de

del

Pablo A. Cicero Alonzo
Imágenes de Formato 21, publicadas por [i]La Vieja Guardia[/i]
La Jornada Maya

Miércoles 14 de diciembre, 2016


Nunca lo había hecho, pero el hambre lo empujó. Llevaba horas siguiendo a su presa, un viejo venado con la cornamenta astillada que suplía la lentitud de sus movimientos con una inusual sabiduría adquirida por lo largo de su vida. Dos seres casi mitológicos, reyes de la selva, que se enfrentaban tal vez por última vez.

El gran gato dejaba atrás su territorio, con un miedo que nunca antes había sentido. Él, precisamente él, un depredador que en una ocasión de un mordisco destrozó el caparazón de una monumental tortuga, grande y vieja como laja. Él, que veía en la noche incluso el último pensamiento de sus presas; ese miedo huidizo, esa resignación dulce.

La caza llevaba ya varias horas y los primeros rayos despuntaban en esa selva baja que cada vez se tornaba más extraña. Él se deslizaba con silencio por sinuosos senderos, formados por los pasos de sus ancestros, que por los siglos de los siglos hicieron lo que él hace ahora. Pero algo estaba mal; lo sentía… Lo presentía.

Gruñó ante una sombra, una sombra gigante, de un ser de otra época, que resultó ser la de un árbol que bailó furioso al aire. Recordó, entonces, en esa memoria extraña, casi visceral, cuando un, dos, tres relámpagos le arrebataron a su madre. Él era aún cachorro y comenzaba a olfatear ese mundo hostil. Un hombre, un grupo de hombres, fueron los que le dispararon una, dos, tres veces a esa hembra que le dio vida y le enseñó a sobrevivirla.

De repente, con esa imagen en la cabeza, dejó de oler al venado, al sabrosísimo venado. Su rastro había desaparecido por completo, se había esfumado. Sus tripas comenzaron a rechinar y se puso más nervioso aún. Comenzó a correr, intentando recuperar el rastro, intentando igual vencer al día que ya amenazaba con llegar. Se alejó aún más del terreno en el que había nacido y vivido.

A lo lejos, comenzó a escuchar sonidos extraños, que nunca antes había oído; algo totalmente desconocido para él: un río seco, como un ronroneo artificial; un alud de tierra y ramas. Escuchó, incluso, rugidos de hombres, de esos que le arrebataron a su madre. Maulló, como cachorro. Maulló, como gato. El terror le arrebató la dignidad.

La suave, cálida tierra se transformó en una superficie dura, totalmente lisa. Alzó las patas delanteras como cuando se camina sobre brazas. Una cicatriz inmensa, un tajo que dividía en dos a la selva; negro, negro, negro. Se paralizó en medio de esa gigantesca serpiente, y no reaccionó hasta que sintió un golpe seco en la cara; un mazazo de luz, hierro y plástico. Rojo, como el Volkswagen que fue formándose con la luz del día.

Él, el mayor felino de América, yacía entonces en medio de la carretera, agonizando, mientras los hombres, esos hombres que le habían arrebatado a su madre, lo veían con misericordia y tristeza. Él, el rey de la selva, llamado [i]yaguareté, uturuncu, otorongo, gápanemé, onça canguçu, pnitigri[/i]… Él, bautizado por los mayas como [i]chacmo’ol [/i]—huella o garra roja—, [i]balam [/i]—el que se oculta—, [i]chacbolay [/i]—fiera roja. El jaguar.

Anteayer, informa [i]La Vieja Guardia[/i], se viralizaron unas imágenes de un jaguar atropellado, en las que indicaban que fue en una carretera de Tabasco. Sin embargo, de acuerdo a la información recabada, el animal fue atropellado, no en Tabasco sino en Juína, localidad del estado de Mato Grosso, Brasil, sobre la BR 163, a unos 2 mil kilómetros de Misiones. El hecho, se especifica en el medio dirigido por el periodista Félix Ucán, fue el 1 de diciembre de este año.


***

En la península de Yucatán se calcula que existen aproximadamente 2 mil jaguares, la mitad de la población de México. Estos ejemplares están hoy en serio peligro de extinción, debido principalmente a la pérdida de su hábitat y a la cacería ilegal. Las posibilidades de salvar al jaguar en las próximas décadas requieren de un esfuerzo constante, con una visión regional y de la suma de esfuerzos de diferentes sectores, señala Pronatura Península de Yucatán.

Ya en estas páginas, las de [i]La Jornada Maya[/i], Juan Carlos Fáller Menéndez, asesor de las comunidades y especialista en conservación del jaguar, ha propugnado por la creación de corredores para estos felinos. Las tristísimas imágenes de Brasil podrían haberse captado en la península. Este animal mítico se convierte en un ser indefenso ante los monstruos de metal que recorren nuestro progreso.

Víctor Hugo, amante de los felinos, sostuvo que Dios hizo el gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre. En nuestro caso, hijos de mayas, para acariciar a un jaguar.

Mérida, Yucatán

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