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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto:Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 22 de abril, 2016

Ser ostentoso en Tepito. Creer en promesas de campaña. Comprar productos para bajar de peso. Fumar a escondidas, y pensar que nadie se da cuenta. Prestar un libro y esperar a que te lo devuelvan. No dudar ante el “mañana te pago”; aceptar incondicionalmente la promesa de “nomás la puntita”. Pensar que esa ropa que compraste por internet te va a quedar como al modelo de la foto. Contratar, en enero, una suscripción anual al gimnasio. Comprar un pantalón una talla más chica, prometiendo que bajarás de peso. Transportar medio millón de pesos en un Chevy sin seguridad alguna.

Tal vez las mil 800 cámaras de vigilancia que se proponen instalar en la implementación de Escudo Yucatán sean insuficientes. Sobre todo, si se tienen en cuenta sucesos como el ocurrido el martes, cuando seis sujetos encapuchados les robaron casi medio millón de pesos. Las cámaras, por muy modernas que sean, no pueden hacer nada ante esa candidez que raya en la altisonancia.

El asalto se registró en la carretera Muna-Maxcanú, en el tramo Opichén-Calcehtok. Ahí, en la mañana, transitaba un Chevy Monza. Dos camionetas, una Windstar rojo y una estaquitas blanca, le cerraron el paso y de ellas se bajaron seis sujetos. Tenían los rostros cubiertos, y tres de ellos, por lo menos, estaban armados. Según reportes periodísticos, uno con escopeta y los otros con pistolas calibre 22.

Encañonaron y obligaron a salir del Chevy a sus pasajeros, cuatro en total. Los golpearon y los ataron. Los dejaron en un camino de terracería. Y se llevaron un botín de casi medio millón de pesos. ¿Qué hacía esa cantidad de dinero en ese automóvil? Tres de los pasajeros asaltados eran empleados del Banco del Ahorro Nacional y Servicios Financieros, Sociedad Nacional de Crédito (Bansefi), y uno, policía de Hunucmá. Todos estaban desarmados. Incluso el agente.

Los cuatro, se señala en la reconstrucción de hechos, habían retirado el dinero en Ticul, en un banco que está a unos metros del parque principal. Con el efectivo se subieron al Chevy y se dirigieron a Halachó. Ahí iban a pagarle a 422 personas el apoyo bimestral del programa 65 y más. Más o menos mil 100 pesos para cada uno de los beneficiarios. Es decir, llevaban varios fajos de billetes de 500, 200 y 100 pesos.

Los tres empleados de Bansefi y el policía de Halachó recuerdan varios detalles del robo, entre ellos, claro, que los asaltantes tenían acento fuereño. Tal vez ahí radica ese exceso de confianza. Para ellos, ningún yucateco de buena cuna sería sospechoso de robar el dinero de los viejitos; eso tiene que ser obra de alguien de afuera; de un forastero, de un huach. Nadie nacido aquí sería capaz de robar ese medio millón de pesos, aunque se los restrieguen en sus caras y sea transportado por cuatro habitantes de la tierra de la fantasía. Y aquí, puntualizo, estoy siendo irónico.

Sin embargo, hay una lógica sustentada, teniendo en cuenta la inmensa cantidad de diligencieros que en sus motitos transitan por nuestras ciudades con cantidades similares en sus mochilas; muchas pequeñas y medianas empresas de la península pagan su nómina en efectivo, misma que transportan sin ninguna medida de seguridad. Lo que pasó en la carretera Muna-Maxcanú es una señal de alerta. Blindarnos contra la inseguridad no implica únicamente instalar cámaras; nos hace falta un poco más de malicia… Sobre todo si nos percatamos que Bansefi ya fue víctima de varios robos similares.

A inicios de este mes, en Veracruz, un comando armado asaltó a pagadores de Bansefi que iban a repartir los apoyos del programa Prospera entre familias indígenas de la sierra de Zongolica. En ese episodio acribillaron a un policía, y otros tres empleados resultaron heridos de bala. El comando armado logró un botín superior a los 2 millones de pesos. A finales de febrero, en Culiacán, Sinaloa, los ladrones optaron por entrar directamente a una sucursal de Bansefi, en la noche, de donde se llevaron tres y medio millones de pesos. Esta cantidad igual estaba destinada a beneficiarios del programa Prospera.

Según un reporte, en los primeros 18 meses del sexenio, las empresas liquidadoras de programas sociales promovidos por la Secretaría de Desarrollo Social han sufrido el robo de más de 13 millones de pesos. Pero, al parecer, eso no importa. El dinero está asegurado. Ese argumento se presumió en Sinaloa, Veracruz y ahora en Yucatán. No importa. El caso es cuánto cuesta ese seguro, teniendo en cuenta lo fácil que es perderlo. La prima de riesgo ha de ser altísima, como el Everest; como la que paga por su seguro contra choques mi prima. Y ese recurso es público. Ternuritas. Incapaces de resguardar dinero público. Irresponsables que ponen en riesgo la vida e integridad de sus empleados.

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[b]Mérida, Yucatán[/b]


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