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Pablo A. Cicero Alonzo*
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La Jornada Maya

16 de noviembre, 2015

Ya se sabía. Ya habíamos sido alertados. Un imposible lector de la realidad nos advirtió de la tragedia que ahora enluta Francia. Y lo hizo, irónicamente, mediante la ficción. Antes aun del horror del viernes trece parisino, en la antesala del infierno que se desató en la redacción de [i]Charlie Hebdo[/i].

Ese Nostradamus se llama Houellebecq, y da asco. Asco de verdad. Su presencia repugna. Es un ser bajito y verdoso; un gnomo. Su rebelde cabellera está coronada con constelaciones de caspa. Viste sucio y desarreglado y fuma como chacuaco. Escribe sobre felaciones y orgías, de una forma tan descriptiva que salpica al lector. Y, sin embargo, es un genio. Lo adoro. Una extraña cracofilia literaria.

Lo leí por primera vez hace unos diez años. Entonces, me encargaron un análisis de [i]Las partículas elementales[/i]. Me sumergí en las primeras cincuenta páginas con guantes; no quería ni tocarlas, de lo aberrante que me parecían. Sin embargo, una vez que le hallé el ritmo, no pude dormir hasta terminar la novela.

Entre escenas pornográficas, Las partículas elementales es una durísima crítica al libertinaje nacido con el sesenta y ocho francés. Houellebecq describe una generación vacía, motivada sólo por el materialismo y el deseo carnal, heredera de las luchas emprendidas con la revolución [i]hippie[/i].

Habla de sectas satánicas, de comunidades [i]swingers[/i], de adictos a calmantes, de lazos familiares rotos. Una lectura que angustia y, sin embargo, ofrece al final una luz de esperanza. [i]Las partículas elementales[/i], de Houellebecq, es una obra de arte escondida en un sucio envoltorio. Vale la pena batallar para hallar el tesoro que esconde.

El autor, elfo nicotinado, es un polemizador, con marcada tendencia autodestructiva. En su penúltima novela, [i]El mapa y el territorio[/i], él mismo se asesina. Sí, literalmente. Describe, con lujo de detalles, la muerte de un personaje llamado como él, también escritor. Se descuartiza, se mutila, se abandona a las moscas y otros animales carroñeros.

Es en la última obra de Houellebecq, [i]Sumisión[/i], disponible en las librerías de Mérida, en donde se anuncia la caída del pesado velo que oscurece a Francia. La edición en español llegó relativamente rápido, ya que su traducción fue apresurada por los atentados terroristas a la revista satírica francesa [i]Charlie Hebdo[/i].

El ataque islamista a esa publicación en París, el 7 de enero de este año, coincidió con su aparición en las librerías francesas. Es más, en los caóticos reportes de esa jornada de sangre, incluso se contó entre las víctimas a Houellebecq, alcanzado por la cimitarra de la venganza de Alá.

[i]Sumisión[/i] está ambientada en un futuro próximo, en el que los partidos tradicionales se han hundido en las encuestas y Mohammed Ben Abbes, carismático líder de una nueva formación islamista moderada, derrota con el apoyo de los socialistas y de la derecha a la candidata del Frente Nacional en la segunda vuelta.

El personaje principal de esta obra es François, un profesor universitario hastiado de la docencia y de su vida sexual que, a sus cuarenta años, resignado a una vida aburrida pero sosegada, ve cómo la rápida transformación que sucede a la llegada del nuevo presidente al Elíseo altera la vida cotidiana de los franceses y le depara a él un inesperado futuro.

Los judíos han emigrado a Israel, en las calles las mujeres han cambiado las faldas por conjuntos de blusas largas y pantalones y algunos comercios han cerrado sus puertas o reorientado el negocio.

La Sorbona se torna en universidad islámica, donde los profesores conversos gozan de excelentes salarios y tienen derecho a la poligamia. Al igual que Huysmans, el escritor del siglo XIX convertido al catolicismo al que consagró su tesis, François sopesa pronunciar las palabras que le abrirán las puertas de la religión islámica y de una nueva vida: “No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta.”

La tesis de [i]Sumisión[/i], a fin de cuentas, es espiritual. El propio Houellebecq, para quien la religión es “complicada”, confiesa que escribió esta novela en una profunda crisis, de la que halló luz sólo al acercarse a Dios. “Y mi Dios católico estoy seguro, es el mismo Dios que el de los terroristas”.

La complicada parábola de este autor no es para mentes poco profundas y, por eso, esos mismos fanáticos consideran la distopía una blasfemia. Y a lanzarle molotovs. Más allá de la polémica, [i]Sumisión[/i] es una novela de “política-ficción” —como [i]1984[/i] y [i]Un mundo feliz[/i]—; una turbadora fábula política y moral, en la que coexisten intuiciones poéticas, efectos cómicos y una melancolía fatalista.

En el cementerio que se tornó la sala de conciertos Bataclan, los franceses se miran ahora en ese espejo del pudo ser, en esa mirada al abismo que describió Houellebecq…

* Periodista. Profesor universitario.

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