Texto y foto: Pablo A. Cicero Alonzo
La Jornada Maya
19 de marzo, 2016
No a todos les gusta la Filey. A Brea, vecino de estas páginas, no le gusta principalmente por miedo a la fiera, a su fiera, quien le reprende sus adquisiciones literarias. Otros, consideran ese espacio un gasto innecesario, un esfuerzo que no reditúa. A ellos, aunque no lo digan, no les gusta la FILEY porque, al igual que Brea, tienen miedo; en su caso, a nosotros, las verdaderas fieras de la feria. Y es que, aunque resulte trillado, leer nos hace un poco más libres, un poco más locos, un poco más felices. Y de ese in crescendo de libertad, locura y felicidad he sido testigo —y víctima— en este último lustro.
La FILEY invita a la rebelión, y a eso le temen los que escamotean recursos y apoyos, ya que desde un artificial púlpito contemplan la ignorancia que, paradójicamente, deberían combatir, transmitiendo y fomentando el conocimiento. Ven con desdén a los que poco saben y se vanaglorian de nos ser como ellos, esgrimiendo como tizonas y coladas sus títulos académicos, que para ellos los definen y determinan. Antes que su nombre, antes que sus apellidos, está el “doctor” o el “maestro”.
En la cuadratura de sus mentes, en la prisión del esquema APA, temen al hermoso caos que se desata en los pasillos del Centro de Convenciones y Exposiciones Yucatán Siglo XXI; un frenesí fomentado por miles de ejemplares, libros salvajes como el de Villoro, que rompen grilletes y cadenas; que, como arte de magia, como bello conjuro, te hacen más crítico e incrédulo; irrespetuoso con esa autoridad que se ha aislado en una burbuja, que se ha autoexiliado de la realidad, porque ésta apesta y no ostenta sus títulos.
La FILEY, reitero, es una pequeña ciudad temporal donde deambulan la libertad, la locura y la felicidad.
Lo que ya sabía, lo confirmé en estos días. Por primera vez, la Universidad Marista de Mérida participó como expositor en ese evento. Un largo, anhelado sueño se cristalizó, y tenía que ser algo especial. Con esa mentalidad, se le solicitó a alumnas de la carrera de Diseño de Interiores, de la Escuela de Arquitectura y Diseño, que elaboraran una propuesta de módulo para su universidad en la feria de la lectura. Ellas comenzaron a trabajar a inicios de febrero.
Bajo la supervisión de sus maestros, los arquitectos Víctor Cruz Domínguez y Anabel Cervantes Garrido, la generación del sexto semestre se dividió en tres equipos, que expusieron sus propuestas el atípico 29 de febrero pasado. El director de la Escuela de Arquitectura y Diseño, la coordinadora de la carrera de Diseño de Interiores y dos integrantes de la dirección de Vinculación y Extensión fueron quienes eligieron el stand que se utilizaría en la FILEY. La alta calidad de las propuestas hizo que ese ejercicio fuera muy difícil, y aunque al final se decantaron por uno, se hizo énfasis en el excelente trabajo realizado por los tres equipos.
La propuesta de las alumnas Valentina Reyes Trujillo, Mónica Moguel Escalante, Karla Arcudia Villalobos y Mayra Coral Villegas fue la que se eligió para representar a la Universidad Marista en la feria de la lectura. Las autoras de ese pabellón explican que el espacio representa a su casa de estudios, “sus colores, su gente y su ambiente”. Se podría describir al proyecto como un contenedor rojo, techado con una red, que en realidad es una abstracción de ceibas; cuenta con tres espacios informativos de color gris, que simulan las cartelas características de la arquitectura del campus, y en su interior tiene un área multiusos Sin embargo, es mucho más que eso. El stand de la Universidad Marista no sólo brinda información y es un espacio de convivencia y descanso; es un desfogue, una válvula de escape, una fiesta de libertad.
Un inmenso pizarrón, formado por tres grandes paños de madera, permite que los visitantes pinten lo que deseen, desde garabatos hasta testamentos. Niños que aún no saben escribir tienen en ese espacio marista su primera experiencia literaria, adolescentes con amores contrariados se envían mensajes, lectores se recomiendan autores y novelas; todos, todos, todos, dejando constancia de su existencia, de su paso por esa jungla de papel y de su necesidad de expresarse. Decenas de miles de personas han visitado la FILEY, muchísimas de las cuales han utilizado ese espacio para decir lo que sienten. Un grito de graffitti cultural, de vandalismo literario que no ha estado exento de gallitos ingleses y vendettas.
Ahí ya fallecieron más de quinientos gises, de todos colores, que no sólo cobran vida con los mensajes que con ellos se escriben, sino que revolotean por esa atmósfera libérrima de libros. Tal vez a muchos les pueda dar un patatús ese muro de Berlín —vecino, por cierto, del stand de la dirección de Irving—. A mí no. Los que ahí entran salen un poco más libres, un poco más locos, un poco más felices.
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