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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Miércoles 27 de abril, 2016

No sólo se planea instalar un complejo sistema de videovigilancia. Dicen que los ojos y oídos del poder van más allá, que saben lo que decimos y hacemos; lo que escribimos, aún antes de que se publique. Dicen. Murmuran. No me consta, pero tomo precauciones. Ociosas, tal vez, pero así me siento más seguro. Y, lo confieso, un poco más interesante. Algo así como un disidente tipo Solzhenitsyn, evadiendo el gulag con ingenuas artimañas. Estas líneas, por ejemplo, las escribo con una computadora que no tiene internet. Una pieza de museo, la primogénita de una máquina de escribir. Una excentricidad, si se toma en cuenta que al poner punto final la enviaré por correo electrónico.

Pero qué importa. Así emulo a Pasternak, que contrabandeó, capítulo por capítulo, su Dr. Zhivago para que esta novela traspasara las fronteras de la censura y viera la luz en París. La vigilancia tiránica, deberían ya de haberlo comprendido quienes la ejercen, fomenta la creatividad y hace más sagaz al crítico. Hay mucha diferencia en la vigilancia propuesta en el programa Escudo Yucatán a la que se practica con diversos sistemas informáticos ilegales. La primera tiene como objetivo la prevención del delito; la segunda, infundir temor entre los opositores.

A ese tipo de espionaje estamos expuestos todos. Desnudos, indefensos ante cualquiera que tenga recursos para adquirir los programas y los equipos que estas prácticas requieren. El gobierno, la empresa rival, el partido opositor, el acreedor. Esos ojos y oídos se venden al mejor postor; por tanto, la paranoia, en estos días, es una virtud.

Ante las advertencias de Edward Snowden, el espía tránsfuga que desde un rincón indeterminado e indeterminable asegura que con los medios adecuados y los recursos suficientes un tercero puede incluso saber la envergadura de tu redundancia, cualquier prevención es necesaria. Se puede llegar a extremos, como los que sugiere el mismo Snowden, de poner los celulares en el refrigerador o de tapar las cámaras de tu computadora o tablet. También, como ya hicieron los servicios diplomáticos de varios países, desempolvar las olivettis y recurrir de nuevo al correo tradicional, ese que corretean los perros. Los pájaros en el alambre ya son parvada.

De medidas preventivas ante el espionaje prefiero el método de la mafia. Te explico: de 1993 a 2006, Bernardo Provenzano fue el Capo di tutti capi de la Cosa Nostra siciliana. A pesar de sus inicios violentos, que le valieron el sobrenombre de El Tractor, se suavizó con los años, al grado de ser conocido como u Zù Binnu, el tío Binnu. Violento, incluso, en el sentido bíblico, en el inicio de su carrera criminal, tras un escandaloso altercado en una taberna con un paisano y amigo, lo invitó a acompañarlo a campo abierto para hablar. Ahí, sentado a horcajadas sobre él, lo mató golpeándole repetidamente la cabeza con una piedra de gran tamaño; como Caín.

Décadas después, tras una intensa cacería, fue capturado en un mes como este, de 2006. Lo detuvieron en la caseta donde se escondía, en un monte cercano a su propio pueblo, Corleone. Llevaba 43 años en la clandestinidad, huyendo de la justicia. La captura fue un golpe de suerte, ya que el capo utilizaba un complejo sistema de comunicación que ni el más moderno sistema de espionaje podía interceptar. Ni el Galileo. Provenzano se ponía de acuerdo con sus acólitos por medio de unos papelitos escritos a máquina, a los que se les llamó pizzini. En estos, doblados y redoblados, impartía sus instrucciones y “consejos”, y debían seguir caminos de lo más alambicado para llegar a sus destinatarios sin despertar sospechas.

Andrea Camilleri, experto en temas de la vida y de la mafia, ha escrito un libro sabrosísimo: Vosotros no sabéis, editado por Salamandra. En él destripa esos papelitos, que convirtieron al corleonés en un fantasma mundano, en una sombra con peso. Los pizzini, además, estaban escritos en clave. Únicamente podrías descifrarlos si conocías la historia del capo y de sus cómplices y tenías acceso, además, a la biblia subrayada de los autores. Camilleri contextualiza y recuerda que los mafiosos son muy religiosos. “Un cruel jefe de la mafia de Misilmeri, Momo Grasso”, ejemplifica, “interpretaba todos los años a Jesús en la representación de la Pasión. Ponía tanto empeño en ello que el hecho de intentar arrebatarle el papel podía acarrear fatales consecuencias”.

Créelo. De que pueden espiarte, pueden. ¿Quién? Hasta el momento, no se ha publicado prueba contundente alguna que revele uno o varios nombres. Son, hasta el momento, conjeturas. Tal vez con mucha razón. Eso no lo sé ni estas líneas pretenden analizarlo. Yo, que en muchas ocasiones la hago de kamikaze, tampoco he recibido amenaza o “sugerencia” alguna, hay que decirlo. Sin embargo, nunca está de más parar en seco y voltear. Yo lo hago. Tal vez así, pienso, mantendré la mirada a esas personas a quienes tanto les importa lo que digo o hago. Que, en esa fantasía de novelista ruso disidente, tal vez espero que sean legión. Te mantendré informado.


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