Reporte 8 am

Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Carlos Águila Arreola
La Jornada Maya

Mérida
12 de abril, 2016

Se llamaba Jesús Ignacio Báez Enríquez, y tenía treinta y ocho años. Había sido policía en Tamaulipas, y, hasta hace unos días, se desempeñaba como chofer de una inmobiliaria. O eso se asegura en los reportes. Conducía una camioneta de lujo cuando fue interceptado. Unos sujetos lo bajaron a la fuerza, y lo molieron a golpes. Con saña. Después, con cinta transparente, le amarraron las manos y los pies. Con un cojín, enmudecieron el cañón de la pistola, y dispararon un tiro, el que le quitó la vida. Abandonaron el cuerpo en un baldío, a kilómetro y medio de la avenida José López Portillo, en Cancún.

Sus asesinos se quedaron con el vehículo, una Audi. Horas después de la ejecución, la camioneta fue detectada en Mérida, en uno de los arcos que se encuentran ubicados estratégicamente en las vías de Yucatán. Se identificó como robada y policías yucatecos detuvieron a sus pasajeros. De esa captura derivó otra. En total, ocho personas fueron aprehendidas: cinco hombres, dos de ellos yucatecos; los otros de Guerrero, Jalisco y Ciudad de México, y tres mujeres, dos venezolanas y una tamaulipeca. Tenían en su poder dos pistolas tipo escuadra 9 milímetros y otros dos vehículos más con placas del Estado de México.

En estos momentos, en Quintana Roo, se está desatando una guerra. Cuatro carteles pelean por la “plaza” del vecino estado. Y las balas, incluso, ya llegaron a Yucatán. Se ha comparado al narcotráfico con una hidra, esa bestia mitológica a la que si le cortas una de sus muchas cabezas le salen otras dos. Eso es precisamente lo que está pasando en Quintana Roo. Ahí operaban dos escisiones del cártel del Golfo, reducido, castrado con la captura de Joaquín Guzmán Loera,El Chapo. Estas facciones se hacían llamar Los Pelones y Los Talibanes.

Estos últimos, según se señala en diversos reportes de seguridad, habrían firmado una alianza con el cártel Jalisco Nueva Generación. Así, las fuerzas que antes parecían balanceadas, hoy comienzan a decantarse hacia esta organización. Pero ese avance ya cosecha varios muertos. Y amenaza con rebasar fronteras.

Mérida, como señala esa leyenda urbana, es santuario de narcos. Un paréntesis pactado en el violento guión que sacude todo el país. La recomposición de fuerzas y diversos operativos en el norte y centro de la república, han empujado a los carteles a enfocarse en Quintana Roo, uno de los territorios más rentables para el crimen.

El cartel puntero es el de Jalisco Nueva Generación, el cual tiene sus antecedentes en el grupo paramilitar conocido como Matazetas. A pesar de que en sus inicios esta organización intentó presentarse como únicamente de autodefensa, poco a poco comenzó a parecerse en lo que decía combatir. Tráfico de droga, extorsión, secuestros. Irrumpieron en Quintana Roo en 2009, cuando se hizo público un vídeo en el que ejecutaron a tres presuntos delincuentes y señalaron a agentes federales, estatales y del Instituto Nacional de Migración de estar coludidos con el presunto brazo armado del cártel del Golfo. En estos momentos, Cancún y Playa del Carmen pueden ser considerados dos de los epicentros del crimen organizado en México. Un springbreak de sicarios que ya obligó a las autoridades a decretar el código rojo. El efecto cucaracha, que se da cuando se realizan operaciones militares de gran envergadura y obliga a los delincuentes a huir, arrastrándose, precisamente, como insectos, ha transformado a Quintana Roo en un destino frecuentado por indeseabes; se habla de varias docenas de sicarios que han arribado a Cancún y Playa en las últimas semanas.

Ensimismados en sus festivales maquiavélicos, los políticos están absortos en la sucesión, olvidando temas de primer orden, como lo es el de la seguridad. En la superficie, plazas llenas de confetis y acarreados silencian el cruento enfrentamiento que se registra en el subsuelo. Los simpatizantes de los candidatos marchan sobre charcos de lodo que bien podrían convertirse de sangre. Y no lo saben. O no lo quieren saber. Y es sólo el principio. La actual emergencia en Quintana Roo podría recrudecerse y alcanzar niveles nunca antes registrados en esa entidad.

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Un escudo te protege de los golpes del adversario. En este caso, desde mi óptica, la principal razón de las autoridades para implementar el programa Escudo Yucatán es la amenaza que representa Quintana Roo. Ahora, más que nunca. La situación apunta a que la guerra turquesa entre carteles continuará y que incluso se intensificará. Ante el vacío de poder que representa el ocaso de una administración que no tiene segura la continuidad, los narcotraficantes se pelean a muerte su permanencia en el Caribe mexicano, tan redituable, tan estratégico. En ese punto, vale la pena que analicemos qué papel juega Yucatán y sus principales ciudades, en especial Valladolid y Mérida. ¿Es la primera un punto logístico de gran importancia y, la segunda, santuario de familias de narcotraficantes? Asimismo, en el tema de Escudo Yucatán vale la pena conocer qué estrategias implementarán nuestros estados vecinos. Campeche, con la inmensa cantidad de náufragos del fiasco que se vaticina será Pemex, no tarda en sufrir un incremento importante en sus índices delictivos.

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