Tabacón B. Linus
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya
Lunes 12 de septiembre, 2016
Este sábado vimos marchar a los intolerantes, los excluyentes, los homofóbicos, los prejuiciosos, los influenciables, en una palabra: los deplorables.
Marcharon de blanco, como de blanco marcha casi siempre el extremismo, los halcones que se ponen plumaje de paloma.
Los vimos marchar no como un acto de libre expresión, sino como un acto de odio. Y esto hay que explicarlo. No marcharon para decir lo que piensan, marcharon para que a otros se les nieguen derechos. Marcharon para que el derecho al matrimonio deje de ser derecho universal y se vuelva privilegio de unos cuantos, ellos. Marcharon no para enriquecer, sino para quitar.
Marcharon para sembrar diferencias, no para sumar voluntades. Marcharon no para que haya más voces, sino para callarlas y poder decir quién está bien y quién está mal. Marcharon para imponer su visión del mundo. Marcharon para que visiones pseudo cristianas de intolerancia afecten leyes en un estado laico.
No fue libertad de expresión, fue un acto de odio. En Estados Unidos sería una marcha por Donald J. Trump.
Marcharon bajo consignas aterradoras por su ignorancia. Gritaban “queremos biología, no ideología”. Como si el matrimonio que ellos defienden fuera un mandato biológico, y no la creación de doctrina religiosa judeocristiana -muy espiritual y cero biológica- de miles de años.
Si quieren un matrimonio biológico, entonces que vengan los machos alfa con su harem de hembras, el macho ultrajando a fuerza a la mujer que esté en días fértiles. Si quieren biología y no ideología, volvamos entonces al “estado de naturaleza”, quememos la cultura, la civilidad, las leyes, que todo sea fuerza bruta y dioses vengadores.
Decían “a mi hijo lo educo yo”, casi como amenaza. Lo educo yo porque es de mi propiedad, porque yo le pongo el nombre, porque yo le voy a sembrar mis prejuicios heredados, porque yo le voy a decir qué estudiar y cómo ser alguien en mi sociedad. “A mi hijo lo educo yo”, porque no tiene derecho a elegir, ser diferente, a evolucionar, a cambiar el mundo. No, lo que ellos quieren es “biología”.
Y a los deplorables los derrotó y los espantó el amor y los besos, que cabe aclarar no son biológicos. El beso no es un acto biológico, es una creación cultural. La reproducción no exige besos, los besos son parafernalia.
Al final, triunfó la gracia, la inteligencia y la audacia. Un maratón de besos -entre seres humanos que se quieren, con un cariño espiritual y de pasión compleja- desvió a miles de deplorables que querían “biología”.
En ese mundo deplorable y “biológico” no habría cabida para el arte (por lo menos no el arte degenerado, dirían los fascistas), la crítica, la ideología, la libre conciencia, ni la teología (porque teología e ideología riman); vendría la violencia, las tribus, los sellos cocidos en la ropa, las diferencias, las razas, los extraños, los fuereños, ellos vs. nosotros, la violencia porque ésa sí es muy biológica.
Quieren biología, levantarse con el Sol en medio de la jungla, cargar una espada y un garrote, perseguir al que piense y al que critique, porque las ideas son peligrosas y no son biológicas. Quieren que nadie deforme a los indefensos niños, por eso los arrastran a marchas, para que sólo tengan las deformaciones y prejuicios que ellos quieren y aprueban, las ancestrales.
La tierra es plana, el Sol gira alrededor de la tierra, bienaventurados los pobres, tú te callas, tengamos los hijos que Dios nos mande, el hombre debe enseñorearse de la mujer, así me educó mi padre… Ésa es su deplorable biología.
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