El asalto al Capitolio, para el movimiento trumpista y de extrema derecha racista que colma sus filas y las desborda, será sólo un momento en el camino al retorno al poder tras la derrota electoral de su líder, Donald Trump. Eso piensan.
Su irrupción en uno de los recintos sagrados del poder estadunidense (desacralizado este 6 de enero), será para muchos de ellos un momento fundacional –regado con sangre “mártir”- y el inicio del retorno, inclusive con mayor beligerancia y violencia, a la Casa Blanca.
Es decir, será, piensan y dicen, un repliegue estratégico, mientras continúa el bombardeo contra Biden, el partido Demócrata y las instituciones estadunidenses, desde las barricadas de las redes sociales y las trincheras armadas de las organizaciones de extrema derecha, como los Proud Boys y el supremacismo blanco.
Nadie dude que después de Trump, los Estados Unidos pueden erigir a otro presidente que haga palidecer el extremismo trumpiano, en los próximos años. Eso es lo que debería preocuparnos auténticamente, dada nuestra inmensa frontera, cercanía y extrema vulnerabilidad y dependencia con el gigante imperial, con su ejército desplegado en bases y flotas militares alrededor del planeta. Por lo pronto, veremos cómo le va al gobierno del políticamente correcto Joe Biden y su vicepresidente Kamala Harris, pero el camino que tienen enfrente no se antoja fácil y sí pleno de insidias que serán aprovechadas por quienes soplan en las llamas del movimiento soberanista gringo.
Eso sí, en el traspatio estadunidense, a contracorriente de lo que dicen comentaristas desde diversas trincheras mediáticas, la turba que asaltó el Capitolio en Washington este miércoles, tiene más que ver con Frena y quienes los financian, que con el movimiento obradorista, como algunos quisieran.
El extremismo violento, derechista y racista de Frena, está más emparentado con los trumpistas que con otra cosa, salvo el oscuro brebaje cocinado por la Coca Cola y los golpes militares y las asonadas orquestadas desde la Secretaría de Estado y el Pentágono; así como con las mentiras para justificar invasiones y guerras, sin olvidar los crímenes de guerra cometidos en nombre de la libertad y la democracia a lo largo de décadas, denunciados por Julian Assange, al que no quieren ver en México los que se dicen defensores de la libertad de prensa, y de las instituciones democráticas.
Forzar la comparación del trumpismo armado, racista y delirantemente supremacista con el movimiento lopezobradorista, parece buscar caldear el ambiente, precisamente, para el golpismo que algunos alientan desde las filas del “chairismo derechista” de nuestro país.
La polarización que padece México es alentada desde las filas de tirios y troyanos y su finalidad, como el discurso que lo alimenta, es crear las condiciones para controlar el Poder Legislativo a través del voto del presente año. En ese camino no importa que queden aplastadas las instituciones y la democracia que algunos pretenden representar. No importan las alianzas con criminales –como dijo el insigne panista Gustavo Madero- ni con los partidos del régimen autoritario y corrupto que ha devastado al país. El fin justifica los medios, dicen y, en ese camino, cada día se parecen más a los trumpianos que al tótem Biden.
@infolliteras
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