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del

Margarito Molina
Foto.Comunicación / Unidad del Vocero
La Jornada Maya

Jueves 8 de septiembre, 2016

El patrimonio cultural es, de acuerdo con la UNESCO, la herencia de elementos culturales que un pueblo reconoce y transmite a las futuras generaciones. Esos elementos pueden ser bienes artísticos, históricos y demás representaciones culturales, a los cuales se suman los elementos arquitectónicos y arqueológicos de valor relevante. El patrimonio cultural, en particular el inmaterial, es conformante de la tan traída y llevada identidad que algunos confunden con homogeneidad impuesta.

Motivadora de esta definición de patrimonio es el largo trabajo con el concepto cultura, el cual resulta de un conjunto de estructuras significativas que organiza los símbolos en grupos o parcelas, para configurar formas de vida colectivas o individuales.

Y el turismo es, como dicen los clásicos, una actividad económica terciaria, global, que consiste en el movimiento de las personas a sitios localizados fuera de su lugar de origen, ya sea por curiosidad, ocio, o por negocios. El turismo debe observarse como una actividad transversal, ya que incide en lo social y también en lo cultural.

Los científicos sociales han reconocido que el turismo y la cultura no siempre han tenido una relación amigable. Han llegado a hablar de un “divorcio técnico y dinámico” donde la cultura ha sido un producto de las necesidades de la industria turística. Y durante mucho tiempo, en esa relación, la cultura fue un componente folklorizado, banal y rentable.

Pero, al parecer, la relación entre turismo y cultura ha dejado de ser o blanco o negro, como sucedía todavía hace quince años, cuando se analizaba el fortalecimiento de la legislación y usos del patrimonio cultural de la nación: todo indica que puede existir una gama de grises como resultado de la coexistencia de dos realidades y necesidades.

A nivel peninsular, el patrimonio y el turismo se han transformado en un interesante motor de desarrollo. Especialmente Yucatán y Campeche han logrado una articulación interesante, donde el patrimonio material y algunos elementos de la cultura inmaterial son parte de la propuesta turística.
En números redondos, tanto Campeche como Yucatán recibieron cada uno, en el último año, un poco más de un millón y medio de visitantes. Quintana Roo, con sus 90 mil cuartos de hotel ha llegado a recibir 14 millones de turistas en ese mismo año.

No teniendo Yucatán y Campeche las playas que tiene Quintana Roo –principal atractivo del turismo masivo–, ellos tienen un patrimonio edificado en donde el estado del Caribe mexicano no destaca. Quintana Roo tiene un fichero muy escaso de en patrimonio arquitectónico. Nuestros monumentos históricos, arqueológicos y artísticos apenas son notorios dentro de los 100 mil que integran el universo del catálogo nacional.

A excepción de la zona arqueológica de Tulum –la que más ingresos aporta a la federación por su número de visitantes y una del sistema de los 13 sitios arqueológicos abiertos en Quintana Roo–; del fuerte militar del siglo XVIII y de la antigua, pero austera iglesia de San Felipe de Bacalar; de la iglesia Balam Nah en Felipe Carrillo Puerto; de las cada vez más escasas casas de estilo colonial inglés en Chetumal; de los ruinosos templos coloniales de Tihosuco, Sabán, Sacalaca, Huaymax, Xquerol, Chunhuhub, Polyuc, Boca Iglesia, los restos del pueblo de Chichanhá, de la hacienda de Fermín Mundaca y de alguna otra hacienda perdida en los humedales y la selva, no tenemos un portentoso patrimonio arquitectónico que podamos integrar a una seria oferta de turismo cultural en el mismo sentido de los estados vecinos.

[b]Un paso adelante[/b]

En Campeche y Yucatán se hacen esfuerzos por afinar el diseño de sus productos turísticos culturales e integrarlos a circuitos o rutas de visitas, como lo hacen en España o Italia. En nuestros estados vecinos, las viviendas y edificios públicos coloniales o neoclásicos, los conventos e iglesias, las haciendas henequeneras, ganaderas o cañeras y los monumentos, se integran perfectamente a ofertas de orden culinario y a manifestaciones del arte popular: baile, música, canto y artesanías.

Ellos aprovechan perfectamente el patrimonio edificado que heredaron de su historia prehispánica y colonial y hacen gala de ingenio al diseñar campañas que promocionan hasta la personalidad amable de sus habitantes cuando los invitan a recibir a los turistas. Ellos trabajan principalmente el modelo de turismo cultural. Este modelo es la conjunción de una empresa económica y una comunidad receptora del visitante. Se crea un espacio de interacción, donde el turista es atraído por lo que ofrece una comunidad y su patrimonio cultural, sea tangible o intangible. Esa relación permite un diálogo entre el visitante y la comunidad y con ello, el intercambio de significados y conceptos del mundo hace que las mutuas diferencias entren en una perspectiva interesante: ellos vienen a conocer una historia y una cultura diferente y eso ya es una interesante experiencia que se transforma en oferta mundial.

A Quintana Roo arriba un nuevo gobernante con experiencia en el modelo de desarrollo turístico que confía en la generación de nuevos productos más allá del sol y playa. Carlos Joaquín cree en el turismo cultural, en el de naturaleza y en el deportivo: esa es parte de la innovación turística que propone el próximo gobernador de Quintana Roo ya que el modelo de turismo masivo “empieza a quedarse rezagado y es el que menos derrama económica genera en el mundo”.

[b]Modelo turístico[/b]

Entonces, se tiene en puerta un gran reto. ¿Cuáles y cómo generar esos nuevos productos turísticos donde la cultura local participe en un modelo sustentable y armonioso entre la sociedad y un modelo económico?

Hace veinte años, cuando estaba en boga la teoría del modelo sustentable, se había identificado, casi por simple intuición, que en el centro y sur de Quintana Roo existían las condiciones para poner en práctica algunas ideas que nos pusieran en posición de competir con experiencias como la costarricense. En ese mismo paquete entraba el patrimonio material prehispánico y lo poco que de la Colonia se tiene.

Se necesita para este modelo más trabajo, una mayor preparación y capacitación para el diseño de los productos turísticos y sobre todo una participación social que permita un mayor beneficio económico equitativo. Se requiere un análisis desapegado de la nostalgia, una reflexión contemporánea, que nos permita revisar nuestros inventarios culturales propios, los elementos medioambientales, y aceptar que el turismo es un fenómeno que llegó para quedarse y que debe verse como una oportunidad para definir indicadores y metas que tengan que ver con las recomendaciones de un desarrollo humano: mejores condiciones de salud, erradicación de la pobreza y preservar nuestro patrimonio cultural.

Resulta paradójico que fue el interés cultural y científico uno de los principales factores que originaron el nacimiento del turismo mundial: arqueología, invención de la fotografía, exposiciones científicas y culturales internacionales y la misma literatura de ciencia-ficción de Julio Verne contribuyeron a conocer el mundo.

Ahora queda esa tarea de planeación, donde el turismo y cultura caminen juntos sin que la cultura inmaterial de un pueblo se vea afectada, sino que sus portadores se beneficien. Se nos puede estar haciendo tarde para diseñar políticas públicas donde nuestro patrimonio sea valorado y adquiera relevancia, sin menoscabo de los derechos culturales de las comunidades. Es necesario hacerlo como una propuesta, no como una imposición, y hay que apurarnos antes que ya nadie quede en los pueblos para escucharnos.


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