El estridente del nopal

Conocí la música de Rodrigo González gracias a la recomendación de un muy buen amigo, Sócrates Cruz. 

En ese entonces, Sócrates y yo trabajábamos en una de las Librerías Gandhi de Ciudad de México, la que se encuentra en Avenida Paseo de las Palmas. Ambos éramos jóvenes, aguerridos y, sobre todo, con cabello. Nuestra función consistía principalmente en encontrar las obras que nos solicitaban los clientes, teniendo muchas veces como única pista el posible color de la portada, el ancho del libro o alguna referencia demasiado vaga tipo: “es el texto que está transformando la literatura actual”.

Otra de nuestras responsabilidades, además del servicio y atención al cliente, consistía en catalogar los ejemplares que llegaban del almacén y apilar de manera estratégica los volúmenes en el piso de venta, en una especie de “feng shui mercadológico”. Lo de “manera estratégica” y “feng shui mercadológico” es un eufemismo para decir que los libros que estaban el lunes cerca de la ventana los movíamos los viernes al fondo de la tienda, y así sucesivamente cada semana. 

En fin, éramos irracionales. Como sólo nos daban media hora para comer, los domingos aprovechábamos para correr a alguna de las fondas ubicadas en una calle paralela, tomarnos una caguama cada uno y comprar gomitas de chile en el mercado que se instalaba los fines de semana. Éramos impulsivos. Recuerdo una vez que Sócrates se me acercó y me dijo, con voz firme: “Es momento de darle un vuelco radical a mi vida”. Y tomó la decisión de renunciar y comenzar a laborar en el Mixup que recién abría sus puertas a dos locales de la librería.

Un viernes, cuando ya me iba de la tienda, Sócrates, a quien mi hermano se refiere como Sófocles y mi hija Natalia simplemente como El Griego, me prestó un casete llamado Hurbanistorias, del buen Rockdrigo González. A la fecha, casi 20 años después, dos canciones de esta grabación aún forman parte de mi lista musical: El campeón y Rock en Vivo.

La primera rola contiene una frase que recuerdo y repito cada que algo no resulta como yo esperaba: “Si alguna vez has estado al revés / sabrás ya bien a que huelen tus pies.” La segunda, de la que El Haragán hace una magnífica versión en el disco tributo de 2003, se me quedó grabada, por alguna razón, desde la primera vez que le di play. Sólo que de la profundidad de sus palabras me daría cuenta más adelante.

El lunes siguiente, después de escuchar varias veces la cinta, le solicité más información a Sócrates respecto a Rockdrigo. Me comentó que lo conocían como el Profeta del Nopal, que había escrito un Manifiesto Rupestre, que de manera inverosímil tenía un amigo llamado Gonzalo Rodríguez, que era lo más cercano que habíamos estado de tener a nuestro Dylan y que había fallecido en el terremoto del 85. 

Transcurrieron unos años. Me inscribí a la carrera y en una clase de literatura mexicana abordamos el tema de las vanguardias, poniendo especial énfasis en el estridentismo, ese movimiento artístico nacional iniciado a principios del siglo pasado y que en su Manifiesto Estridentista de 1923 proclamaba: “¡Viva el Mole de Guajolote!”

De los autores que integraban dicho colectivo, un poema en especial me llamó la atención, Prisma de Manuel Maples Arce:

Yo soy un punto muerto en medio de la hora,

equidistante al grito náufrago de una estrella.

Un parque de manubrio se engarrota en la sombra,

y la luna sin cuerda

me oprime en las vidrieras.

En ese momento fue cuando la rola, las rolas, de Rockdrigo, adquirieron un nuevo matiz. Porque pude ver que él continuaba la tradición estridentista. Primero, a través de su Manifiesto Rupestre de 1983, en el cual señaló:

“Se trata solamente de un membrete que se cuelgan todos aquellos que no están muy guapos, ni tienen voz de tenor, ni componen como las grandes cimas de la sabiduría estética o (lo peor) no tienen un equipo electrónico sofisticado lleno de “sinters” y efectos muy locos que apantallen al primer despistado que se les ponga enfrente.”

Y segundo, por los vasos comunicantes que hay con los versos de ese movimiento que hace 100 años irrumpió en nuestra República de las Letras con la intención de “apagar el sol de un sombrerazo”. Así, la canción de Rock en Vivo dice:

No falta nada

en la estructura de smog.

Dos zapatos viejos

y las caras oxidadas.

Las máquinas rugen feroces

sobre Antonio Caso.

Sombras que entran y salen

oliendo a cerveza.

Y podemos encontrar más ejemplos de estos paralelismos entre el Profeta del Nopal y el estridentismo en rolas como Los Intelectuales, en la que se hace mofa de este concepto al igual que en el segundo manifiesto estridentista, al compás de la música del cogote o “túnel de la cantada”. 

O en Tiempo de Híbridos y su interesante, por decirlo de algún modo, uso de sustantivos y adjetivos, o en el “rolononón” No tengo tiempo, de la cual recientemente se refirió el escritor Juan Pablo Villalobos como la mejor letra de la historia del rock mexicano.

En fin, aunque no hay manera de regresar la cinta, 35 años después las rolas de Rockdrigo aún le siguen “mentando la madre a lo cotidiano” y suenan como “becerros en un examen final del conservatorio”.

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Edición: Emilio Gómez