Con el grave recrudecimiento de la pandemia de COVID-19, diversas naciones europeas en las que se pensaba que lo peor ya había pasado se han visto obligadas a restablecer medidas de distanciamiento social y confinamiento.
Sin duda, la situación más grave se tiene ahora en España, donde el gobierno estableció toque de queda en todas las ciudades del país –a partir de ayer y hasta el 9 de mayo del año próximo– con el fin de contener el descontrolado rebrote que se suscitó luego del desconfinamiento.
Lo ocurrido en esa nación, así como en Francia, Alemania, Gran Bretaña y otras naciones del Viejo Continente, hace pensar que el relajamiento de las disposiciones para la atenuación de los contagios conlleva de manera inevitable a reactivación de los mismos, en algún grado.
El caso español es en especial grave, debido al número de infecciones y por la angustiosa saturación hospitalaria, circunstancia, esta última, que se da también en algunas urbes francesas.
El toque de queda tiene la finalidad de restringir de manera severa la vida nocturna –restaurantes, bares, fiestas–, un distintivo cultural de las ciudades de España en la que guardar la distancia social se convierte en prácticamente imposible, y disminuir de esa manera los contactos interpersonales, lo cual parece ser, en consecuencia, una decisión atinada.
Con relación al retorno de las situaciones de saturación en los hospitales, resulta exasperante que el país ibérico, que se preciaba de tener uno de los más sólidos sistemas de salud pública del mundo, se enfrente a una situación provocada por las políticas privatizadoras de gobiernos anteriores que desmantelaron buena parte de ese sistema.
Más allá de la emergencia sanitaria, los rebrotes europeos se prevén desastrosos para economías que se encontraban ya muy debilitadas a consecuencia de las medidas de confinamiento adoptadas durante el primer semestre de este año con el fin de minimizar los contagios, y sus efectos más devastadores recaerán en las personas más vulnerables: desempleados, personas sin hogar o indocumentados. En tales circunstancias, cabe esperar que el gobierno que encabeza el socialista Pedro Sánchez sea capaz de aplicar una política social de emergencia para dar alguna cobertura a tales sectores.
Es por demás necesario que la sociedad mexicana se vea en el espejo de la española, maximice las medidas para prevenir las infecciones y evite, así, que los rebrotes que ya se registran en nuestro país lleguen a niveles de descontrol que nos hagan retroceder a la angustiosa situación que se vivió a mediados de año. La epidemia, como está más que visto, dista mucho de haber sido superada.
Edición: Ana Ordaz
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