Judo, la historia no contada

 Jaquelyn Rosado Puerto / Elisa Zúñiga Arellano, segundo Dan en judo

El 28 de octubre se celebra el Día Mundial del Judo, un arte marcial de origen japonés, fundado por Jigoro Kano, quien adaptó diferentes técnicas de las artes marciales existentes y creó la primera escuela de judo en 1882, a la que nombró Kodokan. La base de este deporte es utilizar la fuerza del contrincante en beneficio propio, es decir, el mínimo de fuerza con la máxima eficacia. Kano era un hombre de complexión delgada y baja estatura, por lo cual diseñó un arte marcial que le permitiera convertir las desventajas en fortalezas y que cualquier persona pudiera aprender y defenderse.

Esta disciplina fue ampliamente aceptada y difundida, y las mujeres comenzaron a  interesarse por aprenderla. La Kodokan ofrecía un espacio para la práctica de mujeres. Sin embargo, solamente se les permitía aprender las técnicas y presentarlas en katas, pero no a entrenar para competir en combates o “randoris”, como lo hacían los hombres. Esto porque se consideraba que podría dejarles secuelas negativas que comprometerían su capacidad de procrear.

Con el paso del tiempo, los estudiantes de la Kodokan fueron encomendados con la misión de viajar por el mundo para difundir este nuevo deporte, cuyas bases primordiales eran el respeto y la cortesía. De esta manera el judo llega a occidente.

En 1955, la joven Rena Glickman conocería el judo en Brooklyn, Nueva York, su barrio natal, por invitación de un amigo. Desde entonces se convertiría en una gran competidora, dedicada a entrenar con pasión, ganándose el respeto de sus compañeros y senseis.

En 1959 se llevaría a cabo el campeonato de la Asociación Cristiana de Hombres Jóvenes YMCA, por sus siglas en inglés, y su entrenador la invitaría a participar como suplente en caso de que alguno de sus compañeros se lesionara. En el registro no se solicitaba el sexo de quienes participaban. Rena se inscribió al torneo con el cabello corto y el busto vendado para pasar desapercibida, escribiendo sólo la inicial de su nombre junto a su apellido. Durante el torneo, uno de sus compañeros se lesionó y, al no poder continuar, Rena entró en combate. Su entrenador le sugirió mantenerse tranquila y terminar la pelea sin puntos. Pero al pisar el tatami e iniciar el combate, ella dominó a su contrincante, con lo que contribuyó a la victoria de su equipo.

La felicidad duró unos breves momentos, pues uno de los organizadores se acercó a Rena después de la premiación y le preguntó si era mujer. Ella asintió y le exigieron renunciar a la medalla o de lo contrario descalificarían a todo su equipo. Ella entregó su medalla.

Después de esta amarga experiencia, Rena se prometió volver la práctica del judo más equitativa, por lo que decidió viajar a Japón y ahí logró combates mixtos. Durante su estancia en Japón fue ascendida a segundo Dan y conoció a quien sería su esposo, Ryohei Kanokogi, con quien regresaría a Estados Unidos para seguir su camino en el judo ahora como entrenadora y organizadora de torneos y campeonatos para mujeres.

En 1980 hipotecó su casa para poder organizar el primer campeonato mundial de judo para  mujeres en el Madison Square Garden, logrando que la rama femenil se visibilizara a nivel internacional. En 1988 solicitó la inclusión de las judokas en los Juegos Olímpicos, lo cual se dio en 1992 en las Olimpiadas de Barcelona.

Finalmente, en agosto del 2009, esta gran mujer, entrenadora y promotora del judo femenil, obtuvo de vuelta aquella primera medalla que merecidamente había ganado en 1959, cuyo brillo aún resplandece para recordarnos que la igualdad de género no es un capricho, sino justicia que se obtiene con coraje y perseverancia.

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Edición: Ana Ordaz