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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Jueves 12 de mayo, 2016

El Congreso de Campeche acaba de aprobar los matrimonios entre personas del mismo sexo. Lo hizo por abrumadora mayoría. Únicamente votó en contra la diputada por el Movimiento de Regeneración Nacional Silvia Avilés Avilés. Aquí está la primera paradoja. A nivel nacional, Morena se ha destacado por impulsar esta iniciativa; sus integrantes han protagonizado el intenso debate que se ha generado sobre este tema.

Únicamente en Campeche, la abanderada del movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador se mostró en contra. Extraña aliada de quienes se oponen a esta ley, que como consignó La Jornada Maya en su crónica de ayer “gritaban a las puertas del recinto: ‘La familia unida jamás será vencida’, ‘queremos ser escuchados’, para rematar con la oración del Padre Nuestro”. Que Dios nos coja confesados, compartiría, nervioso, el editor.

La segunda paradoja la encontramos en la prensa internacional. El sábado 7 de mayo, el periódico español El País publicó un interesante reportaje sobre legislaciones locales en México. En éste se denuncia que en tres entidades dejan sin condena a quien tenga relaciones sexuales con un adolescente si se casan. Entre ellas está Campeche.

Cito a ese medio “Los estados de Sonora, Campeche y Baja California contemplan en sus códigos penales sanciones de entre tres meses y seis años de prisión a quien ‘realice cópula’ con una persona mayor de 14 años y menor de 18, pero los tres otorgan el indulto al abusador si contrae matrimonio con el adolescente. En los norteños Sonora y Baja California, además, los adolescentes varones y las víctimas de explotación sexual quedan desprotegidas, pues el delito de estupro (sexo con adolescentes) está tipificado como la cópula con ‘una mujer’ menor de 18 años, ‘casta y honesta’ o ‘que vive honestamente’”.

En un escenario similar al vecino Yucatán, Campeche intenta subirse al tren del progreso, en muchos casos a golpe de legislación. La tarea, para los dos estados peninsulares, es ardua, ya que aquí y ahí la vanguardia cohabita en estos momentos con el medioevo. Esas contradicciones se reflejan en la sociedad y, en el caso campechano, en su legislación.  

Tiempos complicados ya se ciernen sobre esta entidad, en la que hace décadas se anunció que el mayor problema del país radicaría en saber administrar la abundancia —otra irónica paradoja, valga esa bastarda redundancia—. Con un mercado mundial del petróleo en sus peores niveles y sin visos de solución, Campeche se tendrá que adaptar al nuevo y complicado escenario.

Para hacer frente a esta situación ya se están tomando medidas, como la inclusión de la entidad a zona económica especial. Sin embargo, aún falta mucho por hacer. La deblacle del sector de combustibles fósiles ya estaba anunciada; irrumpió más rápido y fuerte de lo que se esperaba.  Además de los cambios económicos que provocará se encuentran los sociales, ocasionados por la falta de empleos y, por ende, de ingresos. Este ingrediente explosivo puede dinamitar los bajos niveles de seguridad de Campeche, que como los de Yucatán son un oasis en el violento desierto en el que se ha convertido México. 

Las ubres de brea del Golfo se secan, irremediablemente, en un contexto de envidias y prejuicios internacionales, adelantando la consolidación de nuevas fuentes de energía. Esto, reitero, dejará huérfanos de ingresos y ocupación a miles, cuyas habilidades, de un momento a otro, se han convertido en obsoletas, en muchos casos inservibles. ¿Qué futuro le espera a esos náufragos de la geopolítica mundial y de la ineptitud y corrupción de esas petroleras que hoy se van a pique como el Exxon Valdez?

Como sociedad, los campechanos tienen un gran reto; tal vez el más complicado en todo el país, ya que implica un replanteamiento completo, integral. Y en esta coyuntura afloran esas paradojas con las que dio inicio esta columna. Se está optando por realizar un cambio radical, que redefina todas las áreas, comenzando con el núcleo familiar. Antes de arder, parece, Campeche está dispuesto a renacer de sus cenizas. Esas sí son noticias. Y las leo y digiero fascinado.  

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A pesar de que se ha debilitado con los años, erosionado incluso adrede, existe aún un sentimiento peninsular. Grandes medios nacieron con el objetivo de informar a los pobladores de ese gran territorio que hoy está dividido en tres estados. Una empresa notable, sin lugar a dudas. Tanto, que la mayoría ha dado marcha atrás y se ha atrincherado en las fronteras de sus propias entidades. Ese repliegue, causado por la incapacidad o la pereza, ha contribuido incluso a crear un artificial antagonismo entre campechanos, quintanarroenses y yucatecos, mayas todos, al fin y al cabo. Por eso es de llamar la atención —y la admiración— el arribo de La Jornada Maya a Campeche. Irremediablemente, la modernidad tiende a abrir fronteras. Y qué mejor que estas sean las de nuestra propia península.  Por décadas nos han separado —divide et vinces—, y por primera vez atisbo un útil acercamiento. 

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Mérida, Yucatán


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