Jhonny Brea
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya
Viernes 15 de julio, 2016
Trajín he traído toda esta semana: que llevar a los niños con la modista para que les midan sus disfraces, luego recogerlos –sin olvidar pagar, por supuesto– luego llevarlos a los ensayos, para colmo salen temprano. En fin, las labores propias de mi sexo.
Pero ahora sí, algunos antes, otros en estos días, pero todos estamos alertas al punto en el que termina la escuela y empieza el caos. Las últimas tres semanas han sido de averiguar dónde hay cursos de verano accesibles y de horario amplio. Si no, imagínense tener a La Cutusa y El Kisín en la casa, y uno tiene que ir a trabajar. Sería como vivir todos los días como un viernes de consejo escolar.
La verdad, en las vacaciones es cuando uno agradece el trabajo de los maestros. Si ya de por sí esos últimos viernes de cada mes son la demostración de que el sistema escolar no está adaptado a la realidad laboral y familiar, el receso de verano es nefasto. A fin de cuentas, los niños traen energías y son propensos a meterse en líos.
Afrontémoslo: uno intenta ser buen padre, pero también hay que cumplir en el trabajo, y a menos que se tenga una plaza con 15 años de antigüedad y prestaciones de ley, el subempleo no permite salir de vacaciones. Los privilegiados tienen a lo mucho, 15 días, así que cuando escuchamos que quieren que el receso de verano sea de dos meses, “como era antes”, los padres, simples mortales a fin de cuentas, comenzamos a sufrir de angustia.
Contrario a lo que pudiera pensarse, que los niños salgan de vacaciones no significa ninguna libertad. Al contrario; si se quiere asistir a una cita, tendrá que aclarar: “voy con mis hijos”, y anda uno con la un oído atento al interlocutor y otro a las voces de los chamacos, que se la pasan corriendo por el café o restaurante en que nos encontremos, con el riesgo de que atropellen a un mesero y alguna bebida, caliente o fría, caiga sobre la persona inapropiada, o sea, cualquier persona.
Hay que tomar en cuenta otra variante: el ama de casa es especie en peligro de extinción. Siendo La Xtabay y su Wolverine panzón orgullosos padres trabajadores, cuando llega el último viernes de cada mes nos volvemos los más indefensos cachorros frente a nuestras respectivas madres. Esos días, las abuelas se ganan el cielo, aunque por la mañana nos hayan dirigido una de esas miradas capaces de hacer que el mismo Chupón regresarse solito a la cárcel de Cancún. Esas que sólo una madre sabe lanzar.
En estos tiempos, un curso es la mejor opción. Por unos cuantos pesos, los demonios de la casa pueden tener actividades bajo el sol, que terminan desgastándolos; algunos ofrecen clases de natación, con toda la exigencia que este deporte tiene para el cuerpo, así que cuando llegan a casa sólo quieren comer y, como oxkaanes, echarse a dormir unas tres horas, lo cual viene como bendición.
Por supuesto, en cuanto a cursos de verano hay para todos. Algunos ofrecen talleres de manualidades, de repostería, hay otros que se escuchan fabulosos por ser de robótica; en fin, según los gustos de los engendros y el bolsillo de los papás. Para los niños no deseados están los de inglés y Mis vacaciones en la biblioteca.
Pero bueno, resignación. El lunes entregan calificaciones y después de eso, ahí será el llanto y el crujir de dientes… de los padres.
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