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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Francisco Estrada / JAM media
La Jornada Maya

Jueves 11 de agosto, 2016

Algo hay que reconocerle a Robel Kiros Habte: sus dos cojones. Tan grandes, tal vez, que lastraron su paso por la alberca olímpica. Este etíope participó en Río por una invitación y marcó el peor tiempo de los 100 metros libre. Entre el penúltimo lugar de la competencia y él, te daba tiempo de comerte un taco… Tal vez fue lo que él hizo. Sin embargo, a este atleta le resbalan las críticas, incluso las que señalan que llegó a las Olimpiadas por la única razón de ser quién es: hijo del presidente de la federación de natación de su país.

Muy distinto es el caso de Alexa Moreno, una joven que el lunes cumplió años y recibió como regalo un huracán de críticas, todas relacionadas con su físico. Ella compitió en gimnasia, una disciplina en la que México ni pinta —como en muchísimas otras, como el futbol—. No obtuvo su pase a las Olimpiadas por palancas, como el etíope Kiros Habte; se lo ha ganado desde que tenía tres años, cuando comenzó a practicar esta disciplina.

Alexa es originaria de Mexicali, Baja California; ganó el oro para nuestro país en los Juegos Centroamericanos de Veracruz en 2014, y otro oro en los Juegos Centroamericanos de 2010. Este año, en la Copa del Mundo de Gimnasia Artística, que se realizó en Portugal, obtuvo medalla de plata en salto de caballo. En los mundiales de Glasgow, Escocia 2015 y Nanning, China en 2012, quedó séptima. En la víspera de su cumpleaños, el pasado 7 de agosto, tras culminar su participación en el [i]all around[/i] y quedar en el puesto número 12 en su especialidad (el salto de caballo), dijo a la agencia Notimex sentirse “tranquila y satisfecha con lo realizado, por haber logrado estar en Juegos Olímpicos y desde luego, poner en práctica lo trabajado y ver hasta dónde puedo llegar”.

Y fue entonces cuando se desató el maremoto. Las redes se inundaron de insultos, de imágenes de cerdas; cientos, quizás miles de mexicanos demostraron por qué el país está como está, inundado de prejuicios y de paradigmas, rebosando de odio, exudando resentimiento. Los insultos a esta atleta nos describieron como una nación machista, racista e idiotizada. Le restamos todo el esfuerzo a esta joven mujer únicamente por su apariencia, por no adaptarse a los cánones de belleza que nos inyectan las televisoras que tanto decimos odiar pero que no podemos vivir sin ellas.

Tal vez si Alexa hubiera sido hija de un funcionario, como ese cínico tritón africano, la reacción no hubiera sido tan virulenta. La aberración de nuestros valores ha llegado a extremos inauditos, ya que somos capaces de soportar —e incluso aplaudir en la intimidad— fraudes y trampas, pero rechazamos lo que no se ajusta a los estándares dictados por nuestros titiriteros. Como ser humano, como ejemplo a seguir, Alexa destaca sobre, por ejemplo, Angélica Rivera. Pero no. Ese tribunal intransigente, superficial en el que nos hemos erigido la condenamos a primera vista. No se ve delgada, y eso es lo único que vale en la fatuidad de nuestra existencia plástica.

Sentados desde nuestros sofás, atiborrándonos de cacahuates, nos apuramos a descalificar a alguien que —literal y metafóricamente— ha sudado por estar donde está. Nos convertimos, de repente, en expertos en gimnasia, y destruimos su actuación como si Atila nos hubiera poseído; sobre nuestras lapidarias palabras no volverá a crecer el pasto. Y, seamos sinceros: no criticamos su desempeño, sino su apariencia. Nosotros, que somos su espejo. Nos cebamos de la mujer en un [i]bullying[/i] que a muchos indigna pero que no trae consecuencias. Podemos decir, escribir, gritar ¡pinche cerda! con una impunidad que duele y que lacera.

Con esta actitud, México no se va en blanco de estos juegos olímpicos. Se lleva, indiscutiblemente, la medalla de oro de la mezquindad. La legión de idiotas que lanzó en forma de insultos su cobardía e ignorancia a Alexa se une con los que ayer se frotaban las manos esperando a que Rommel Pacheco perdiera, resentidos inexplicablemente por las veces que ha ganado la medalla al Mérito Deportivo Yucateco. “Es el preferido del gobierno”, justificaban su animal bajeza. El deporte, que debería sacar lo mejor de nosotros —en lo individual y en lo general— se ha convertido en la válvula de escape de esta olla de presión de resentimiento en la que se ha convertido el país.

Cápsula de tolerancia. [i]La pequeña comunista que no sonreía nunca[/i], de Lola Lafón, es una exquisita novelita en la que se describe el difícil mundo de las gimnastas. Su lectura puede ayudarnos a comprender un poco los esfuerzos de Alexa. Ella fue capaz de asomarse a uno de los escenarios más competidos del deporte mundial, marcado por la excelencia desde la fulgurante irrupción de Nadia Comäneci, protagonista de la historia. Los desgarros, desvelos, frustraciones y sueños de Alexa se los pagamos no con agradecimiento sino con insultos. Somos un asco.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
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