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Giovana Jaspersen
Foto: Dibujo de Víctor Argáez, Foto Giovana Jaspersen
La Jornada Maya

Viernes 9 de septiembre, 2016

El proceso para llegar a la concepción del espacio expositivo actual, se basó en un complejo corpus teórico, nutrido por corrientes filosóficas, metafísicas y psicológicas, que tuvieron siempre como hilo conductor la relación espacio-objeto-espectador y la experiencia resultante de su interacción. Sin duda, uno de los pasos más radicales, fue el ir de la idea de la galería italiana renacentista, a la galería moderna, y con ella al White cube.

Las implicaciones en el espectador del espacio arquitectónico rectilíneo, caracterizado por la “inmaculada” pureza alba y su clara frialdad son amplias. Kandinski, quien sin duda es uno de los personajes más interesantes en las artes de inicios del siglo XX, ya en Sobre lo espiritual en el arte se refiere al blanco diciendo que actúa sobre el alma como un gran y absoluto silencio, que al interior suena como un no-sonido, no un silencio muerto sino una pausa: un silencio lleno de posibilidades. Este silencio, señala además, que materialmente semeja un muro frío e infranqueable, indestructible e infinito. Con el paso del tiempo y frente a esto, la intervención del blanco fue inminente, desarrollándose ampliamente la incorporación del espacio en la obra y expresiones como la instalación; campo de la experimentación muy poco abordado en obras cronológicamente contemporáneas, pero que no lo son en temática.

Por lo anterior, sorprende que el Centro Cultural de Mérida Olimpo que acoge la exposición [i]Argáez en dibujo, 30 años en el arte[/i], gratamente se arriesgue con un montaje atrevido y contemporáneo para la presentación de piezas con una temática más cercana al costumbrismo.

De la obra del artista y sus influencias se ha hablado y no es la intención de estas líneas, pues son claras y explícitas, él mismo lo señala como introducción a la muestra. Lo que sí es de destacarse es la diferencia en el resultado expositivo, marcado por la mano del artista, quien hace del espacio arquitectónico una superficie. El espacio es creación: es obra.

O'Doherry, al abordar la ideología del espacio expositivo dentro del Cubo Blanco, sentencia que deberíamos de saber más acerca de cómo colgar los cuadros, por las implicaciones que tiene en la experiencia y en la personalidad de las obras. En este caso, se supo no sólo cómo colgar los cuadros, sino cómo hacer de ellos un camino para construir un ámbito. Destacan tres puntos: la ausencia del marco con su tiranía ambivalente y separatista; la distribución; y, la intervención del Cubo Blanco.

En sus [i]Meditaciones acerca del marco[/i], Ortega y Gasset señalaba que una obra sin él, tiene el aire de un hombre expoliado y desnudo, que su contenido parece derramarse por los cuatro lados del cuadro y deshacerse en la atmósfera. Si bien, el filósofo toma esto como una desventaja que lastima, en el caso de esta exposición, en la fuga a través del muro radica la belleza. El cuerpo femenino y peninsular se deja aprisionar en un marco, las piernas abiertas se extienden hacia los bordes del papel, y sucede con ellas, justo lo que anticipaba en sus meditaciones: se derraman y deshacen. Su flujo libre es grato. La ausencia del marco evita el elemento por ornamento, nos deja la belleza pura; la misma de la que hablaba Kant, al referirse también a la problemática del marco.

Esta libertad se complementa con la alternancia de las alturas de las obras en los muros laterales de la sala y estalla en el muro de remate. Ahí, las obras se mezclan con apuntes, bocetos, trazos, horas, fechas e ideas. "Dibujo: punto, línea, forma; punto, línea, forma…” anota Argáez en un espacio compartido con el hipil de una mujer de cabellos largos y obscuros. El muro se muestra como un diario ilustrado, las obras dialogan con los trazos y sus ideas, todas libres y por todas partes. Como si se tratara de una puerta de entrada a la mente del artista. Esta sensación de ingreso, no sería alcanzable si no fuera él mismo quien traza el camino. En ello radica otro de los puntos nodales de la experiencia, uno recorre la muestra con Argáez, es él quien narra, así como cuenta la hora, el día y el año en que surgió una idea. A las 4:08 del 15 de mayo, escribió: “apropiarme de un muro, sólo me recuerda la niñez”, y la transgresión de la infancia con su disfrute es transmitida y nos alcanza. Llega a nosotros con el asombro de no ver lo que “se esperaba”, de reconocer el costumbrismo desde lo contemporáneo, una mirada tradicional, pero con vida.

Este es el último fin de semana de la exposición en sala y la última oportunidad de disfrutarla con la misma libertad que tienen las mujeres que se derraman en sus muros. Hay que acercarse a ver que existen otros caminos de mostrar lo que se ha visto.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
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