Por Pablo A. Cicero Alonzo
La Jornada Maya
27 de febrero, 2016
(«Tsundoku»: Palabra japonesa que indica el acto de dejar un libro sin leer después de comprarlo, por lo general amontonado junto a otros libros no leídos.)
?La crítica al poder no es traición; es la sal que impide que se corrompa la democracia. Sin lugar a dudas, con la muerte de Umberto Eco el mundo es más triste, más soso; le falta sal. Deja tú su aportación al periodismo, la comunicación y a la política… Su novelas, inauditas, torrentes de imaginación y sabiduría. Yo, en lo personal, tal vez lector tardía, comencé a disfrutar de los libros con él. El primero, claro, [i]El nombre de la rosa[/i]. Leí la novela —que Carlos Castillo Peraza se devoró en una noche— después de ver la película; le robé el libro a mi suegro, que después, víctima del karma, alguien me birló a mí; después compré la edición con apostillas, que presumo en mi mísero anaquel de libros al que llamo biblioteca.
Después mi mamá me compró en el supermercado —imagínate— [i]La isla del día de antes[/i], un libro que tuve que leer junto con un diccionario y que no me entusiasmó tanto como el primero. Pero no perdí la fe en Eco, y en un momento difícil de mi vida llegó a mis manos —lo compré en un Sanborns— [i]En qué creen los que no creen[/i], el diálogo epistolar que mantuvo con el jesuita Carlo María Martini; ese pequeño libro fue una firme balsa en aquella tormenta. En la Casa del Libro, en Madrid, compré [i]Baudulino[/i], tal vez la única novela que he releído tres veces. Me encanta. Tal vez esa y [i]El péndulo de Folcault[/i] son mis libros favoritos. Incluso, en una ocasión, firme con los seudónimos M. Baudolino y Cousabon, en honor a los protagonistas de esas dos novelas. [i]El péndulo de Folcault[/i] lo tengo incluso en italiano; si algún día aprendo ese idioma lo primero que haré será leer a Eco en su versión original.
Después adquirí, aquí en Gandhi, [i]El cementerio de Praga[/i]; no me gustó mucho, al igual que [i]La misteriosa llama de la princesa Loana[/i]. El última novela que compré de Eco fue la de [i]Número Cero[/i]. Uno para mí, otro también y dos más para regalar. Por mi profesión, lo disfruté muchísimo, aunque siempre recale y considere que las tres mejores obras de Eco son, en ese orden, [i]Baudolino[/i] —que por cierto, también me traje de España y acabo de comprar una edición rústica, para sobrevivir a la maestría—, [i]El péndulo de Folcault[/i] y [i]El nombre de la rosa[/i], que en honor a este gigante estoy leyendo de nuevo, ahora en una versión pirateada en Kindle.
Aunque entienda poco de sus libros de texto, tengo varios por ahí. De sus escritos de no ficción, entre el que más atesoro se encuentra el de [i]Historia de las tierras y los lugares legendarios[/i], que igual compré dos veces, una para mí y otra para un colega y compañero, que se que la disfrutó tanto como yo. Esta es mi historia con Umberto Eco. Estoy de luto, y a la vez de fiesta, agradecido por ese legado que me acompañará toda la vida.
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