Reporte 8 am

Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Óscar Rodríguez
La Jornada Maya

Mérida
13 de abril, 2016

Óscar Bautista Villegas, diputado priísta de San Luis Potosí, tiene un hijo, Óscar Bautista Alvarado. En un video que indigna, el joven toma un billete de quinientos pesos y le prende fuego; enciende su cigarrillo y el de sus amigos. El billete se consume, pero no importa. El hijo del diputado y sus compañeros están sentados en una mesa donde hay fajos de dinero.

Un voto. Sólo uno. Eso es lo que se requiere para que se apruebe Escudo Yucatán. Los diputados priístas ya dijeron que sí, al igual que sus satélites del PRD, Movimiento Ciudadano y Verde Ecologista. Los legisladores panistas, por su parte, expresaron una serie de condiciones para dar su voto a favor, mismos que mencionaré más adelante. Jazmín Villanueva Moo, la representante de Morena en el Congreso estatal, se mantiene: [i]Ma[/i].

El debate que surgió a raíz de la propuesta de seguridad del gobierno estatal ha sacudido a la sociedad y al Congreso, que desde hace varias legislaturas pasaba sin pena ni gloria. Un poder apático, convertido en oficialía de partes, en simple tramitador del gobernador, como lo definió recientemente Elías Lixa Abimerhi.

En el imaginario social, el Poder Legislativo es el que sale peor parado. Un conjunto de políticos de carrera, elegantemente vestidos, por lo general obesos, desparramados en curules, que sólo defienden los intereses de sus partidos y otros menos confesables. Invariablemente, desde hace ya lustros, una de las noticias que más hiere y lastima a la sociedad es la relacionada con los sueldos y prestaciones de este grupo.

La figura creada para representar a los ciudadanos paradójicamente se ha desdibujado hasta convertirse en la de marionetas del poder en turno; los legisladores no se representan ni a sí mismos: empleados ya sea del presidente o gobernador, o de intereses empresariales o criminales. Basta con recordar que en el Congreso de la Unión operó un grupo conocido como la telebancada y en el Poder Legislativo de Sinaloa ocupó un curul una chapodiputada.

Sin embargo, escenarios como el actual me hacen creer de nuevo en la pertinencia de nuestro sistema. Sí. Tiene errores, y muchos, como cualquier grupo formado por personas. Pero, de vez en cuando —muuuy de vez en cuando— sirve. Y esta es la prueba. Efectivamente, Yucatán necesita blindarse ante las amenazas internas y externas. Por eso, creo que la iniciativa Escudo Yucatán es positiva.

Por —triste— experiencia, sé, como tú, que en muchas ocasiones el Estado ha demostrado ser un pésimo administrador, cuando no un cínico botarate. Todo poder necesita un contrapeso. Y eso es precisamente lo que representan las condiciones impuestas ayer por la bancada de legisladores del PAN. Escudo Yucatán, efectivamente, fortalece a la Secretaría de Seguridad Pública, pero en parte lo hace a expensas de la Fiscalía.

La propuesta de cambiar la manera de elegir al fiscal le dará una importancia y un peso más significativo a esta dependencia. ¿Por qué? Porque se le borra el perfil político al puesto y se le da mayor énfasis a la trayectoria jurídica de quien se supone es el “abogado del Estado”. Como Celia Rivas Gutiérrez puede dar fe, ese puesto era un escaparate político, un trampolín a nuevas tareas.

Si el fiscal es elegido por las dos terceras partes de un Congreso plural de entre una terna enviada por el gobernador, se le da así una mayor autoridad moral. Ya no es el amiguete o el empleado del Ejecutivo, sino el profesional que avalan todos los yucatecos, representados en el Poder Legislativo. También considero acertado el candado que obliga al Ejecutivo a informar al Congreso y a la ciudadanía del desglose de las inversiones realizadas, así como la aprobación de la ley de víctimas, la ley que regula las casas de empeño y que todos los delitos sexuales en contra de todos los menores de edad sean perseguidos de oficio. Incluso, creo, se quedaron cortos. Yo hubiera deslizado, como quien no quiere la cosa, una ley de transporte, que regule los servicios que irrumpen, como Uber.

Muchos podrían decir que las condiciones que le imponen los panistas al gobierno del estado lo ponen entre la espada y… el escudo. No. Yo veo las propuestas de esos legisladores como elementos que enriquecen y fortalecen la iniciativa. Así es la democracia: un diálogo, en ocasiones ríspido, no un monólogo. A las propuestas de los panistas hay que sumar la intransigencia de Jazmín Villanueva. En ocasiones, es necesaria una postura inamovible, terca, testaruda. Me imagino las presiones —los halagos, tal vez las amenazas— que esta joven de veintidós años debe soportar en la soledad de su postura en un Congreso polarizado y paralizado por sus reiteradas negativas. Una muralla hecha con ladrillos escritos con nos y con mas. Ir contracorriente también es una elección. Prefiero a un contreras irreductible que a uno veleta convenenciero.

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La guerra del fin del mundo es una de las mejores novelas de Mario Vargas Llosa. Basada en hechos reales, narra la sublevación de una secta religiosa en el Brasil profundo, hace más de dos siglos. El libro es un tabique de casi seiscientas páginas, y está dividido en tres capítulos. El segundo sólo ocupa unas diez cuartillas, es una magnífica crónica legislativa, que recrea, a modo de nota periodística, una sesión en el congreso del naciente país. Si lo lees, verás que poco han cambiado las prácticas políticas. Estancados en mil ochocientos, nuestros representantes viven en una ficción.