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Eduardo Lliteras Sentíes
Foto: Notimex
La Jornada Maya

Martes 20 de diciembre, 2016


Mientras algunos “expertos” (esos mismos que no previeron ya no sólo la victoria de Donald Trump, sino el estallido anti libre comercio en Europa y Estados Unidos) daban una conferencia auspiciada por la Cámara de Comercio (Canacome) y el diputado federal, Jorge Carlos Ramírez Marín, en Mérida; en Miami el presidente electo xenófobo decía con toda claridad: “mi administración seguirá dos simples reglas: compra lo hecho en Estados Unidos y contrata estadounidenses”.

Es decir, no a los productos mexicanos, chinos o yucatecos. No a la mano de obra mexicana, china o yucateca.

La conferencia se desarrolló ante la creciente y justificada inquietud de los empresarios de la península de Yucatán, por el escenario que ha surgido en los Estados Unidos y a nivel mundial, el cual los sorprendió junto con autoridades y mexicanos, en general.

Hasta ahora, las autoridades y el sector empresarial, no han sabido qué hacer, mientras la toma de posesión del presidente electo se aproxima. Es comprensible, en México está sucediendo algo similar a lo sucedido cuando la caída de la ex URSS, que dejó a muchos simplemente atónitos, sin capacidad de respuesta alguna ante el derrumbamiento de los paradigmas que habían guiado ciegamente sus pasos. En aquel entonces se colapsó un sistema político y económico, se derrumbaron muros y la propaganda occidental dijo que terminaba el Imperio del Mal. Hoy se erigen nuevos muros, para separar los territorios saqueados, se torna al histórico aislacionismo anglosajón, mientras nos encaminamos a un escenario incierto en el que lo mismo puede estallar una guerra (comercial o militar o ambas) entre China y Estados Unidos o iniciar una oleada de imposiciones comerciales y políticas de forma unilateral, desde Washington contra México.

Algunos piensan que hay que seguir esperando hasta que nos llegue el primer trancazo, y luego el otro, y luego otro, en lo que decidimos qué hacer. Que no hay que precipitarse. No cabe duda de que es muy difícil meter reversa a un tren que va a toda máquina hacia un precipicio, en un tramo muy corto. Sobre todo cuando no se ve ni para dónde encaminarse tras décadas de repetir que el libre comercio era el maná y de apostarle a un modelo exportador dependiente de los Estados Unidos, basado en salarios de hambre y en el saqueo de los recursos naturales.

Estamos ante transformaciones que muy probablemente marquen un parteaguas en la historia de lo que queda de México como nación (o más bien colonia) y de las jóvenes generaciones de mexicanos, porque los adultos simplemente fracasaron en su apuesta total a la integración (o más bien claudicación), con la vecina potencia.

Una señal evidente, de que las cosas van por mal rumbo fue la declaración del secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, pidiendo que “las Fuerzas Armadas tengan un marco que los respalde cuando tengan que actuar, que no seamos señalados por cuestiones que son propias de las operaciones que realizamos”, así como la respuesta inmediata del presidente y del congreso para legislar de forma que lleven a cabo funciones de policías, desde cateos a domicilios, intervenciones telefónicas, detenciones callejeras, etcétera.

Mala señal, porque significa que lejos de que el ejército regrese a sus cuarteles tras haber llevado la misión a la que los lanzó el ex presidente Felipe Calderón (siguiendo las instrucciones del Pentágono y de la Iniciativa Mérida) los militares deberán continuar en las calles del país, porque por un lado no hay condiciones (o más bien no se quiere que las haya) y, por otro, porque intereses extranjeros así lo exigen. Y lo exigen porque el país se encuentra en un grave problema en materia de seguridad, provocado por la misma Iniciativa Mérida, y porque se prevé más inestabilidad en México ante la llegada de Trump al poder y por la escalada de la inestabilidad del escenario internacional a niveles difíciles de predecir.

Por ejemplo, mientras se acerca la fecha en que asumirá el poder Donald Trump, se agitan cada vez más las aguas en el Pacífico y en el Mar de China (oriental y meridional). Las confrontaciones, el nivel de belicosidad verbal por parte del presidente electo, y el despliegue militar en la región amenazan con desencadenar una guerra entre ambas potencias de resultados inciertos y de alto riesgo para el planeta entero. Por lo menos. Estados Unidos y China afrontan la posibilidad de una guerra comercial en el corto plazo, sino es que un conflicto militar que algunos vaticinan como inevitable y muy sangriento.

Ante ese escenario, es muy difícil decir que Yucatán tiene algún margen de maniobra o el mismo México. Seremos simples espectadores de dos colosos dándose con todo lo que puedan –inclusive, ojalá no, hasta con armas nucleares.

Mérida, Yucatán

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