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Pablo A. Cicero Alonzo
La Jornada Maya

Viernes 15 de abril, 2016

El factor humano es uno de mis libros favoritos; lo escribió un excelente periodista: John Carlin, y aborda un episodio de la vida de Nelson Mandela. Es una historia espectacular, muestra cómo el deporte es capaz de sacar lo mejor de un ser humano. Así lo dedujo Mandela y por eso utilizó el rugby para sepultar al moribundo apartheid de Sudáfrica. Si te gustó la película Invictus, dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon, realmente disfrutarás el libro El factor humano.

Una de las noticias más comentadas esta semana fue la victoria del Atlético de Madrid al Barcelona. A diferencia de Brayan Tenoc, ese personaje ficticio —pero tan real— inventado por los genios del Deforma que cada vez que hay juego en el Bernabeu se disfraza y a todos saluda con un “¡Jala, Madrid!”. No soy aficionado al fútbol; ni al de aquí ni al de allá. Sin embargo, me llamó la atención que, en el curso de Comunicación Estratégica, que Eduardo del Buey imparte en la Universidad Marista de Mérida, un compañero respondió a la pregunta ¿a quién admiras? diciendo, sin dudar: “A Diego Simeone”. Asentí, más por villamelón que por estar de acuerdo. Pero la explicación de mi compañero me convenció. Primero, describió a la afición madrileña, dividida entre el Real y el Atlético. Los primeros, como su nombre lo indica, son más pijos, reaccionarios; seguidores igual, como su nombre lo indica, de la realeza. Los forofos de los últimos son, principalmente, de la clase obrera, republicanos, contestatarios. Los términos pijo y forofo son de ahí; equivalen a fresa y a seguidor, o al sudamericano hincha.

Mientras el Real Madrid compraba jugadores por millones de euros, la economía de la capital española se deprimía, algo que se reflejaba en el desahucio de miles de hogares. Contrastó con el dispendio de los merengues la austeridad de sus rivales, encabezados por su director técnico: un argentino con cara de mono que se llama Diego Simeone. Ese inmenso sector de la población se inspiró en la garra y entrega de su equipo; en sus victorias encontró refugio a sus calamidades diarias. Así lo advirtieron el Cholo —término sudamericano para referirse a los amerindios— Simeone y su equipo. No ganaban para lucirse, sino para alegrar a las atribulados tribunas. Y esas victorias se lograron en parte al empuje del director técnico, quien con un liderazgo brutal hizo que once jugadores fueran multitud. El cholismo, hoy día, es casi una religión. Y es más probable de lo que te imaginas encontrarte con uno de sus feligreses. Yo ya conocí a uno. Y ahora lo comprendo más. En una entrevista en la que le preguntan sobre el secreto de su liderazgo, con una sencillez de hortelano, Simeone señala que “es trocear el desafío, convertirlo en una secuencia de metas a corto plazo”. Un Cavafis con pants, declamando en un vestidor con hombres semidesnudos que lo importante es el viaje, no el destino.

Pero así como el deporte puede sacar lo mejor de nosotros, puede igual hace aflorar lo peor. También esta semana se suscitó una polémica en esa caótica, estridente ágora que son las redes sociales. En el marco de su gira por Alemania, el presidente mexicano Enrique Peña Nieto coincidió con Javier Chicharito Hernández, jugador del Leverkusen. Ambos, sonrientes, se tomaron varios fotos: con ellos solos y con sus parejas. Además de los esperados memes —hay uno buenísimo: LG patrocina al Leverkusen, y su logotipo está impreso en su playera; en el meme, Peña Nieto le agradece al futbolista por regalarle una camisa con las iniciales de su esposa, La Gaviota— en las redes se desempolvó el mensaje que Chicharito compartió con motivo de la desaparición de los 43 normalistas. Lo calificaron de esquirol, de incongruente, de comparsa…

Más cerca, aquí en Mérida, Corey Flow Wimberly, jardinero de Leones de Yucatán, fue detenido la madrugada del domingo en un retén de la SSP en Periférico, al no pasar el alcoholímetro. No sólo durmió tras las rejas, sino que a la directiva de su equipo le costará una fuerte multa por parte de la Liga Mexicana de Beisbol, siguiendo los estrictos lineamientos de las Grandes Ligas para este tipo de casos, tal y como informó oportunamente Tony Bargas aquí, en La Jornada Maya. “No voy a meterme en más problemas”, prometió Wimberly con cruda doble: la moral y la causada por el alcohol. El cielo y el infierno. Así es el deporte. Lo sublime y lo grotesco de nuestra humanidad, con héroes que se forjan en estatuas para la posteridad o que se derrumban, que se convierten en lodo, en barro. Por eso nos apasiona, porque representan la vida misma. Con sus éxtasis y sus agonías. Que tengas un excelente fin de semana.

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Mérida, Yucatán


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