Ocupaciones impropias

Texto y foto: Jhonny Brea
La Jornada Maya

Viernes 23 de diciembre, 2016


“¡Jhonny, acuérdate que hoy tienes que ir con la modista, recoger los disfraces, ver que los [i]dzirices [/i]coman, se bañen y los llevas a su festival. Yo te veo ahí!” Así me despertó antier [i]La Xtabay[/i], recordándome la agenda de las labores propias de mi sexo.

No es ninguna broma: estar a cargo de que mis engendros estén listos para esos compromisos requiere de concentración y sobre todo de unos cuantos gritos, especialmente para que se bañen bien y sobre todo que utilicen el sosquil para quitarse el [i]kirits [/i]del día.

Ahora, vamos a ser honestos. Pocas cosas me ponen de mal humor, pero una de esas son los festivales navideños. Quiero aclarar que no soy ningún [i]grinch[/i]. Me encanta la Navidad, pero las carreras que hay que dar en esta época, el tráfico y los empujones en las tiendas del centro –sí, ahí les compro sus regalos ¿y qué? -son una invitación a volverse ermitaño.

Otra cosa que no me agrada de la época es la música. No entiendo por qué el repertorio navideño mexicano es tan malo: desde Pandora hasta Luis Miguel, pasando por la heroica grabación de [i]El burrito sabanero [/i]que amenaza con sonar en cualquier momento en cualquier supermercado. Conste que en el pasado la cosa no era mucho mejor; mis abuelos tenían los discos de [i]Navidad con Morquecho[/i], [i]Navidad con Juan Torres y su órgano melódico[/i] y otro de [i]Navidad con las ardillitas de Lalo Guerrero[/i]. Y si querían tragedia infantil, estaba [i]Caballo de palo[/i], cantada por Juanito Farías. Ante la amenaza de que nos pusieran esta canción, cientos de niños de mi generación donamos juguetes al padre Genaro y su Navidad de los Enfermos.

Pero volvamos al festival de mis engendros. La verdad es que me hicieron pensar seriamente en pedir llaves para hacerle una estatua a Herodes. Ya estábamos a medio camino hacia el festejo cuando a [i]La Cutusa[/i] se le ocurrió recordarme que su traje llevaba guantes y que no se había maquillado. La verdad, creo que hice suficiente con peinarla con bastante gel. Todavía así, salió toda desgreñada al escenario.

[i]El Kisín[/i], por su parte, quiso salir mostrando músculos. Su disfraz llevaba una camisa de manga larga por debajo del chaleco, la cual no se quiso poner hasta que llegamos al teatro.

Vamos por partes: un festival navideño es un acto de crueldad contra la infancia. Primero que nada se les hace vivir una serie de mentiras; la primera de éstas es que en Navidad hace frío y se tienen que abrigar. La segunda es que el primer número, preparado por [i]La Tícher[/i] de inglés, saldrá maravilloso. En realidad es una demostración de por qué las academias de idiomas tienen demanda. Resulta hasta cierto punto enternecedor escuchar cómo los niños dominan el dialecto presidencial: “In de crismás wi jav dinero uit de family, it turkei, go tu bed anweit for Santa Clos”… termino recordando a una maestra que enseñaba la voz pasiva con nuestro acento aporreado: “di bred is iten bay de do’og”.

Para colmo, los festivales exhiben la falta de educación de los padres. Desde que los teléfonos celulares tienen cámara, todos se creen fotógrafos y videoastas. Lo peor, tienen afán por documentar cada aspecto de la vida de sus engendros, así que según van pasando los grupos, el espacio entre el escenario y la primera fila sufre invasiones sucesivas de papás que obstruyen la vista de los demás con su celular. Mientras, los que intentamos disfrutar del espectáculo nos quedamos rumiando no tener un tirahule y harto cacahuate japonés a la mano para aventarles.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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