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Las enseñanzas de la pandemia

Gobernanza y COVID en Yucatán
Foto: ORGA

El año 2020 pasará a la historia como uno de los más trágicos para la humanidad.  Al momento de suscribir estás líneas se contabilizaban más de 1 millón 630 mil muertes en el mundo y más de 73 millones 400 mil casos. El caso de México es significativo si pensamos que ya se suman alrededor de 130 mil muertes estimadas y un millón y medio de contagios. Para Yucatán los números parecieran no ser tan alarmantes como otros estados de la república mexicana. Se trata de casi 63 mil casos sospechosos y 2 mil 800 muertos, según datos del gobierno estatal. Sin embargo, no podemos dejar de observar que se trata de una tragedia mayor. Para cualquier sociedad, un número tan elevado de muertos y contagios genera crisis. 

Pero crisis es sinónimo de oportunidad también. La crisis económica, social, política y cultural, ha traído cambios profundos en las sociedades. Yucatán puede servir como buen ejemplo de ello. 

En la Península, la pandemia vino acompañada del año más activo en su historia de fenómenos meteorológicos, alrededor de 31 tormentas tropicales, depresiones tropicales, ciclones y huracanes, golpearon a Yucatán en un espacio de escasos seis meses. Situación que terminó por poner a prueba a autoridades y gobierno por igual. Sobresalieron Cristóbal, Gamma, Delta y Zeta que pegaron en plena pandemia, llevando al límite una situación nunca antes vista. No sólo Yucatán, sino la Península en su totalidad, junto al hermano estado de Tabasco se vieron fuertemente afectados por el conjunto de estas dos variables: pandemia y temporada de huracanes. 

En Yucatán, tanto las autoridades como un alto porcentaje de la población, cuentan con la experiencia y expertise para afrontar de manera pertinente los fenómenos meteorológicos y ahí, desde el ORGA, logramos percibir grandes muestras de solidaridad entre ciudadanos y población en general. 

El paso de Cristóbal para muchos de nosotros fue apabullante. La lluvia que suele caer a lo largo de un año, sucedió en escasos cuatro días. Inundaciones en todo el estado; goteras y encharcamientos en prácticamente todas las casas, cortes en la electricidad, árboles caídos, caminos y carreteras intransitables, pero afortunadamente un número muy menor de víctimas humanas (1), siempre lamentable. Aun así, Cristóbal dejo miles de damnificados en el Sur y Oriente del estado arrasando paralelamente con 85 por ciento de la agricultura del estado. Las autoridades calcularon en 4 mil millones de pesos las pérdidas. 

La tormenta tropical Cristóbal pasó cuando no dimensionábamos aún el tamaño e impacto de la pandemia, cuando todavía no terminábamos por asimilar que se trataba de un maratón y no de una carrera de velocidad de 100 metros. Quizás fue por ello que las llegadas de Gamma y Delta despertaron muchos temores, generaron un estado de alerta mayor. Si Cristóbal había impactado de tal manera, Gamma y Delta se anunciaban como eventos de proporciones inmensas, que incluso podrían interactuar. 

En el intervalo entre Cristóbal y la llegada de Gamma y Delta tomaron visibilidad muchas de las iniciativas ciudadanas que mostraron la solidaridad necesaria en momentos de crisis. Personalmente recibí numerosas invitaciones para sumarme a varias iniciativas de sectores de la sociedad civil.  

Las autoridades estatales y municipales tomaron una serie de medidas para hacer frente a la contingencia meteorológica y sanitaria; entre estas medidas acudieron a la solidaridad social mediante la iniciativa “Mérida nos une” para coordinar el esfuerzo de una red de ciudadanos, empresariado local y nacional, así como académicos. Entre los colectivos participantes ha sobresalido el caso de “Apoyo Mutuo Mérida” (AMM).

AMM surgió desde las redes sociales ante la coyuntura de la pandemia en un estado históricamente desigual. Si bien en un inicio se planteó la ayuda mediante especie, sobre la marcha apostaron por ir creando ciudadanía mediante el apoyo solidario al tercer sector, es decir a la sociedad misma. AMM ha buscado crear vínculo social y comunidad a nivel local (cocinas comunitarias, huertos compartidos, cursos con especialistas para gestionar recursos naturales, etc.). 

Uno de los grandes triunfos indudables que ha tenido AMM es el haberse sabido posicionar como un interlocutor, de y desde las comunidades, con el gobierno. Pero este último también ha encontrado en AMM un actor para dialogar y ejercitarse empíricamente en términos de gobernanza.

Así, 2020 termina como un año no para olvidar sino todo lo contrario, como un año de enseñanza para diversos actores sociales y en múltiples niveles. Es necesario que tanto gobierno como sociedad civil no olviden este año, sino que saquen sus propias conclusiones y aprendizajes de un momento sumamente complejo de nuestra historia, pero donde afortunadamente también emergieron fenómenos de solidaridad y creación de tejido social. Síganos en: https://www.instagram.com/orgacovid19/ 

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Edición: Elsa Torres


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