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Pablo Cicero
La Jornada Maya

16 de marzo, 2016

Competitividad. Esa es una de las columnas sobre las que descansa el proyecto de poner a Yucatán en la vanguardia. Las otras tres, según señaló Gustavo Cisneros Buenfil al tomar protesta como nuevo presidente de la Coparmex-Mérida, son la seguridad, el Estado de derecho y la transparencia y la rendición de cuentas. Centrémonos en la competitividad. En su discurso, el líder de los empresarios parafraseó al presidente nacional de la Coparmex, Gustavo de Hoyos, quien en diversos foros ha advertido que, en los negocios que se encuentran dentro del sector formal, seis de cada diez trabajadores de una empresa tienen que dedicarse al cumplimiento de la carga administrativa.

Según explicó Cisneros Buenfil, en promedio, la mayor parte de la fuerza de trabajo de nuestras empresas está siendo utilizada sólo para operar dentro del marco legal. “Y si a este hecho le adicionamos que el 95 por ciento de las empresas del país tiene menos de 10 empleados, ¿Cómo podemos ser más competitivos si la mayor parte de nuestra fuerza laboral se enfoca en actividades no productivas?”, se cuestionó. El Estado, a pesar de lo que se asegura en el discurso oficial, se ha convertido en un dique para la creación de nuevas empresas y, por ende, de empleos. El aparato gubernamental, omnipresente, ha hecho que la apertura de negocios sea un calvario al que se sólo se llega como un Cristo después de un penoso viacrucis; ser emprendedor en México es un acto de resistencia.

Al engranaje innumerable de trámites y permisos hay que añadirle los impuestos, que en ciertos sectores rozan o incluso rebasan la mitad de las ganancias. Hasta ahí, en una aritmética sencilla, se deduce que más de la mitad de nuestro capital humano no genera valor, ya que está sepultado en los trámites que piden las autoridades, y que lo que obtengamos del trabajo del resto hay que pagar la mitad.

A eso hay que añadirle el “diezmo” que cobran las autoridades a las empresas que trabajan como proveedores del gobierno, un diezmo que en algunos estados se duplica o triplica. Así, obviamente desaparece cualquier esperanza de competitividad; queremos trabajar, pero no nos dejan. Con este panorama, los mexicanos nos hemos acostumbrado a “bajar cocos”, haciendo del gobierno héroe y villano, que da y quita, como un dios soberbio, vengativo y voraz, al que hay que hay que mantener contento con holocaustos y dádivas, como ese Yahvé del Antiguo Testamento que se aparece en zarzas ardientes y ordena diluvios.

Como consuelo de tontos, se dice que las crisis representan oportunidades. A pesar de lo manoseada de la aseveración, tiene mucho sentido, en especial en la actual coyuntura. Sobre el Ayuntamiento de Mérida se balancea, amenazante, una espada de Damocles, que se materializa en los cientos de millones de pesos a los que asciende el pago por el cambio de las luminarias chinas. Esa cantidad representará un sablazo importantísimo a las finanzas municipales.

La Comuna tendrá que apretarse el cinturón y establecer prioridades en sus gastos, dejando para la posteridad diversas obras. Este ajuste presupuestario afectará a muchas empresas, en las que la obra pública y la proveeduría al gobierno representan su principal fuente de ingreso. Ya lo dijo un líder de comerciantes: en Yucatán, los principales clientes son el gobierno estatal y el Ayuntamiento meridano. No sólo será un año de vacas flacas para la Comuna, sino para miles de yucatecos.

Ante esta situación, hemos detectado el énfasis que la actual administración municipal le pone a los avances en materia de reforma regulatoria. Facilitando los trámites para abrir un negocio, está enviando un mensaje contundente: no te puedo apoyar, pero por lo menos te quitaré las trabas. Y eso, como sociedad, nos beneficia a corto, mediano y largo plazo: no sólo el viacrucis para emprender se acorta, sino que nos alejamos de esa ubre gubernamental, ya seca, que produce hiel en lugar de leche. La oportunidad que se atisba en esta crisis es la de un cambio de paradigma: demostrar que se puede generar riqueza sin la necesidad de “bajar cocos” del gobierno; es un momento de emancipación, de pasar del Antiguo al Nuevo Testamento.

Sin embargo, la iniciativa del Ayuntamiento sirve de poco si no va de la mano con cambios sustanciales en los otros dos niveles de gobierno: el estatal y el federal. Todos ponen trabas, dificultades, obstáculos… Y, para lograr la competitividad que tanto se requiere, es necesario que estos monstruos come-emprendedores estén en la misma sintonía. De no ser así, la Comuna se quedará sola, clamando en el desierto y comiendo saltamontes, presumiendo su pequeño oasis de simplificación administrativa rodeado de un inmenso, desolado Sahara de trámites, permisos e impuestos.


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