de

del

Miguel Carbajal Rodríguez
Foto: Felipe Escalante Tió
La Jornada Maya

Mérida
1º de abril, 2016

Más de 5 mil autos por hora tupieron la arteria que conecta a la ciudad de Mérida con el puerto de Progreso. Solamente en el kilómetro del Malecón de dicho puerto se concentraron más de 16 mil almas que encontraron ese punto como destino final del éxodo de Semana Santa. Otros miles se distribuyeron a lo largo de las diferentes playas que flanquean al mismo. El calor que se siente abrazador, la promesa de un mar calmo y una brisa que refresque la piel junto con el periodo vacacional, fueron detonantes para que esta descomunal migración ocurriese.

La derrama económica fue enorme: desde los supermercados y tiendas de conveniencia del lugar de origen que abastecieron de botanas, bebidas azucaradas y etílicas, de comida así como de vasos, platos y demás enseres propios para la ocasión. El comercio local tuvo magnífica jornada, hoteles, restaurantes, tiendas, vendedores ambulantes y prestadores de servicios vieron y gozaron de un fin de semana literalmente jugoso en términos económicos. A la migración de locales se sumaron los que llegaron por mar, de otras latitudes, a bordo de ciudades flotantes, unos 3 mil pasajeros.

Detrás de este éxodo masivo, de este flujo exagerado, queda la huella de una realidad social que duele y preocupa: nuestra falta de educación ambiental y de civismo. Al caer la tarde, hacia el final de la jornada, era evidente el deterioro de las playas que servían de tiradero al aire libre de cientos de kilos de basura. El envase de la bebida, sea aluminio, pet, vidrio o una bolsa de polietileno, platos vasos, restos de comida, bolsas plásticas de la compra, empaques de galletas, papas, cacahuates… Toda esta basura dejada ahí, abandonada por miles a quienes no les preocupa el lugar y muestran de alguna manera ignorancia y falta de educación ante un problema grave como lo es la contaminación.

Pienso en el libro de Arturo Cuyás Armengol [i]Hace falta un muchacho[/i], publicado en 1924. Es una bella obra que busca llegar a la mente de los jóvenes y adolescentes para convertirse en virtuosos ciudadanos. Cuyás escribe y exhorta a la juventud a ser virtuosos en diferentes aspectos como el trabajo, el estudio, la amistad, la caridad, entre otros. Dedica uno de sus capítulos al valor del civismo, que define como “la conducta con que se evidencia el amor patrio; el celo con el que el ciudadano vela, defiende y fomenta los intereses de su país, como si fueran los suyos propios”.

Ante este cementerio de basura playera recuerdo un acto, aparentemente sencillo, realizado en septiembre del año pasado por un puñado de jóvenes que de manera voluntaria limpiaron 16 kilómetros de una de las playas más concurridas y turísticas que tenemos, como el citado puerto de Progreso. La motivación fue simple: cuidar la naturaleza de nuestra patria.

Un staff de 56 jóvenes de diferentes frentes lanzó una convocatoria a la población en general. Valiéndose de las redes sociales obtuvieron como respuesta el eco de 210 voluntarios. En total, 266 personas que durante horas recogieron a mano los desechos que otros habían dejado. Pese al gran esfuerzo, faltaron horas y sobró basura, tanta que 266 personas organizadas no se pudieron dar abasto. Sin embargo gracias a ellos 2 mil kilogramos de basura compuesta por botellas de plástico, vidrio, bolsas, pañales, empaques de cerveza, entre otros, fueron extraídos de estas playas que hoy, nuevamente, son depósito de basura.

Me permito escribir sobre este acto pues considero que a la luz de lo mencionado en las primeras líneas, es trascendente y merece una reflexión profunda. Es una llamada de atención muy seria y un ejemplo de la actitud que como ciudadanos debemos tomar ante diferentes realidades que tenemos como país.

Es una lección de civismo y llamada de atención para las autoridades de las poblaciones costeras, pues estas acciones existen debido a la evidente falta de interés en el tema por parte de éstas, a la carencia de contenedores adecuados, de vigilancia, de propuestas claras y contundentes, a la nula voluntad de actuar decididamente para dar solución a un problema añejo como es la contaminación de nuestras playas.

Asimismo es una lección cívica y una llamada de atención para una parte de los habitantes de estos lugares, muchas veces acostumbrados a ver la degradación ambiental sin hacer nada, siendo ellos mismos parte de este problema.

Pero sobre todo, una lección y llamada de atención para quienes hacemos uso turístico y recreativo de nuestras costas, para todos quienes al dejar el lugar, dejan tras de sí una estela de daño ambiental que se queda y permanece, mientras los causantes se van olvidándose del tema.

Lo ocurrido en aquella jornada fue una manifestación contra la ignorancia de muchos habitantes de este país por quienes nuestros recursos naturales están amenazados y contaminados. La juventud se manifestó una vez más, con la bandera del servicio a los demás, de manera ordenada y proactiva, como un grito de denuncia para que quien se tenga que sentir avergonzado, ya sea autoridad o ciudadanía, se sienta. También para recordarnos que ahí estarán seguramente este año, si es que los que tienen que tomar cartas en este asunto siguen demostrando su incapacidad para defender y proteger lo nuestro; que a decir por lo ocurrido esta Semana Santa quedó demostrada una vez más.

Los jóvenes que realizaron aquella limpieza son de esos ciudadanos que hacen falta y nos han dado una hermosa lección de civismo. Es juventud proactiva, que construye, que quiere un mejor país y una mejor sociedad. Organizadores y voluntarios son el vivo ejemplo de lo que Arturo Cuyás llama civismo, pues denotan una conducta de amor patrio. Son jóvenes mexicanos que se han organizado para velar, defender y fomentar los intereses de su país. Con acciones y no con palabras, más allá del discurso, alzaron la voz y nos invitan a que sigamos su ejemplo en cualquier lugar en que nos encontremos. Hay que limpiar nuestro país de la basura, pero también de la indiferencia y de la desidia.

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