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Por qué sí a la cultura

El avance de las vacunas es un signo de esperanza
Foto: Fernando Eloy

Felipe Ahumada Vasconcelos

La inteligencia y la voluntad son fuerzas capaces de convertir las crisis en más de una oportunidad, la fatalidad es un grave signo de esta inesperada y brutal circunstancia que nos ha tocado afrontar, las pérdidas que ha causado la pandemia que aún nos asolan, no debe sin embargo arredrarnos y permitir que ocurra también lo que es posible evitar.

En medio del desconcierto, con el avance de las vacunas, comenzamos a ver signos de esperanza en lo que toca a la causa de tanto mal, hay sin embargo, muchos otros frentes en la batalla que debemos dar.

Están en juego no solo la salud, el medio ambiente, la economía y el bienestar social, sino también la definición de lo humano, el sentido de la vida y la esencia misma de la misión de la humanidad.

El desarrollo sustentable, es decir, el desarrollo que satisface las demandas actuales sin poner en riesgo el futuro de las sociedades se fundamenta en cuatro pilares: crecimiento económico, inclusión social, equilibrio medioambiental y valores culturales.

Sin tener en cuenta la dimensión cultural, la humanidad estaría condenada a vivir en un mundo distópico como el planteado por Aldous Huxley en donde la química modela el perfil de “felicidad” o la sociedad propuesta por Burrhus Frederic Skinner en Walden Dos, que parte de la negación de la conciencia, el pensamiento, la emoción y todo aquello que no sea el condicionamiento de la conducta como resultado del diseño en la administración de premios y castigos.

La cultura es lo que diferencia a la especie humana del resto de los animales, nuestra única aspiración sin cultura sería alcanzar la precisa monotonía de las hormigas o la esclavizada disciplina de las abejas; sin música, sin trova, sin teatro, sin memoria histórica, sin bibliotecas ni lectura… en una palabra, sin futuro.

Desde un punto de vista pragmático, la discusión del presupuesto asignado a la cultura debe tener en cuenta el valor a corto y largo plazo de los bienes culturales y su potencial aportación a la economía, así como la permanencia de los proyectos políticos que finalmente no podrían sostenerse de espaldas a la identidad de los pueblos que gobiernan.

Frente a la crisis económica se requieren soluciones creativas, innovadoras; recortar presupuestos no es una respuesta, es una reacción contraproducente de corto plazo que a la larga solo agrava la situación crítica que ya vivimos.

Más que reducir las partidas conviene asignar los recursos y las responsabilidades en una forma equitativa que comprometa a los actores que conforman la trama cultural: los gobiernos en sus tres órdenes; los públicos; los creadores y los agentes culturales del ámbito privado que, a cambio de un bien ganado prestigio y un justo estímulo fiscal, destinen recursos al sostenimiento de los bienes culturales y a la creación artística.

Urge revertir la tendencia que pretende “tapar el sol con un dedo” y reducir el espíritu a su mínima expresión.

La cultura es la esencia de lo humano y la identidad de los pueblos.

 

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Edición: Elsa Torres


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