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Pablo A. Cicero Alonzo
Ilustración: Marcelo Santos
La Jornada Maya

24 de febrero, 2016

Dos familias de parecidos linajes; un estado, Quintana Roo, lugar de nuestra escena, y un odio antiguo que engendra un nuevo odio. La sangre de la ciudad mancha de sangre al ciudadano. Y aquí, desde la oscura entraña de los dos enemigos, nacieron dos cómplices bajo estrella rival. Su lamentable fin, su desventura, encierra con sus errores el rencor de los quintanarroenses. El caminar terrible de una amistad marcada por la corrupción, y esta ira incesante entre familias que sólo el fin de los dos hijos conseguirá extinguir, centrarán nuestra escena en los próximos cinco mil caracteres. Lee esta historia con benevolencia, ¡que cuanto falte aquí ha de enmendarlo nuestro empeño!

Dicen que Shakespeare inventó el mundo, y tienen razón. El inicio de Romeo y Julieta, con unas sencillas adaptaciones, trasciende las letras y a Verona y se adapta, a la perfección, a la actualidad de Quintana Roo. Hace ya años, en los finales de la década de los ochenta y en los inicios de los noventa, gobernaba ese estado Miguel Borge Martín, tío del actual mandatario, Roberto Borge Angulo. En aquella época, ostentaba el monopolio del transporte entre la parte continental y Cozumel una familia yucateca, de la cual era patriarca José Trinidad Molina Castellanos. Visionario, a finales de los años sesenta este empresario adquirió el transbordador Ariadne, que comenzó a visitar la isla en 1968. El viaje duraba una hora y Playa era apenas un pueblo casi inhabitado, con un pequeño muelle de madera. Sin embargo, con los años invirtió en más barcos, lo que en gran parte impulsó el desarrollo turístico de esa zona de Quintana Roo.

Presa de esos sentimientos mezquinos que tan bien describe Shakespeare, el entonces gobernador Borge Martín, para romper esa hegemonía yucateca, creó otra naviera, con capital público quintanarroense, que además de hacerle competencia a la de los Molina obtuvo, por decreto, la concesión del servicio de transbordadores de carga. Esa acción fue aplaudida y criticada por partes iguales; mientras unos señalaban que era correcto que el estado hiciera frente a monopolios particulares, sobre todo provenientes de otro estado, otros consideraron que la incursión pública fue un golpe rastrero a la libertad de empresa; entre estos últimos se encontraba Javier Guillermo Claussel, lugarteniente de la naviera de don Trino, que se llama Aviomar y aún es la transportadora líder en esa zona, lo que ratifica que las empresas públicas, como la que implementó Borge Martín, son una quimera.

Al desdén y escepticismo propio de los empresarios se unió un sentimiento de rivalidad; ambas partes se enfrascaron en una lucha —unas veces abierta; otras, velada— que duró décadas; Montescos y Capuletos en el Caribe, yucatecos contra quintanarroenses… La casta divina enfrentada a los pioneros. Con los años, las aguas se calmaron y las compañías consideraron que era mejor repartirse el pastel que pelearse por las migajas; el estado crecía y el tráfico aumentaba, beneficiando a ambas partes. Una generación tuvo que pasar para que los otrora enemigos se aliaran, en una mancuerna que hoy es visible entre el sobrino y el hijo de los protagonistas de la añeja disputa.

El secretario de Administración y Finanzas de Roberto Borge es Juan Pablo Guillermo Molina, hijo de aquel consiglieri de don Trino, crítico feroz de Borge Martín. El funcionario igual aspira a la presidencia municipal de Solidaridad, una candidatura que tiene ya casi en el bolsillo gracias a su cercanía con el gobernador. En la política, dicen, no hay amigos ni enemigos, sólo circunstancias. Mientras sus tíos y padres protagonizaron una encarnizada enemistad, ellos hallaron en la complicidad una fortaleza que los convierte en intocables, al grado de orquestar oscuros movimientos y donaciones, como la que acaba de salir a la luz y que implica al hermano menor de Juan Pablo, Manuel Alberto Guillermo Molina. Dos linajes, antes enfrentados, ahora unidos, con una característica común: la impunidad.

Con anécdotas de este tipo se ha salpicado la historia de Quintana Roo, una región aún gobernada por señores feudales; terratenientes, en toda la extensión de la palabra, que mediante alianzas se turnan el poder político. Los Joaquín y los González, en Cozumel; los Borge, los Carrillo y los Villanueva, en la parte continental y en la capital del estado; los Magaña, en Isla Mujeres; los Moguel, en Holbox… Clanes familiares que heredan títulos y puestos, que se casan y alían entre sí, origen y causa de una elite endogámica cuyos frutos son palpables en lo social y en lo económico.

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