Confesiones a un gato

Romina España Paredes*
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

20 de marzo, 2016

"¿Por qué alguien inicia un soliloquio?, ¿a quién se está dirigiendo?”, enuncia Juan Villoro en el proscenio de la puesta en escena de su obra [i]Conferencia sobre la lluvia[/i], llevada a cabo en la Feria Internacional de la Lectura Yucatán. Enseguida, los aplausos en el salón Uxmal inauguran el cambio de luces y el recuerdo de apagar los celulares resuena en altavoces.

El actor Arturo Beristain sale al escenario de improvisadas mamparas, vestido a la usanza de un bibliotecario gris. Entre el diverso y abundante público se escucha a alguien decir, “Sí, es el actor de la película [i]Castillo de la pureza[/i] de Arturo Ripstein”. Su monólogo cautiva desde sus primeras líneas a los espectadores: “¿Dónde estoy cuando olvido lo que tengo enfrente?”. La circunstancia no podría ser más real o absurda, un conferencista que ha olvidado los papeles de su charla, la cual tiene como tema la lluvia. La lluvia de Fernando Pessoa que cae tímidamente en diagonal, la de Dante que llueve en la fantasía y la lluvia de la tristeza de César Vallejo.

Pero sin sus papeles, el conferencista es el verdadero libro abierto. Poco a poco, como gotas de lluvia, el pretexto de hablar sobre este tema adopta nuevas formas: la lluvia que entra en la biblioteca, la de la soledad acompañada, la del deseo como una felicidad a medias y la poesía como refugio y fin último. Todos los que somos espectadores de sus confesiones, en aquel teatro improvisado de la FILEY, compartimos la intimidad del bibliotecario que, dicho sea de paso, se revela cada vez más como un sujeto errático, prejuicioso, inmaduro, tacaño y egoísta. No obstante de su mal carácter, todos (o muy probablemente todos) sentimos empatía por él. ¿Por qué?
Porque el bibliotecario de Juan Villoro, el que cobra materialidad con la extraordinaria actuación de Arturo Beristain, es un lector. Sus recuerdos que se van escapando inconscientemente mientras divaga sobre la lluvia, son las confesiones de un lector que cuenta los efectos de la lectura en cada aspecto de su vida. Aquellos dolores en la espalda que lo atormentan, la imposibilidad de conexión con el mundo real y sus habitantes, la añoranza de la cotidianidad y las felicidades que la acompañan. Aunque la mayor marca de lectura de este lector consiste en que las relaciones que mantiene con los otros se encuentran definidas por las propias interacciones que ellos tienen con los libros. Entre sus enemigos se encuentran los ratones que desgastan sus libros, y entre sus amigos los gatos cazadores de roedores. De ahí surge la enemistad con su exesposa Soledad, carcelera de libros y de él mismo; y su amor por Laura, una filóloga cuyas mejores citas –textuales y encuentros– son siempre sin compromiso. Esta es, sin duda, la tragedia del lector de Villoro –y tal vez, también, el de algún lector de estas palabras.

Al final, el humor e ingenio de Villoro nos da una lección de sutileza a los lectores y espectadores de esta pieza de teatro. El maullido de un inesperado interlocutor que, atento al igual que nosotros que hemos compartido las fascinantes, irónicas y a veces exageradas confesiones del lector por dos horas, se revela como el verdadero público. El soliloquio se convierte, de este modo, en diálogo: “¿Qué sucede cuando encuentras un paraguas, [i]Bruno[/i]?”, pregunta el bibliotecario a su gato. Algunos quisiéramos contestar con una conferencia sobre la lluvia. Pero, ¿quién es ese gato? El gato eres tú.

*Candidata a doctora en Letras por la UNAM.

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