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Pablo A. Cicero Alonzo
La Jornada Maya

25 de febrero, 2016

La premisa principal de la iniciativa de ley 3 de 3 es la obligación de todos los funcionarios públicos de hacer públicas tres declaraciones: patrimonial, de intereses y fiscal. Sobre estas tres columnas se erige una completa norma que define reglas claras de conducta para los servidores públicos y actores privados, así como sanciones para los corruptos.

La declaración fiscal, o lo que es lo mismo comprobar que se pagaron impuestos, combate a un sector de la informalidad que se ha mantenido impune a lo largo de los años. No me refiero a los ambulantes de Tepito, o del centro de Mérida. No, ese sector que no paga impuestos, a diferencia tuya o mía, es el que nos gobierna.

En la presentación de este proyecto en Mérida, Juan E. Pardinas, director general del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), recordó que en las elecciones pasadas algunos candidatos cometieron “sincericidio”. Cándidos, le preguntaban a los promotores de la iniciativa 3 de 3 si sólo incluían lo que le reportaban a Hacienda “o todo, incluido lo que nos dan bajo el agua”; casi preguntaban si incluían sus cuentas de las Islas Caimán o de Suiza.

Y es que ellos no lo ven mal. Para la clase gobernante, está bien tener canonjías, como la prima nocte, el droit du seigneur en el medievo. Ellos no son parte de la plebe, de la raza, que sólo se recuerda en épocas electorales; no son iguales, consideran.

Que viene Belinda: paséala en el helicóptero del gobierno del Estado; que nos vamos de viaje de trabajo, para investigar un posible hecho de corrupción: pide caviar y champán y cárgalo como gasto; que la alcaldesa es fan de Shakira: contrátala y que cante gratis en La Plancha…

Además de sus sueldos, los funcionarios tienen, por lo general, prestaciones por encima de las de un trabajador de la iniciativa privada. Como estos puestos son efímeros, golpes de suerte, vamos, hay que ordeñarlos mientras duren, y en ese afán cada año se convierte en un último y voraz año de Hidalgo; un prolongado e impune atraco. No basta lo establecido por la ley…

Además, esos políticos creen que el dinero que desvían surgió por generación espontánea, que se sembraron monedas y crecieron árboles que florean billetes; se les olvida, o se les hace muy difícil asimilar, que lo que gastan y se embolsan proviene de los impuestos que, de nuevo hago énfasis, tú y yo pagamos, con sentido cívico pero también con temor a los yihadistas del fisco.

Y así como Hacienda sabe cuánto ganamos tú y yo, cómo y dónde lo gastamos, incluso a qué hora y con quién, la iniciativa de ley 3 de 3 propone que los funcionarios también sean transparentes con sus finanzas personales. Uno de los principios de la democracia es la igualdad, y esta propuesta la desempolva. Porque, al fin y al cabo, y aunque ellos lo duden con desdén, somos iguales; ellos y nosotros.

Aplaudo esta iniciativa ciudadana, sobre todo cuando el concepto de transparencia se ha prostituido. En días pasados, hemos sido testigos de cómo este término se ha manoseado y pervertido, como todo lo que se incluye en la agenda política.

Recurro de nuevo al irreal ejemplo que se dio sobre el ideal de un gobierno que rinde cuentas, al recordar que Víctor Correa Rachó informaba incluso del precio de la carne que se zampaba el león del Centenario; eso, por decirlo de alguna manera, es “pornotransparencia”.

Los cambios se deben enfocar a lo útil, a lo trascendente. Aunque soy consciente que en los detalles está el diablo, los cambios se deben enfocar a lo estructural y no a lo anecdótico. Prefiero saber las condiciones de una licitación de una obra a saber el precio del manojo de plátanos que se desayunan Suzy y Rocky. La rendición de cuentas cuesta, y como tú y yo la pagamos, hay que hacerla lo más eficiente posible, con procesos establecidos y diseñados para su utilidad, no para el destape exhibicionista de un político que vea en este medio su fin. La honestidad es como la puntualidad en un gobernante: una condición sine qua non; el cimiento mínimo requerido.

Aunque la rendición de cuentas debe enfocarse a lo importante, eso sí, deben existir los mecanismos necesarios para que cualquier ciudadano pueda conocer cuánto gasta su gobernante en, digamos, ansiolíticos o antidepresivos: el resultado de peticiones de ese tipo puede ser revelador, como sucedió en el caso de Vicente Fox, quien empastillado manejaba el destino del país. O cuánto costó la remodelación de una dependencia y cuánto se gastaron en toallas. La corrupción es un detonante de la imaginación, y muchos políticos se han destacado por ser verdaderos artistas del desvío.

Durante años, el gobierno ha estado envuelto en una recatada burka, escondiendo sus formas y maneras; su agusanado interior. Ya llegó el momento del destape, de una “pornotransparencia” necesaria y urgente; hay que pasar del falso pudor al sano exhibicionismo.


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