Maurice Audin

Tuvieron que pasar más de sesenta años para que un presidente francés, Emmanuel Macron, que no había nacido siquiera por aquellos tiempos, aceptara y pidiera perdón por las torturas y los asesinatos en la Guerra de Argelia, especialmente por la muerte del joven matemático comunista Maurice Audin, partidario de la independencia, a manos de soldados franceses. Cinco años antes se había publicado en Gallimard el libro de su hija Michèle Audin, Una vida breve (Editorial Periférica, 2020), que ahora conocemos en castellano.

La segunda mitad del siglo XX que suele considerarse como un medio siglo sin guerras no ha sido, sin embargo, un tiempo de paz para muchas regiones del mundo. Y continúa sin serlo hasta hoy a pesar de los esfuerzos de los pacifistas y de los dolorosos espectáculos que podemos ver en tiempo real gracias a la modernidad en que habitamos.

Se presumía que, con la amarga medicina de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, así como con la fundación de la ONU, el mundo entraría en un periodo de paz que debía llegar hasta hoy, pero la verdad para muchas naciones es completamente diferente. En 1954, por ejemplo, con una guerra dolorosísima, Indochina logró independizarse de Francia para, muy pronto, con el nombre de Vietnam, iniciar más dolor y destrucción en una guerra que habría de ganar su débil pueblo a la gran potencia bélica, los Estados Unidos, que tampoco ha conocido la paz para sus ejércitos y la tranquilidad para sus jóvenes soldados. Basta pensar que la guerra de Corea se inició en 1950. 

Francia, muy poco después de perder su colonia en Indochina debió enfrentar la insurgencia en otra colonia, Argelia. Y las heridas de esa guerra colonial no han cerrado del todo. Lo demostró Michèle Audin al negarse a aceptar la Legión de Honor de manos del presidente Nicolás Sarkozy por su trabajo como una de las más brillantes matemáticas francesas, en enero de 2009. Rechazaba el honor porque Sarkozy no había respondido desde hacía ya un año y medio, a la carta que su madre, la viuda de Maurice Audin, le había enviado y en la cual le pedía que aclarara lo ocurrido con su padre, matemático eminente él mismo a pesar de su juventud. Michèle Audin escribió Una vida breve para reconstruir su propia memoria y así refrescar la de los franceses.

En algún momento de su libro recuerda cómo los soldados franceses la arrancaron de los brazos de su padre. “Mi abuela se acordaba y lo contó muchas veces”, narra, “que yo había llorado mucho reclamando a mi padre, que estaba «como una loca», y que incluso les había dado patadas a los paracaidistas gritándoles que se fueran de la casa... Recuerdo una inmensa crisis de sollozos y lágrimas, durante la cual lo reclamaba.”

Pero Una vida breve no pretende hablar del secuestro, la tortura, la muerte y la declaración oficial de la desaparición del militante comunista, de apenas veinticinco años. “Todo lo contrario”, escribe, “de la vida, de su vida, de una vida cuyas huellas no han desaparecido por completo, pretendo hablarles aquí.”

Y lo hace inmejorablemente, con el rigor de matemáticos que ambos han sido. Como los archivos sobre la Batalla de Argel continúan cerrados, ella hurga en su propia memoria y en los recuerdos de su madre, de su abuela, de amigos, de maestros, de la documentación y las publicaciones científicas que su padre tuvo tiempo de hacer y de las huellas entre comunistas pieds-noirs y algunos comunistas franceses. 

El resultado es una entrañable e ilustrativa lección de cómo el colonialismo y, aún más, el racismo que lo sustenta siguen vivos y listos para atacar a la menor provocación. 

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Edición: Laura Espejo