Texto y foto: Pablo A. Cicero Alonzo
La Jornada Maya
29 de marzo, 2016
Bulo, hoax, runrún, borregazo… Hay un sinfín de términos para definir un rumor, un evento no confirmado. Muchos se van con la finta, y creen, a diferencia de santo Tomás, sin haber visto. Este fin de semana corrieron versiones de una supuesta caza de vehículos que ofrecen el servicio Uber. La veda terminó, señalaban medios de comunicación —aún— considerados serios; el período de gracia llegó a su fin, repetían, agoreros del desastre. Sin una versión oficial, se hablaba de por lo menos una decena de cuantiosas multas y de decomisos de automóviles.
Estas supuestas detenciones fueron negadas tardíamente por las autoridades, que se quedaron esperando, leyendo la cábala, a que alguien les preguntara. “De ninguna manera», contestaron. Hasta el momento «no se han emprendido acciones”. Las ganas no les faltan, como ya han declarado con anterioridad. Al fin y al cabo, son hombres de un solo libro, en este caso del reglamento estatal de transporte, por lo que pocos dudaron de la versión de las detenciones y los decomisos; esas acciones demostrarían la simbiosis entre el gobierno y el sindicato; ayudaría igual a comprender la docilidad del líder de los taxistas.
Pero, ojo, una estrategia de represión como la que se alertó le saldría cara al gobierno estatal; el apoyo irrestricto al gremio de Nerio Torres Ortiz para impedir o frenar la consolidación de Uber le granjearía simpatías de los choferes que por medio de esta aplicación electrónica ofrecen el servicio de traslado. Vaya, que persiguiéndolos lo único que obtendrían las autoridades estatales sería victimizarlos. Así, contratar un Uber se convertiría en un dulce acto de rebeldía.
Así ha sido y así seguirá siendo. Es una constante en la historia de este gremio, tierra fértil de conspiranóicos, rebeldes e integrantes de sociedades temerariamente clandestinas. Para entender y saborear mejor esta coyuntura, hay que remontarnos al siglo XV, cuando la familia Thurn und Taxis decidió diversificarse. Hasta ese momento, esa casa principesca había tenido todos los huevos en una misma canasta: la industria cervecera. Y, a decir verdad, no le iba tan mal, teniendo en cuenta la mítica sed de sus coterráneos, los alemanes. En diciembre de 1489, gracias a hábiles tejemanejes palaciegos, Janetto von Taxis fue designado jefe de los servicios postales del Sacro Imperio Romano Germánico en régimen de monopolio. Algo así como un Nerio Torres Ortiz aún más medieval; señores feudales, ambos, separados por centurias.
La familia conservó esa exclusiva posición durante siglos, tanto en el Viejo como en el Nuevo Continente. El servicio postal se diversificó e incluyó el del transporte público; las cartas y paquetes se trasladaban en diligencias, por lo que entonces pareció una buena idea cobrar también por pasajeros. Precisamente de ahí proviene el nombre con el conocemos a los automóviles que se alquilan. También del escudo de armas de esa casa principesca se adoptó el color amarillo chillón, con el que en muchas partes del mundo se identifica a los taxis.
A la sombra del monopolio de los Thurn und Taxis creció y se consolidó un servicio clandestino, conocido como Tristero; una red secreta postal y de transporte. A través de éste, se tramaron independencias y se derrocaron tiranos; por sus canales secretos se liberaron esclavos y se salvó a más de un opositor condenado a muerte, ya sea en la hoguera, en el paredón o en la guillotina, dependiendo de la entonces guadaña del tirano. Thurn und Taxis contra Tristero; el establishment contra los rebeldes. FUTV contra Uber. Esta épica confrontación aparece muy bien detallada en libros de historia y de ficción. Entre estos últimos destaca La subasta del lote 49, firmada por el escurridizo Thomas Pynchon.
Según el autor de El arco iris de la gravedad, Tristero continúa funcionando, es el servicio preferido de los marginados, de quienes desconfían en el gobierno o simplemente de los que así demuestran su desacuerdo con el engranaje institucional. Así, y después de escribir estos antecedentes históricos y literarios, puedo —al igual que tú— imaginarme a personas que, a partir de la supuesta persecución iniciada por el gobierno contra Uber, decidan utilizar este servicio sólo para llevar la contraria.
Indignados de clóset, salmones irredentos, contreras profesionales, jóvenes intoxicados aún por el Che. Una nueva legión de usuarios para Uber, que se une a los más pragmáticos, desencantados por los servicios que ofrece el monopolio del Frente Único y que se han convertido en el tren de aterrizaje de esta aplicación electrónica en Mérida. “Ir en contra eleva el alma”, asegura Raúl Renán, aquel de la verde voz. Y ahora, nada más fácil para elevarse como globo de helio que solicitar uno de esos taxis “ilegales” que, supuestamente, corretea la SSP. No hay mejor publicidad para la aplicación que la de convertirse en mártir. Las autoridades, al retrasar sus respuestas, alimentaron el fuego de la teoría de la taxiconspiración.
[h2]Y, además, Situr[/h2]
El combate a Uber y a las otras aplicaciones de servicio de alquiler no es el único frente abierto del gobierno de estado, específicamente de la Dirección de Transporte. El cacareado Situr, mostrado como la panacea para los problemas de movilidad de la ciudad y sus satélites, está tardando una eternidad en implementarse; tanto como esperar tu camión en un paradero, junto con decenas de personas, sin sombra, a cuarenta-grados-que-parecen-cincuenta. Los responsables se justifican con la crisis y aseguran que pronto el sistema operará al cien. De nuevo, el fantasma del ya merito te provoca un escalofrío en la espina; de nuevo, te sientes defraudado, pensando seriamente en hacerte la cirugía para que no te vean otra vez la cara de tonto.
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