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Andrés Silva Piotrowsky
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
13 de septiembre, 2016

Más allá de las figuras notables en Yucatán, como Fernando Castro Pacheco, Fernando García Ponce y Gabriel Ramírez, hay un interés permanente de grupos e individuos que, pretendiendo o no, dotan de cimientos a ese edificio en construcción que da identidad a las artes visuales en Yucatán.

Pensemos en Ariel Guzmán, en Karl Ralf; en Gerda Gruber, en Rosario Guillermo; en Víctor Rendón, que en vida promovió con entusiasmo festivales, encuentros y talleres de fotografía; en los Arcovedo; en Ortegón, y en innumerables artistas y grupos de diferentes generaciones; todos con ese afán de consoldar sus propuestas individuales y, al mismo tiempo, configurando el rostro de lo producido en Yucatán.

Es un abigarrado entorno, donde conviven propuestas estelísitcas diversas, desencuentros y hallazgos, aportaciones de artistas de otros lugares avecindados en la planicie yucateca, con un trabajo respaldado por su permanencia en el tiempo y por su solvencia técnica.
En ese panorama, de pronto, surge un muy notable exponente con propuestas sólidas: lo que hace pensar que algo valioso ocurre en ese campo.

Se trata de Carlos Génova, un joven exponente de la pintura, pero con una claridad vocacional irrevocable. Ciertamente, en su obra encontramos, con transparencia, su forma de abrevar en diversos artistas que van desde el español Pablo Picasso hasta el mexicano Sergio Hernández, pasando por las formas de Portocarrero o Wifredo Lam.

Génova se encuentra en plena construcción de su propia mirada y en la articulación de una manera peculiar de recrear al mundo, en la configuración de su propio estilo.

No podría entenderse la expresión artística ni los espacios y las figuraciones que crea Génova, sin acudir a la intensidad de su personalidad, que justamente se ve reflejada a lo largo de su obra. Estamos frente a un artista que en su maduración alcanzará un lugar prominente en la pintura de la península, de México y del mundo.


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