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La magia de Woody Allen

Leer los tiempos
Foto: Reuters

Año tras año, desde que lo descubrí como un genio, he estado a la espera de la nueva película de Woody Allen que, con sus altibajos, siempre he agradecido. Este año tan escabroso en todos los sentidos, con lo que me he encontrado ha sido con un libro, A propósito de nada (Alianza Editorial, 2020), que es Woody Allen en estado puro.

Muy pronto, y desde la misma esencia de su humor que es el autoescarnio, nos avisa: “están leyendo la autobiografía de un analfabeto misántropo que adoraba a los gangsters, un solitario inculto que se sentaba delante de un espejo de tres caras a practicar con una baraja para poder sacar un as que fuera imposible de ver desde ningún ángulo y llevarse todo el dinero”.

Pero es mucho más que eso. Al hablar de sí mismo desde la infancia, el libro se vuelve un homenaje a ese humor neoyorquino que nos llega de los comediantes de bar que han ocupado los pequeños espacios de escenarios en que los ponen literalmente contra la pared, para hacer stand up, ante el público más difícil, el formado por borrachos que o se desternillan de risa o insultan, chiflan y lanzan botellas vacías a quien se atreva a robar su atención sin tener gracia.

En esos sitios se hizo mago Woody Allen y en esos sitios triunfó. Ahí pulió su innata capacidad para el auto escarnio que es igual al instinto de sobrevivencia que ha dominado como nadie. Su libro rezuma ese humor de quien sabe bien que reírse de sí mismo resulta en proporción directa a la posibilidad para reírse del respetable y sacarle el dinero con su magia, que requiere tanta inteligencia como chispa y trabajo.  

Como quien no quiere la cosa, Allen se va mostrando como un superdotado y nos permite asomar a ese mundo en el cual muy pocos triunfan. Pero ahí triunfó y dio el paso al cine con la primera cinta que dirigió y actuó con guion suyo: Take the Money and Run, de 1969. Después vienen sus fracasos en el amor. Ligar es el combustible para el humor y fracasar es su alimento.  

Sin desperdicio, el libro llega a las partes desagradables, las que se refieren al escándalo que ha enfrentado tras la acusación de incesto y abuso de menores por parte de su hija biológica Dylan, con el apoyo de su otro hijo biológico Ronan (lo cual lo ha lastimado profundamente) que, montados en la cresta de las olas del “me too” y del “yo-sí-te-creó”, han sometido a Allen a un juicio mediático con condena capital que no corresponde a ningún juicio ni mucho menos condena que haya existido en realidad.

Para dejar atrás ese tema tan desagradable, sólo traslado unos cuantos apuntes sobre datos que yo ignoraba o que entendía mal. Nunca estuvieron casados ni vivieron juntos Mia Farrow y Woody Allen, excepto en vacaciones. Él nunca fue a juicio por ninguna acusación de pederastia o incesto. Sólo hubo un juicio civil por el derecho de ver a sus hijos biológicos, Dylan y Ronan, el cual ganó. Lo más oscuro sobre la conducta de Mia no lo escribe Allen: el comediante remite al blog de Moses, hijo adoptivo de ella y Andre Previn. Su actual esposa no era menor de edad cuando se conocieron ni fue nunca hija adoptiva suya. Por último anoto que Allen reconoce la importancia que tiene el “me too” pero subraya que nunca ha sido acusado por nadie salvo por sus dos hijos biológicos con Farrow.

El caso ocupa más de la cuarta parte de A propósito de nada. Todo lo demás me parece que debe leerse como la cátedra magistral de un gran mago. Con sus filias, fobias e hipocondrías. La historia de un comediante extraordinario, cineasta genial, de más de ochenta años, cuyas memorias son deliciosas porque, además, es un escritor de gran calidad.

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Edición: Ana Ordaz


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