de

del

Manuel Alejandro Escoffié Duarte
Foto tomada de la web
La Jornada Maya

Viernes 16 de diciembre, 2016


No conozco a nadie dispuesto a incluir a [i]JFK[/i] (1991) en su lista de selecciones cinematográficas para recibir a la época navideña o al fin del año. De hecho, tampoco conozco a muchos dispuestos a incluirla en dicha lista, independientemente de la ocasión o momento en el que se encuentren. La polémica obra maestra de Oliver Stone, con sus voluminosos 189 minutos de duración (206 en el [i]director’s cut[/i]), su estratégicamente promiscua coexistencia entre diversos formatos narrativos (color, blanco y negro, 35 mm, 16 mm, 8 mm, ficción, documental, reportaje) y su elevado pero necesario bombardeo de nombres, fechas, lugares y sucesos en relación a la Guerra Fría, no puede clasificarse precisamente como una pieza de entretenimiento ligero. Pero dentro del marco de lo que muchos consideran que ha sido un año marcado por el amanecer de la denominada “post-verdad”, una disertación audiovisual en torno a la construcción y destrucción de realidades como JFK parece más apropiada para despedir al 2016 de lo que puede suponerse.

[i]JFK[/i], pese a lo que el título puede invitarnos a asumir, no gira alrededor de la vida y carrera política del 35to. Presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy (J.F.K.). Tampoco presume, como sus apasionados detractores se desvivieron por convencer a la opinión pública, de haber resuelto el enigma de su asesinato el 22 de noviembre de 1963, o de constituir la fuente de consulta más confiable al respecto. Su director la define como un “contra-mito” para contrarrestar al otro mito perpetrado por la historia contemporánea oficial, según la convicción de Stone y de muchos otros, de que Lee Harvey Oswald (Gary Oldman) fue el único asesino del Presidente. Dramatizando un trabajo de investigación a lo largo de tres décadas alrededor de la posibilidad de una conspiración, Stone asesina y resucita constantemente a Kennedy; o más bien, a su significado cultural como icono, desde una esquizofrénica alternancia de perspectivas gracias a la alquimia de su montaje, para encontrarse a la vez “asesinando” en un múltiple número de veces al significado institucional de su fallecimiento, re-construyéndolo con cada nueva pista que se cruza en el camino del fiscal Jim Garrison (Kevin Costner) para llevar a los verdaderos asesinos ante la justicia. Como un hipnotizador, Stone arrastra a sus compatriotas hasta la escena del crimen en donde perdieron la inocencia hace más de cincuenta años y los desintoxica de aquello que el shock del asesinato les ha hecho creer que recuerdan de aquel fatídico día, sustituyéndolo con dolorosas preguntas respecto al quién, cómo y porqué del magnicidio. “Altera” la historia con el propósito de salvar su razón de ser. Combate una mentira con otra “mentira”. El fuego con otro fuego.

La cruzada fue peleada con dos controvertidas armas. En primer lugar, la elección de Jim Garrison como recipiente protagónico del conflicto; aun cuando no faltan los rumores de soborno, coacción y manipulación de testigos para minar su credibilidad. La otra y más importante consiste en su ya mencionado montaje subjetivo que, en contraste con el crudo naturalismo de trabajos primerizos como [i]Salvador[/i] (1986), convierte a la película en evidencia viviente de que el arte cinematográfico puede servir no solo en calidad de ventana a una realidad secreta, sino también de híbrido entre historia y artificio en la defensa de una conciencia crítica con la cual mirar a dicha realidad.

A 25 años de su estreno, [i]JFK[/i] no deja de gritar ferozmente a los cuatro vientos que la realidad representada por Kennedy como espíritu de una era fue acribillada junto a él en Dallas; pudiendo revivirse solo parcialmente con los fragmentos fílmicos a los que Stone convoca en su exorcismo. Ante un 2017 prometiendo la embestida de venenosos mitos como la sobre-estimación del cambio climático y de los derechos humanos, lejos de desear una Feliz Navidad, me concentraré en desear la llegada del siguiente gran “contra-mito” con el cual poder hacerles frente.

Mérida, Yucatán

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