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Paul Antoine Matos
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

13 de marzo, 2016

"Salimos al balcón. Enfrente seguía en pie la casona que para mi madre representaba todo el lujo del mundo”.

La Aldea Global toca a las puertas de los ancestros de Juan Villoro. La pintura amarilla de la casa 501 sobre la avenida Colón se descascara, su construcción colonial muestra los estragos de la humedad peninsular y un marchito flamboyán observa los años pasar. Pronto los turistas recorrerán sus patios, apenas se establezcan los salones y auditorios del nuevo Centro Internacional de Congresos.

Villoro describe, durante su visita a la entidad, esa casa de la avenida Colón, la forma en que su balcón y su porche le hacían pensar en Nueva Orleans.

La vida tiende a dar giros inesperados, algunos de ellos terminan en un surrealista punto de partida. La madre de Juan Villoro Ruiz, Estela Ruiz, creció en esa casa de la avenida Colón, que en esta etapa de globalización pronto será un vestigio de otro tiempo. Por el momento en el actual recinto de convenciones Siglo XXI, el escritor recibió el Premio Excelencia en las Letras “José Emilio Pacheco”, en el marco de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY) 2016. Un ciclo que podría llamarse Centros de convenciones-Villloro, parece completarse

[h2]Palmeras de la brisa rápida[/h2]

En su libro Palmeras de la brisa rápida, el escritor galardonado redescubre Yucatán, una tierra que visitó en su imaginación con las fantásticas historias que su abuela, Estela Milán, le contaba, las cuales fueron inspiración para sus novelas y cuentos.

En mayo de 1988, el intelectual visitó por primera vez en cuerpo, porque su alma ya se encontraba aquí, gracias a su abuela, ese lugar que le cautivó durante su infancia en la Ciudad de México. Como es natural, seguramente vino a constatar que las historias de su abuela que tal vez trataban de piratas, guerreros mayas, conquistadores españoles y hacendados, se quedaron atrapadas en el tiempo.

Sin embargo, conoció a corsarios del rock yucateco, mayas con manos cubiertas de costras, cuya única lucha era contra las fibras del henequén, a pesar de que la opulencia del oro verde –y su esclavitud– habían desaparecido décadas atrás, gringas que conquistaban los corazones del macho mexicano ¿o era al revés?, y castas tocadas por el mismísimo Dios o herederas de árabes nómadas.

Ahora, 28 años después de esa primera visita, el hijo del filósofo regresa. Se encontrará con poetas mayas, Aurrerás y Superamas que en 1988 no existían, y un equipo de futbol que todavía se mantiene en el infierno del descenso, a pesar de quedarse en tres ocasiones a las puertas de la primera división, el cielo del balompié mexicano.

La Posada Toledo y su cuarto 22, aún sigue recibiendo turistas en el Centro Histórico de Mérida. A pocos pasos de allí, la política se transformará en música y los gritos de los diputados panistas y priístas darán paso a los acordes del bambuco trovador y la vihuela del mariachi. El Congreso del estado cesó de existir para convertirse en el Palacio de la Música. Lo que fue democracia se vuelve imperio.

En el Cementerio General de Mérida, Villoro se sorprendió por la ciudad en miniatura de mausoleos que custodian las almas. A sólo unas tumbas de donde descansan los restos del prócer del socialismo yucateco, Felipe Carrillo Puerto, se encuentra Kalimán. El héroe de los cómics mexicanos, en forma pétrea, vigila los huesos del superhéroe de los barrios bajos: Carlos [i]El Calvo[/i] Chalé, emblema del alcohol clandestino y otros malos pasos.

En esa visita al panteón, el escritor convivió con los familiares de uno de los miembros de la extinta revista [i]Arcana[/i]. Entre ellos, con un niño que idolatraba a Cuauhtémoc Cárdenas, cuya obsesión por las tumbas sólo pudo ser apaciguada por un helado; se trata de Emiliano Pérez Guarneros, hoy devenido en hiphopero con el seudónimo de [i]Feo Feo Récords[/i], con planes para una gira a Europa y Rusia. Sobre aquella anécdota con Juan Villoro, el músico comenta que “siempre me ha gustado la tranquilidad de los panteones y la melancolía que estos encierran”.

También conoció a [i]Rosario[/i] Chablé, una importante fotógrafa yucateca, que en realidad se llama Socorro. Por un error, el escritor confundió el nombre, aunque ella lo recuerda como una anécdota graciosa, porque en su vida varias personas se lo han modificado, incluso en la prensa local se publicó como Rosario Chablé.

Recordó que durante la presentación de [i]Palmeras de la brisa rápida[/i], en la Ciudad de México, ambos se saludaron y Juan Villoro le dio un efusivo abrazo, pero, para evitar incomodarlo, omitió la corrección.

La cofradía de San Bruno, ese fue el nombre que el escritor otorgó al grupo de fotógrafos Imagen Alterna/Plano Focal, por sus continuas visitas a esa playa. Chablé consideró que conocer a Villoro fue sui géneris, porque, a pesar de nunca haberse visto, se generó una conexión especial y él dejó fluir una relación cordial, cálida con los integrantes de la agrupación.

La anécdota que más recuerda de la visita de Juan Villoro a la entidad fue haber acudido al cine Pedro Infante, uno que ella nunca había conocido. Al hacerlo, el escritor le expresó que “viviendo en el mismo lugar no da la misma visión que la que tiene la gente que viene de fuera”, y ella le agradeció el poder hacer esa visita al cine.

[h2]Revelaciones personales[/h2]

Este reportero se aleja del anonimato periodístico para rememorar un pasaje de su vida, relacionado con el escritor.

En el otoño de 2013, hice mis prácticas como reportero. Entre las labores que desempeñaba, estaba la de corregir notas enviadas por los cronistas de béisbol y fútbol del interior del estado, una tarea que requería de las dotes de Yuri Knorosov, el epigrafista ruso que descifró códices mayas.

A los jeroglíficos se les sumarían palabras como “chocolates” y “pasaportes”, no se trataba de una aduana confitera, sino de las expresiones utilizadas para describir algunas jugadas en el argot beisbolero.

Meses más tarde, descubriría entre las líneas de Palmeras de la brisa rápida que Villoro se encontró con ese lenguaje deportivo durante su visita, salido de la pluma de Gaspar López Poveda, [i]el Inge[/i], quien desde hace un par de meses tiene su propio portal deportivo: Arrobadeportes.

El ingeniero Gaspar López, impulsor de los talentos periodísticos en la entidad, dice que ese lenguaje del béisbol fue uno más de los intercambios culturales que se dieron entre Cuba y Yucatán.

[h2]Ciudad mutilada [/h2]

En 1988 el escritor indicó en su libro que llegó “de una ciudad mutilada, con un paisaje en perpetua alteración”. En Mérida encontrará una escena similar con la construcción del Centro Internacional de Congresos, pero, como hace 28 años, descubrirá en esa casa 501 de la avenida Colón un hogar intacto al desarrollo urbano de la ciudad, a las destrucciones y reconstrucciones para modernizar la capital yucateca y atraer un mayor turismo.

En una de las últimas líneas de [i]Palmeras de la brisa rápida[/i], Juan Villoro escribe:

“Me iba a México por muchos años, y no quería olvidar la casa”.


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