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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Notimex
La Jornada Maya

Miércoles 14 de septiembre, 2016

Miro por el retrovisor y veo una camioneta con cuernos de reno y nariz roja. Un espejismo, literalmente, que brama cuando sale el verde y yo no logro salir de mi asombro y avanzar. Un monstruoso Rodolfo paseando por las calles en este caluroso septiembre; ya sea trasnochado o madrugador, va por ahí inyectando a destiempo el espíritu navideño en una tierra árida.

En contraste, y a diferencia de otros años, las banderas mexicanas brillan este 2016 por su ausencia. Han desaparecido de las calles; ya no ondean en destartalados coches que así se sentían vehículos diplomáticos. Con su buen olfato, el reportero Héctor Moreno así se lo reportó a José Luis Preciado: las banderas tricolores no llegaron este septiembre.

Días tristes para los héroes, que desfilan anónimos ante la nada. La soledad absoluta, que es la del olvido, ha conquistado también el sentimiento patriótico. Nada o poco qué celebrar, ante un país desencantado y olvidadizo, que se niega a salir de las arenas movedizas de la pereza. Padres olvidados de una nación abstracta que en ocasiones parece que ha perdido el rumbo; huérfana por decisión propia, emancipada de su historia.

¿Qué o quién nos robó el patriotismo? Me imagino que ha sido un proceso largo y complejo, en el que tuvieron que ver muchos factores. Uno de ellos, estoy seguro, son algunos políticos. Precisamente ellos, que subsisten gracias a las instituciones, son los encargados de dinamitarlas. Quintacolumnistas, caballos de Troya que carcomen la estructura del edificio en el que habitan.

La más reciente institución en caer fue la Presidencia. Hace unos días, Carlos Marín entrevistó a Enrique Peña Nieto. El periodista vestía un impecable saco y una camisa blanca, inmaculada. El Presidente, en contraste, tenía un saco que le quedaba grande y una camisa a rayas que desentonaba.

Marín tenía la voz aguardentosa. Tal vez no sólo la voz. El alma, el cuerpo, todo aguardentoso. Peña Nieto tartamudeaba. La institución presidencial se vino abajo cuando Marín, quien había interpretado el papel de vocero más que de periodista, lo calló y lo ametralló con preguntas incómodas. Incómodo, Peña Nieto se retorcía, como un ostión al que le acaban de echar limón. Es más, su semblante era precisamente el de un ostión; desencajado, sin huesos, entre rosa y gris.

El periodista le dio la estocada al Presidente, que parecía empeñado en devaluarse. Llevaba ya varios meses de funambulista hasta que perdió el equilibrio y se puso adelante de Donald Trump. Esa foto en la que el candidato republicano aparece detrás del Presidente de nuestro país agarrándole el hombro es un bajón para la autoestima nacional. Peña Nieto, diminuto y con la cabeza gacha; Trump, gigantón, guiando a su anfitrión. Una imagen que se siente como una patada en los testículos —u ovarios.

Peña Nieto y sus antecesores ha dilapidado la investidura. Cuenta José Agustín en el primer tomo de su [i]Tragicomedia mexicana[/i] que cada vez que el presidente Adolfo Ruiz Cortines decía una grosería exclamaba: “Perdón, investidura”. Ruiz Cortines fue mandatario de México de 1952 a 1958. Se le recuerda como un administrador eficaz, y un político eficiente. Llamaba la atención por su parsimonia y su corbata de moño.

Ante la ausencia de errores o deslices graves, la picardía mexicana hacía bromas sobre su edad. Estoy seguro que recuerdas esa en la que el político se mete las manos al bolsillo y dice: “Pasitas... ¿Por qué tengo pasitas en mi bolsillo?”. En realidad, lo que tenía era un agujero. Dejo ahora a un lado el humor característico del que son blancos los líderes del país y retomo el tema de la investidura. Ruiz Cortines tenía muy claro quién era y qué representaba. Después de tomar protesta, él ya no era Adolfo, ya no era el licenciado Ruiz Cortines; era el Presidente de México. De sujeto pasó a ser institución.

Y ahora, la institución se tornó en mortal. Y en un mortal de pocas luces. Esa erosión es, desde mi parecer, una de las principales razones por las que este septiembre no se pintó de verde, blanco y rojo. Ya no nos mueve recordar a nuestros héroes, sino quién cantará después del Grito. ¿Cuántos yucatecos irían a la Plaza Grande sin el espectáculo de Pepe Aguilar?

*****
Excusas para seguir leyendo. [i]American Gods[/i] es una novela escrita por Neil Gaiman. En esta se narran los esfuerzos realizados por Odín para unir a todos las deidades que durante siglos los inmigrantes llevaron, en esa maleta que se llama alma, a Estados Unidos. Dioses olvidados, arrinconados en el silencio, cautivos de la nada, como nuestros héroes patrios. Mitos obsoletos que tienen la batalla perdida en el nuevo panteón, en donde reinan la tecnología y el consumismo. [i]American Gods[/i] pronto será una serie de HBO, y estoy seguro que escucharás más sobre esta historia fantástica. Léela antes. Como siempre, el libro será mucho mejor.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
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