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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Raúl Angulo Hernández
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Martes 27 de septiembre, 2016

El domingo, Carlos Joaquín González desayunó y comió con sus invitados. Así fue su primer día como gobernador de Quintana Roo. Sin embargo, al caer la noche, hizo a un lado el protocolo y la parafernalia y cenó en privado, con su familia. El epicentro de la jornada fue Chetumal, la capital quintanarroense que se ha visto reducida a anécdota, opacada por el turquesa. Esta columna pretende ser hoy la disección del discurso de toma de posesión de Joaquín González, que comenzó ante la estridente ausencia de Roberto Borge Angulo y el chirriante abucheo a Félix González Canto, también en paradero desconocido. Lo que dijo el nuevo gobernador de Quintana Roo está en cursivas. Elegí titular el reporte de este martes “Anatomía de un instante”, en un guiño a los lectores de Javier Cercas, que por sólo serlo ya son mis amigos. Destripemos, pues, que es el fin de este atípico artículo.

En los tiempos de cambio, el rumbo es lo más importante. No puede ser un salto al vacío. Sabemos a dónde vamos y cómo debemos hacerlo. Queremos un Quintana Roo moderno, confiable, ordenado, seguro y con oportunidades para todos. Y para ello requerimos un gobierno honesto, cercano y eficiente; enfocado a que las personas vivan mejor. Que encabece nuestro principal desafío: la desigualdad social.

Carlos Joaquín es el primer gobernador que no llega bajos las siglas del PRI, y por eso hizo énfasis en el rumbo y la experiencia; quiso dar un mensaje de confianza a los quintanarroenses, rafagueados con una pesada artillería propagandística, con la que se ponía en duda la capacidad del nuevo gobernador para tomar las riendas del estado. Nosotros sí sabemos cómo hacerlo; él no. Este mensaje estuvo implícito en toda la campaña.

Tenemos que abatir una de las formas más perversas de la desigualdad, que es la exclusión social. Estamos angustiados porque hemos perdido la tranquilidad como resultado de la inseguridad que se padece. La gente está ofendida porque la excluyen y la discriminan cuando no la dejan disfrutar en familia de sus playas y de su mar, reservado únicamente para los turistas. Se pretende excluir de la participación política a la gran mayoría de los habitantes de Quintana Roo por el solo hecho de no haber nacido aquí.

Quien dijo eso sufrió en carne propia ese chovinismo artificial, con el que Roberto Borge intentó construir un enemigo imaginario, el otro, el yucateco. Quintana Roo es de los quintanarroenses, repitió una y otra vez, en clara alusión a su sucesor. El domingo, Carlos Joaquín reviró esa xenofobia forzada, que intentó robar votos con el temor a lo extraño.

El cambio debe tener rumbo y compromiso con responsabilidad, principalmente del gobierno. Requiere de todas las miradas, de todos los esfuerzos. Y para ello, la confianza es la clave; debemos restablecerla entre nosotros y ello nos unirá como comunidad. En esa lógica, el gobierno tiene que hacer su parte y dar confiabilidad y certeza a los ciudadanos. Nuestra experiencia nos da la seguridad de que habremos encarar los cambios con decisión y coraje. Avanzar sin pausas, sin depositar la confianza en soluciones mágicas, ni en genialidades aisladas. Por eso que nadie piense que las cosas cambiarán de un día para el otro o sólo por decirlo.

Nuestra transición es la crónica de un desencanto. Vicente Fox Quesada, quien en el imaginario representó un cambio radical, terminó siendo una llamarada de petate. Efectivamente, realizó grandes e importantes cambios, pero no los que esperaba la ciudadanía que votó por él. El primer presidente de oposición en México terminó siendo una caricatura. Consciente de las expectativas que genera, Carlos Joaquín advirtió que los cambios no serán inmediatos, que no se darán como por arte de magia.

Hemos concluido un período de competencia político-electoral; quedaron atrás los excesos del poder y el autoritarismo que avasalló prácticamente todos los ámbitos de la vida del estado. Con la fuerza ciudadana triunfó la libertad, el espíritu crítico superó al dogmático y la gente rompió el silencio y la intolerancia. Hoy, nos toca a las instituciones del estado conformar una nueva relación de respeto y colaboración. Una nueva relación para la construcción de un Quintana Roo democrático.

A la vez que tendió la mano, lanzó el dardo. El nuevo gobernador quintanarroense sabe por qué ganó las elecciones, por qué lo eligieron a él y no al candidato del PRI. Fueron muchas las denuncias de abuso de poder, muchos los excesos que marcaron la administración que desde esta semana ya es historia.

La deuda que heredamos será un problema central y sólo creciendo nuestra economía tendremos mayor capacidad de pago y ordenará nuestras cuentas. Se va a auditar, y las infracciones se van a sancionar hasta las últimas consecuencias aplicando la ley. La inserción comercial y turística ocupa un lugar central en la agenda de gobierno.

Carlos Joaquín recibe un estado en quiebra. De acuerdo con el histórico de la Secretaría de Hacienda, la entidad tenía hasta junio del 2016 obligaciones financieras por 22 mil 435.9 millones de pesos, mientras que en el 2011, año en que asumió la administración Borge Angulo, la deuda era de 13 mil 25.7 millones de pesos. El nuevo gobernador no comienza de cero, sino con menos dos.

Con los medios de comunicación estableceremos un trato digno en el amplio marco del pluralismo y la libertad de expresión convencidos que ella permite la crítica que nos retroalimenta. La libertad de prensa no será objeto de represalias ni coacciones.

Para mí, el mayor reto de Carlos Joaquín consistirá en sanear a los medios. Durante sexenios se ha sembrado con esmero una prensa que elogia o golpea, según el monto. El poder ha prostituido a la comunicación. Las malas prácticas fomentadas por los gobiernos quintanarroenses incluso han traspasado fronteras, queriéndose imponer en otros estados, como Yucatán. La verdad, esta situación al final jugó en contra, ya que esos medios mordieron la mano que les dio de comer. El nuevo mandatario de Quintana Roo deberá blindarse ante los elogios o los chantajes, que le llueven por igual.


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