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La Jornada Maya
José Juan Cervera

23 de noviembre, 2015

Con frecuencia se destaca el papel que desempeñó Ignacio Manuel Altamirano en el proceso de consolidación de la literatura nacional al poco tiempo de haber sido restaurada la República, cuando dirigió la revista literaria El Renacimiento en 1869, caracterizada por su espíritu de apertura y pluralidad en un momento clave de la historia de nuestro país. Sin embargo, se atiende menos el auge de las publicaciones periódicas de este tipo en distintos ámbitos regionales y los vínculos que desarrollaron, en ocasiones con un trasfondo político, dando un particular significado a las alianzas que se formaron en el campo intelectual.

Fueron muchos los periódicos literarios que se fundaron en diversos estados durante aquellos años, sobre todo en 1869, además del que impulsó en la capital el maestro Altamirano. Este florecimiento, que explica la urgencia de construir nuevas identidades colectivas tras extinguirse el Imperio de Maximiliano, fue consecuencia de la asociación de escritores en pos de una tradición artística que merece ser estudiada y difundida con mayor detenimiento, sin olvidar lo que cabalmente se ha hecho con sus figuras más representativas.

En este contexto, llama la atención la presencia de autores yucatecos en la prensa de otras entidades federativas, algunos de ellos nacidos en Campeche cuando aún no se había constituido este estado vecino. Si bien se contaba entre ellos a los que habían emigrado a la ciudad de México y a otros puntos del país, alcanzando renombre y estimación fuera del solar nativo, muchos de los que permanecieron en él se dieron a la tarea de colaborar en publicaciones foráneas, a veces con escritos que aparecieron simultáneamente en los medios impresos de su lugar de origen.

Un ejemplo de lo que aquí se menciona es el de Violetas. Periódico Literario, que circuló en Veracruz en el año citado y tuvo como editor a Rafael de Zayas Enríquez, quien tiempo después estrecharía lazos con Yucatán, ya que además de publicar en 1908 un libro al que tituló con el nombre de nuestro estado, fue letrista de canciones que, con música de Cirilo Baqueiro Preve, Chan Cil, fueron incluidas en el Cancionero de 1909, conocido popularmente con el sobrenombre del compositor.

En Violetas figuraron textos de Justo Sierra Méndez y de Santiago, su hermano menor, adepto de las creencias espiritistas igual que otros colaboradores del periódico. Un relato del primero de ellos apareció también en ese entonces en La Ilustración Potosina, que José Tomás de Cuéllar editó en San Luis y que incluyó poemas de Altamirano y de Guillermo Prieto, entre otros distinguidos escritores liberales. Una más de las narraciones que Sierra entregó al periódico jarocho recrea una antigua leyenda referida al canto de una sirena en la bahía de Campeche.

José Peón y Contreras, Francisco Sosa, Rita Cetina Gutiérrez, Gertrudis Tenorio Zavala, Ramón Aldana del Puerto, Néstor Rubio Alpuche y Manuel Nicolín Echánove fueron otros de los hijos de Yucatán que dieron creaciones suyas a Violetas para ser impresas. Aunque algunos de ellos se dieron a conocer por sus ideas conservadoras y gravitaron en torno a La Revista de Mérida, que se fundó también en 1869, participaron de las redes de las que se nutrió el periodismo literario mexicano.

El patriota cubano Alfredo Torroella fue otro personaje que intervino activamente en este proceso. Durante su estancia en Yucatán a principios de 1869 fundó el Álbum Meridano; al pasar a la metrópoli se incorporó al equipo de colaboradores de El Renacimiento, en el que publicó, entre otros, el poema Palma, que figuró igualmente en Violetas. Del mismo modo, algunas de las composiciones poéticas de Gertrudis Tenorio Zavala que vieron la luz en el periódico editado por Zayas Enríquez aparecieron posteriormente en La Siempreviva, de Mérida, del que fue una de sus redactoras.

Las presentes notas exponen apenas una aproximación a algunos hechos que pueden ser aleccionadores. Ilustran una confluencia de esfuerzos y apoyos mutuos que significó mucho más que una simple casualidad histórica, por poner de relieve la necesidad de examinar más de cerca la producción periodística de los siglos que nos antecedieron, para rastrear sus entrecruzamientos regionales y ampliar nuestro conocimiento tanto de la literatura como de otras expresiones vitales del pasado.

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