recordada sin lentes”

“No se diga más”, dijo el Abuelo, y procedió a retirar los lentes del busto de Ermilo. “¿Qué te parece ahora?”, preguntó Gottdiener. “¡Ahora sí está perfecto! Puedes mandarlo a la fundición”, dijo Ermilo con una amplia sonrisa feliz.

La develación 

El busto fue develado en el parque de la Colonia Pensiones en septiembre de 1970, como un homenaje a Ermilo Abreu Gómez en un aniversario de su natalicio. Muchos de los asistentes a la ceremonia comentaron por lo bajo la ausencia de los lentes de Ermilo, tan característicos de su persona, algunos atribuyeron a Gottdiener la supuesta falla en la figura. Sólo el propio Ermilo, Margarita, el Abuelo Gottdiener y yo sabíamos la verdad de lo sucedido, de qué manera, Ermilo Abreu había perdido sus gruesos y característicos lentes. 

En el mes de julio del año siguiente, Ermilo se fue de este mundo. Su figura sigue mirándonos al pasar por el parque de la Colonia Pensiones. Seguramente Ermilo está muy feliz de ser recordado en efigie, sin los gruesos lentes de pasta negra, que lo caracterizaron toda la vida.

 

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