de

del

Enrique Martín Briceño
La Jornada Maya

2 de diciembre, 2015

[i]… y refresca mi alma herida[/i]
[i]como un sonoro arroyito,[/i]
[i]arroyito de cristal.[/i]

[i]Pepe Domínguez y Carlos Duarte Moreno, Granito de sal[/i]


Entre los proyectos estrella del gobierno del estado de Yucatán para los próximos tres años figura uno que pertenece al ámbito cultural: el Centro Nacional de la Música Mexicana. Supongo que este centro, promovido por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, desarrollará tareas de investigación, documentación, información, enseñanza y difusión del riquísimo patrimonio musical de nuestro país, y probablemente acogerá también al Centro de Investigación, Documentación y Difusión Musicales Gerónimo Baqueiro Fóster de la ESAY, que tanto ha contribuido en los últimos años a la preservación y el conocimiento del patrimonio musical de la península.

El proyecto –que aún no se conoce en detalle– significa un reconocimiento al papel que la música y los músicos de Yucatán han tenido en el concierto nacional y a los esfuerzos que desde fines del siglo pasado venimos haciendo Max Jardow-Pedersen, Luis Pérez Sabido, Álvaro Vega, Paúl Rodríguez González y el autor de estas líneas, entre otros, para rescatar, conservar, investigar y difundir la música que se ha creado en esta parte de México. Con tal motivo, en esta y en próximas colaboraciones daré cuenta del sonoro arroyito –ignorado hasta hace no mucho tiempo– con el que Yucatán ha alimentado el caudal de la música mexicana, sobre todo en el terreno de la canción.

Cada vez que se habla de la península de Yucatán y de sus peculiaridades culturales, es inevitable hacer referencia al aislamiento que vivió hasta bien entrado el siglo XX. Yo mismo he escrito que, en el siglo XIX, Yucatán era como quien dice la provincia más occidental de Cuba, tal era el intercambio de personas, mercancías y gustos que había entre la mayor de las Antillas y la península. Sin embargo, no puede pensarse por ello que la región careció de comunicación con el resto del país, al cual se accedía por mar (como si, en efecto, la península fuera una isla). El énfasis en la separación –que lleva a recordar el separatismo yucateco–, en algunos casos, ha sido reflejo de la pretensión de mostrarse a los ojos ajenos como “el país que no se parece a otro”, según la expresión de José Castillo Torre. La imagen que aporto solo pretende subrayar el carácter más caribeño de la cultura peninsular.

Por supuesto, es innegable que la cercanía geográfica entre Cuba y Yucatán se tradujo desde la colonia en proximidad cultural, manifiesta todavía hoy en la comida, el habla y expresiones artísticas como el teatro y la música. Así pues, la historia de la música de Yucatán va de la mano de la historia musical de Cuba, por lo menos desde que hacia 1821 se importa de La Habana a Mariano de las Cuevas Rodríguez para hacerse cargo de la capilla de la catedral de Mérida. Su hijo José Jacinto será el músico peninsular más importante del siglo XIX por su labor como maestro, director y compositor, coronada con la fundación en 1873 del Conservatorio Yucateco de Música y Declamación.

Precisamente, según Pablo Castellanos, uno de los primeros cultivadores de la contradanza en nuestro país fue José Jacinto Cuevas, “que quizá debido a la influencia de Cuba en la península yucateca haya conocido las danzas de Manuel Saumell (1817-1870), el creador de la contradanza estilizada para piano en Cuba” ([i]Curso de historia de la música en México[/i], 1967). El hecho es que si, para fines de los años 80 del siglo XIX –a pocos años de la aparición del género en Cuba–, ya el danzón ha tomado los salones yucatecos, cabe suponer que su antecesora, las danza cubana, halló terreno fértil en la península mucho antes que en el resto de México, y es muy probable que, como en el caso del danzón, Yucatán haya sido una de las puertas de entrada a tierra firme del género. Esto, por ahora, es una hipótesis, pues las evidencias más antiguas con que al momento contamos datan de mediados del siglo XIX, pero tenemos la certeza de que la danza tiene vigencia continuada en la región, en su vertiente instrumental –i.e., como género bailable– hasta la primera década del siglo XX, y en su vertiente cantada (habanera) llega hasta la época de oro de la canción yucateca (años 20 del siglo pasado) y se incorpora al canon con canciones clásicas como [i]Peregrina o Mi tierra[/i], de Ricardo Palmerín y Luis Rosado Vega.

Pero las danzas de Cuevas, que apenas en años recientes hemos comenzado a exhumar, poco se conocieron fuera de Yucatán. Si exceptuamos la romanza [i]La tumba de mis ensueños[/i], de dicho autor, publicada en la ciudad de México a iniciativa de Francisco Sosa en 1871, no fue hasta la década de los 80 del siglo XIX cuando algunas composiciones yucatecas ganan terreno más allá de las fronteras regionales. Se trata de canciones de Cirilo Baqueiro Preve, conocido como Chan Cil, el principal trovador yucateco del Porfiriato, que probablemente se publicaron en la capital del país por esos años: las danzas ¿Te acuerdas? y [i]Tengo mi hamaca tendida[/i], con letra del poeta veracruzano Rafael de Zayas Enríquez, y la canción-danza Despedida, con versos del poeta y dramaturgo yucateco José Peón Contreras. La primera y la segunda cruzaron el Atlántico con otras habaneras americanas y se cantaron en el viejo continente. La última fue muy popular en el occidente de México. En sus Impresiones y recuerdos (1893), Federico Gamboa se refiere a ¿Te acuerdas? como “una danza tristísima, de Yucatán” que tocó él mismo para su primera amante la noche que la conoció. Julián Carrillo la escuchará en Europa a fines de aquel siglo. (A principios de este, se ha grabado por primera vez para el libro Cancionero. z, que edité con Álvaro Vega y se publicó en 2007.)

Otra canción de autor yucateco publicada en la capital mexicana en los años 80 del siglo XIX fue La sultana americana, habanera de Antonio Hoil, que, si no gozó de la misma popularidad que las de su colega Chan Cil, sí fue incluida por el pianista Albert Friedenthal en el volumen 1 de su compilación [i]Stimmen der Völker in Liedern, Tänzen und Charakterstücken[/i], aparecido en Berlín en 1911.


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