de

del

Enrique Martín Briceño
La Jornada Maya

11 de diciembre, 2015

Prosigo en esta colaboración con la serie dedicada a las aportaciones de Yucatán a la canción popular mexicana.

A fines del siglo XIX, con la bonanza henequenera, Yucatán vive un [i]boom[/i] de la afición musical que se manifiesta sobre todo en la producción y consumo de piezas para piano y canciones. Entre las primeras, las danzas y los danzones predominan, pero también hallamos, como en el resto del país, valses, mazurcas, chotis, polcas, etc. Sobre el danzón, entonces desconocido en el resto de México, debe decirse que, como el primitivo danzón cubano, presenta forma binaria y apenas se distingue de la danza por el uso sistemático del cinquillo en la segunda. Caso curioso, entre estos primeros danzones hay algunos cantados, como el titulado [i]Mírame[/i] de José A. de las Cuevas, publicado en el semanario [i]J. Jacinto Cuevas[/i]. Por su parte, las canciones muestran la influencia de la ópera italiana, la zarzuela española, así como de géneros populares cubanos, españoles y de otras regiones de México. El cancionero [i]El ruiseñor yucateco[/i], publicado en dos tomos entre 1902 y 1906 recoge 436 canciones de las que se cantaban entonces, desafortunadamente sin música ni atribución de autores. Incluye canciones yucatecas, cubanas, españolas y de otras partes de México. Los géneros favoritos: canción, danza, guaracha, vals.

En este punto podemos observar de nuevo que la península no se encontraba tan aislada, pues, de las 184 canciones de este cancionero cuyo origen se ha podido identificar, 67 son de autor yucateco, 27 pueden ser yucatecas o cubanas, 31 son españolas, 26 proceden de otras regiones de México, 25 vienen de Cuba, 5 pueden ser de Cuba o España, y hay una colombiana, una dominicana y una austriaca. Entre las mexicanas no yucatecas se encuentran varias de estilo abajeño, el mismo que –Manuel M. Ponce [i]dixit[/i]– es el propio de la “canción mexicana”. Nada tiene de particular, pues, igual que llegaban partituras y artistas de La Habana, arribaban música y artistas de la capital. Por lo mismo, tampoco resulta extraño que algunos compositores peninsulares hubieran creado canciones de este tipo. Es el caso de Alfredo Tamayo Marín y su canción [i]Sueño[/i] (conocida por su primer verso:[i] Soñó mi mente loca[/i]), creada a fines del siglo XIX y cuya popularidad rebasó la región. Incluso Manuel M. Ponce conoció la composición –aunque no a su autor–, la arregló para voz y piano y la publicó en 1913 junto con otras “huerfanitas” que “adecentó” para presentar en sociedad. (Ello provocó años más tarde una polémica entre Ponce y el yucateco Cornelio Cárdenas Samada que Ricardo Pérez Monfort ha recordado para mostrar los mecanismos de que se sirvió la élite para imponer sus puntos de vista).

Hasta este momento, es verdad, Yucatán había exportado sólo canciones de los géneros que también se cultivaban en el resto del país. Las festivas guarachas que trataban casi siempre de asuntos y personajes locales, los danzones cantados y las jaranas que bailaban indios y mestizos y que Cirilo Baqueiro, Chan Cil, también produjo no parecen haber trascendido a otras partes de México. Sin embargo, llama la atención que ya hacia 1885 Federico Gamboa identifica como “de Yucatán” una danza (¿Te acuerdas? de Chan Cil) que no parece muy distinta de las que se escribían en otras partes.

[i]El Cancionero [/i]llamado de [i]Chan Cil,[/i] publicado en 1909 por el poeta Luis Rosado Vega con la colaboración del pianista Filiberto Romero, es otra muestra de la gran popularidad de la canción y de los géneros preferidos por los yucatecos del porfiriato, y es la principal fuente con que contamos para conocer la música de la canción yucateca de esa época. Vale la pena recordar que, entre las 31 canciones que recoge esta antología –ignorada a lo largo de casi un siglo por músicos e investigadores–, hay cuatro de Colombia –dos de ellas bambucos– provenientes del repertorio del dueto de Pelón y Marín que visitó a Mérida en julio de 1909 y realizó enseguida en la capital mexicana las primeras grabaciones de canciones colombianas de la historia.

Justamente, a partir de los primeros años del siglo pasado, el fonógrafo y las grabaciones desempeñan un papel sobresaliente en las relaciones musicales entre Yucatán y el mundo. Ampliamente difundido, el fonógrafo permite al público yucateco disfrutar canciones cubanas, mexicanas, zarzuela y ópera, aunque tendrá que esperar a 1917 para escuchar jaranas en discos y a la década del 20 para oír canciones yucatecas. Por medio de grabaciones de trovadores cubanos y colombianos, en todo México se conocen en la segunda década del siglo XX el bolero y la clave cubanos y el bambuco colombiano. Canciones de este último género, como [i]Asómate a la ventana[/i] y [i]Simón el enterrador[/i] llegan a ser populares en el centro del país antes que los trovadores peninsulares dieran a conocer sus creaciones en ese ritmo.


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