Pablo Cicero
Foto: Tomada de la web
La Jornada Maya
Miércoles 9 de noviembre, 2016
Vientos de cambio. El 9 de noviembre de 1989, en la mañana, un grupo de periodistas acudió a una rueda de prensa en la que se darían detalles sobre una nueva ley de viaje en la Alemania comunista (RDA). En primera fila se encontraba un reportero menudo, hecho de pura fibra y nervio. Se llama Riccardo Ehrman, y entonces era corresponsal de la agencia italiana Ansa en Berlín.
El funcionario que presidía la rueda era Günter Schabowski, integrante del Politburó de la RDA, quien anunció que se autorizarían viajes privados fuera del país sin condiciones previas. Ehrman repreguntó cuándo entraría en vigor el cambio y Schabowski, contrariado, rebuscó en sus papeles sin encontrar la fecha correcta e improvisó: «De inmediato».
El italiano no esperó a que concluyera la reunión informativa y se salió, como si lo aquejara el mal del vientre. Corrió hasta las oficinas de la Ansa y mandó un teletipo a Roma: «Cayó el Muro». Los italianos recibieron el mensaje entre risas y bromas. «Riccardo se volvió loco», decían mientras piropeaban a las secretarias. Pero Erhman no estaba loco. La noticia hizo que miles de personas se congregaran espontáneamente ante puestos fronterizos de Berlín. Antes de la medianoche, se recuerda en crónicas posteriores, las autoridades no tuvieron más remedio que abrirles el paso. El muro que había separado Berlín y el mundo durante casi tres décadas se había derrumbado. Fue en un día como hoy, hace veintisiete años.
Irónico el día en el que resultó electo Donald Trump. La caída del último resabio de la Guerra Fría se conmemorará en la misma jornada del ascenso de un político cuyo discurso es más virulento incluso que el de Adolf Hitler. Pocos se lo esperaban, tal vez en una comprensiva negación. Después de una noche y una madrugada de pronóstico reservado, nos levantamos con la noticia de que Hillary Clinton había perdido. Los que malsoñaron anoche pesadillas, pidieron que no les despertaran. Entre los pocos que se levantaron contentos está Videgaray. Rozagante.
De los pocos, es un decir, pues fueron millones los estadounidenses quienes se decantaron por este esperpento, un remedo entre Calígula y Cantinflas. La venganza del «redneck» se hizo patente a lo largo de este día de guardar, de luto. El hartazgo al «establishment» que representaba la pésima candidata demócrata, la elección de un producto cien por ciento gringo. El mapa de Estados Unidos, tiñéndose del rojo republicano, auguraba desde el inicio del conteo lo peor. Pero aún así no nos lo creíamos. En una declaración que dio mucho de qué hablar, la actriz y activista Susan Sarandon dijo que no apoyaba a Hillary Clinton por el simple hecho de ser mujer: «No voto con mi vagina», argumentó. Sus compatriotas no votaron con su cerebro.
La campaña de Trump se basó en el insulto, en la descalificación, en el acoso. El triunfo no moderará su lenguaje ni sus acciones; al contrario, es más posible que los radicalice… Aún más. Sí, aún más. Entramos a unas marismas surrealistas, donde el fango de la incertidumbre dificulta el andar; a un territorio inexplorado, donde todo es posible ya. La noche de los cuchillos largos, el éxtasis de los supremacistas blancos. El hombre más poderos del mundo, el que tiene al alcance de sus regordetas manos el botón rojo nuclear, ha calificado de violadores y ladrones a los mexicanos, de vendedores de droga y pandilleros a los negros, de objeto sexual a las mujeres; ha dicho que admira a Putin y que sin miramientos bombardearía Medio Oriente. Un mundo raro se avecina; raro y peligroso.
El dólar se disparó —20.73 pesos por cada billete estadounidense— y las bolsas cayeron. Esas reacciones no causan sorpresa. Esas no. Son síntomas del inicio de esta nueva era incierta. Aunque se intente esconder el miedo en memes —como ese protagonizado por Rodolfo Rosas Moya, suplicando el voto por Hillary, «no sean gachos»— por dentro se tiembla. El mundo mira con estupor la idiotez que acaba de concretar el pueblo estadounidense —que al fin y al cabo tendrá el gobierno que se merece—. México, en particular, está lánguidamente atento a esa anomalía, a la revisión del tratado de libre comercio y a la construcción de ese temido muro, gemelo gigante del que cayó hace más de un cuarto de siglo.
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