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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 2 de septiembre, 2016

En México, 71.5 por ciento de la población cuenta con conexión a Internet. Entre los usos que le da este porcentaje a la red de redes está la realización de tareas y obtener información académica y educativa (18.5 por ciento), consultar redes sociales (13.6 por ciento) y leer, escuchar y ver noticias (12.9). El 48 por ciento de la población tiene una cuenta en redes sociales. Facebook, con 72.3 por ciento, es la plataforma más popular. Le siguen WhatsApp, con el 10.1 por ciento; Twitter, con 6.5 por ciento, e Instagram, con 1.7 por ciento. Sólo el 23.6 por ciento de los mexicanos considera que la información sobre temas políticos o públicos que se publica en redes sociales es confiable. El 64.4 por ciento considera que no. Todos estos datos aparecen publicados en la Encuesta nacional 2016, realizada por Gabinete de Comunicación Estratégica. Ese mismo despacho publicó los resultados del sondeo titulado Credibilidad en medios. El medio preferido por los mexicanos, según lo que arroja esta encuesta, es la televisión, con el 49.1 por ciento. Le siguen la Internet (21 por ciento), los periódicos (9.8 por ciento), las redes sociales (9.4 por ciento) y la radio (7.3 por ciento).

Cuantitativamente, las redes sociales aún están en camino de consolidación, y eso se debe a que la conectividad a Internet todavía no es universal. Además, la gran mayoría opta por los medios tradicionales para informarse y forjarse una opinión. Plataformas disruptivas, como el Twitter, son todavía exclusivas para un sector de la población. Aunque las redes sociales son actores en este reacomodo en la geografía mediática, distan mucho de ser los protagonistas… Aún. Bajo esa óptica sería muy válido el entrecomillado con el que titulo este viernes: “Me dan como que hueva las redes sociales” Sin embargo, los hechos me demuestran que soy un troglodita, un hombre de tinta que se evapora en sus columnas anacrónicas de 5 mil caracteres. No soy el único, hay millones como yo. Cavernícolas modernos que intentamos, en vano, desembarcar en un territorio desconocido, hostil. Intentamos replicar en esos nuevos lienzos, sintetizar en esos complicados muros unas ideas que también comienzan a oler acedas. Ante nuestra torpeza al usar las redes sociales, comenzamos a descalificarlas. Repetimos ideas de nuestros gurús, como Umberto Eco, y las menospreciamos diciendo que ahí se da cita una legión de idiotas.

Ensalzamos nuestras batallitas, como abuelos, y ninguneamos a las que ahí se luchan. Nos quejamos del anonimato y de la beligerancia estéril; nos ponemos al tú por tú con usuarios que intentan, en la inmediatez de su generación, reducir en ciento cuarenta caracteres nuestra postura. Hablamos en idiomas distintos, trabajamos con esquemas mentales completamente opuestos. No son las redes las que nos chirrían, son los millenials, a los que no terminamos de entender. Millones y yo. Estos días hemos recibido varias lecciones. En las redes sociales se originaron las chispas que incendiaron las piras funerarias de personajes públicos. A nivel nacional, Nicolás Alvarado renunció a la dirección general de TV UNAM, días después de que una columna suya sobre Juan Gabriel fue duramente cuestionada en redes sociales. Aquí, en Yucatán, Irving Berlín Villafaña, director municipal del Ayuntamiento de Mérida, igual sufre los embates de la opinión pública por escribir en su cuenta de Facebook un comentario sobre la muerte de Juan Gabriel. Es sorprendente cómo una carrera de años se puede derrumbar en cuestión de horas. Y en el caso de Alvarado y Berlín, el principio de su fin no se debe a cuestiones de corrupción o de ineptitud, sino a que simple y sencillamente hicieron un uso inadecuado de las nuevas plataformas.

Los que no somos nativos digitales, a los que nos alcanzó sorpresivamente el futuro, debemos movernos con cautela en las redes. Como felinos. Tal vez, en casos extremos, limitarnos a ver los resultados de los complejos algoritmos que manejan los hilos de esas nuevas tecnologías, ya que incluso la simple acción de compartir o “retuitear” nos puede causar problemas. Aprender poco a poco, adaptarnos a ese ambiente, conocer sus luces y sus sombras. Desde nuestra limitada óptica neandertal, ese mundo raro puede ser muy peligroso. Costarnos, por ejemplo, nuestro trabajo. Sin embargo, no hay que olvidar que, además de esos linchamientos públicos sobredimensionados, en esas plataformas se han gestado estupendas revoluciones y se han revelado exclusivas que han tumbado a gobernantes corruptos. Las redes sociales no nos deben de dar hueva —ni mucha ni poca—, ni miedo. Es cuestión de sobrevivencia. El nuevo mundo es distinto, más agresivo, más rápido, más contundente. Esa líquida parsimonia en la que nacimos y crecimos, esa bolsa amniótica en la que nos sentíamos seguros ya se acabó, se rompió. Estamos expuestos, en la encrucijada que nos lleva a la extinción o a la adaptación. Hay que tener en cuenta que aunque logremos movernos como peces en ese océano virtual, nunca nos quitarán la etiqueta de chavorrucos.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
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