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Manuel Alejandro Escoffié
La Jornada Maya

26 de febrero, 2016

Normalmente, soy escéptico respecto a las películas que el 80 por ciento de la gente en mi círculo cotidiano me recomienda. Sobre todo cuando dichas recomendaciones vienen adornadas con insistencia, euforia, calificativos absolutos y verborrea de cumplidos; hasta el punto de que siento la tentación de preguntarme si quién me está hablando no será en realidad alguien pagado por los estudios para facilitarles el acceso a mi cartera. Confío en el vox populi como Morrissey confiaría en la invitación a una parrillada. Sin embargo, el fin de semana pasado decidí hacer una excepción a mi regla. Convencido por comentarios de terceros, pagué por entrar a ver [i]Deadpool[/i]. Como espectador extremadamente casual de la franquicia fílmica de Marvel, acostumbrado a leer comics con la misma frecuencia con la que suelo cambiar de celular, no sabía realmente nada respecto al personaje o a su historia. De no ser por los llamativos adjetivos alrededor de la película (“Irreverente”, “acida”, “de-construccionista”), difícilmente hubiera tenido interés en ella. Por el motivo que fuere, opté por ser indulgente y darle una oportunidad. Ahora que lo hice, encuentro bastante evidente el por qué de su entusiasta recepción entre la crítica y el público. Pero por otro lado, también encuentro evidente lo peligrosamente cerca que nos encontramos de atribuirle a tal éxito cualidades y precedentes inexistentes.

[i]Deadpool[/i] es, en resumidos y muy simplistas términos, la historia de un antihéroe. Un mercenario desfigurado, parlanchín, insolente, violento, cínico y con una predisposición a romper la cuarta pared tan natural como para que cada integrante de Monty Python se sienta verde de la envidia. Muy poco heroísmo hallaremos en este asesino a sueldo cuya motivación a lo largo de 108 minutos es satisfacer una necesidad de venganza. Los héroes, según la sabiduría tradicional, deben luchar por un beneficio más allá de ellos mismos. [i]Deadpool[/i] no tiene reparo en mostrar el dedo intermedio a la cara de tan noble ideal y las audiencias parecen amarlo por eso. El tratarse de una producción con la problemática clasificación “R” (que no permite admisión a ningún menor de 17 años sin la compañía de un adulto), un presupuesto inferior al resto de sus homologas, un director primerizo y una estrella cuya rentabilidad ya había caducado no hace más que seguir echando más leña al fuego de su popularidad. Es el patito feo convertido en el cisne más cool de la temporada. Un Johnny Rotten en un territorio plagado de Justin Biebers. El entusiasmo ha sido tal que muchos incluso ya están profetizando una nueva era en las franquicias cinematográficas de superhéroes. Algo que cambiará las reglas del juego y establecerá pautas de “riesgo” y “subversión” para sus sucesoras. Una suposición interesante que estaría dispuesto a creer si tan sólo la realidad no fuese un poco más complicada.

Hollywood sólo es tan radical como sus propios contadores se lo permiten. Desde el punto de vista empresarial, una clasificación “R” (al menos en Estados Unidos) continua siendo más digna de temerse que de presumirse; en tanto que limita el potencial de boletos vendidos entre el sector con mayor tiempo de esparcimiento (los adolescentes), y por lo tanto, susceptible a pagar por verla más de una vez. El caso específico de[i] Deadpool[/i] puede que merezca ser percibido ante los ojos de los ejecutivos como un pequeño precio a pagar, considerando los jugosos dividendos que dicha concesión parece estar dando a manera de recompensa. Pero dudo que el prospecto de que el mismo rayo vuelva caer, por más económicamente atractivo que luzca, sea suficiente para animarlos a hacer de esta feliz coincidencia algo más que un caso aislado. Por otro lado, ¿qué tan legitima puede ser la reputación que la película está cosechando entre sus más apasionados defensores, la cual insiste en pintarla como un producto irrespetuoso de la hegemonía [i]mainstream[/i] tanto de Marvel como de la Twentieth Century Fox, cuando ambas empresas son más bien cómplices de misma “burla” por el mero hecho de haber aprobado su guion? ¿No será posible que nos estemos riendo CON ellos y no DE ellos?

Disfruté mucho[i] Deadpool[/i] y celebro que otros hayan hecho lo mismo. Pero no perdamos nuestro sentido de la proporción. Que un paciente haya logrado escapar del psiquiátrico no significa que todos los demás ya se hayan apoderado del mismo.

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