Laura Adriana Bautista Hernández
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya
Martes 13 de septiembre, 2016
El principio “ama al prójimo como a ti mismo”, tomado de la Biblia y que sólo desde el púlpito de la jerarquía católica se promueve; pues en la práctica, con respecto a temas como la homosexualidad, el matrimonio igualitario y el aborto, promueve un ambiente de culpa, desaliento y hasta de odio al que es diferente o a quien lo decide, ejerciendo su libertad de conciencia.
Nuestra sociedad vive un momento crucial, pues cada vez cuestiona más y se replantea algunos dogmas, que se alejan de la realidad del “amor de Dios”. La Encuesta Nacional de Opinión Católica 2014, que tuvo como objetivo conocer sus valores y opiniones sobre temas como los derechos sexuales y derechos reproductivos, señala que 87 por ciento de esa comunidad cree que los homosexuales y las lesbianas deben tener los mismos derechos que todas las demás personas. Asimismo, sobre el matrimonio civil entre personas del mismo sexo, el 59 por ciento está a favor.
Existe, por tanto, una brecha entre las posturas de la jerarquía católica y lo que sus feligreses creen y valoran, lo que provoca confusión entre quienes, convencidos de lo importante que es la fe, observan la discriminación en los discursos utilizados en los sermones, en los comunicados y en entrevistas de algunos ministros de la Iglesia.
La feligresía parece tener una opinión clara y progresista, respecto a los temas señalados, mientras que los mecanismos de la culpa, el miedo y el pecado siguen siendo la forma de coacción de la Iglesia.
La lucha por el Estado Laico aún está librándose, pese a que lo somos en el papel, desde 1857, pero la Iglesia Católica persiste en inmiscuirse en asuntos de Estado.
El pasado fin de semana fuimos testigos de movilizaciones promovidas desde la Iglesia, que ponen en jaque, justamente la condición laica que sustenta nuestro pacto social; en diversas entidades se enarbolaron consignas en “favor de la familia natural”, la negativa a la “ideología de género” en la educación de los niños y contra el matrimonio igualitario.
Esta convocatoria estuvo apoyada por la Conferencia del Episcopado Mexicano, y en las caminatas se observó a congregaciones religiosas católicas en los contingentes.
¿Pero, por qué es tan importante que la jerarquía católica no intervenga en decisiones de Estado? Por la sencilla razón que que no representa todas las formas de ejercer la fe, porque somos un país que construye ciudadanía y, por lo tanto, con criterios libres de culpa, miedo y pecado y porque las decisiones en torno a la salud, la educación y vida libre de violencia son garantías que tenemos como personas y son derechos humanos.
En nuestra ciudad, un grupo de colectivos y organizaciones de la sociedad civil decidieron realizar la iniciativa ciudadana, apartidista y sin fines de lucro denominada [i]Besatón por los derechos LGBTQ+[/i], que trató de posicionar el respeto a los derechos humanos de todas las personas, independientemente de su edad, sexo u orientación sexual; de la familia (o familias) como lo ha señalado la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del derecho al matrimonio civil para todas y para todos.
En el [i]Besatón[/i] prevaleció un ambiente de respeto y, por supuesto, de paz, aunque se trató de confrontar y desacreditar, señalando que era una provocación por la coincidencia en horario con “otra marcha”.
Al final, cumplió con su objetivo: ser pacífico, fomentar el respeto a la vida libre de violencia, reconocer el derecho al amor y manifestarlo a través de besos. Muchas parejas, tríos y grupos con sus respectivas diversidades, se besaron en la mejilla, en la frente, en la boca; mandaron besos al cielo, al aire, a la vida.
Es fundamental exigir que el Estado, retome los tratados internacionales que se han firmado y que genere acciones desde los distintos órdenes de gobierno, para el goce de una igualdad legal y real. La lucha por el reconocimiento de derechos humanos aún no termina; son derechos que no están a discusión, Por eso es pertinente no dar un paso atrás en su defensa.
[b]Mérida, Yucatán[/b]
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Muchos empleados han internalizado esta cultura de explotación y la consideran normal
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