Los ojos de la bestia

Manuel Alejandro Escoffié Duarte
La Jornada Maya

19 de febrero, 2016

El viernes 26 de febrero, en el marco de la celebración tanto de los cuarenta años transcurridos desde su estreno original en salas de cine como del 94to. Aniversario de la Universidad Autónoma de Yucatán, se llevará a cabo en el Centro Cultural Universitario de dicha casa de estudios una proyección especial de [i]Taxi Driver[/i] (1976), pieza clave del cine norteamericano de los años setenta; junto con una mesa de discusión alrededor de su incólume pertinencia en aspectos cinematográficos, históricos, culturales y psicológicos.

Organizado por quién escribe, parte de los objetivos detrás del evento incluye plantear implícitamente lo difícil que por momentos resulta intentar asimilar que una película tan vigorosa, fresca e implacable esté a punto de alcanzar medio siglo de existencia. Más aún, es mi esperanza personal que pueda también servir como recordatorio de lo fácil que es olvidar el matiz auto-destructivo de sus orígenes.

[i]“En 1973 estaba pasando por una racha particularmente mala; viviendo casi siempre dentro de mi auto en Los Ángeles.[/i] [i]Manejando de noche, bebiendo en exceso, asistiendo a cines porno (…) Finalmente, acabé en una sala de emergencia por una úlcera. [/i][i]Mientras estaba en el hospital, me di cuenta de que no había hablado con nadie en dos o tres semanas. [/i][i]Entonces me vino a la mente la imagen del taxista moviéndose por la ciudad en su taxi; dentro de su ataúd de metal en medio de mucha gente y a la vez absolutamente solo”.[/i]

Con este pasaje de la biografía [i]Martin Scorsese – A Journey[/i], por Mary Pat Kelly, el escritor Paul Schrader rememora el proceso de parto para crear el guión de [i]Taxi Driver[/i] (1976), a partir del cual el mundo memorizaría los nombres tanto de Scorsese como de un joven Robert DeNiro. Cuando afirmo que para Schrader supuso un parto no es a la ligera. Travis Bickle (DeNiro) y la Nueva York degenerada que lo inspira a convertirse en ángel vengador provienen de sus entrañas. De su fracaso y desolación; su rabia inarticulada, su amargura en cautiverio…de todo lo asqueroso que pasamos la vida transportando en nuestro interior pero que carecemos de los testículos (u ovarios) para reconocer que es parte de nosotros. Mucho menos cuando esa podredumbre define no sólo al individuo lidiando con ella, sino también a la sociedad con quién la comparte.

Hablando sobre la película, se tiende a centrar el foco de atención en DeNiro, en la fotogenia de una puberta Jodie Foster caracterizada como prostituta, en la fotografía de Michael Chapman transformando a la Gran Manzana en el escenario de un filme de horror; o en el angustiante último score compuesto por Bernard Herrmann [i](Psicosis, Ciudadano Kane[/i]) que podría tener una vida propia fuera del filme. Sin embargo, veo lo que hace especial a [i]Taxi Driver[/i] en el crudo sentido de urgencia con que fue concebida. Puedo imaginar a Schrader atacando las teclas con la furia que sus circunstancias le permitían aún conservar; desesperado por no olvidar cada herida psicológica que pudiese serle útil en la búsqueda por traer a la vida algo doloroso pero sincero. Sincero de una forma no apreciada en una actualidad donde se exhorta a neutralizar el veneno interno en lugar de aprender de él.

No me sorprendería que tres de cada cinco menores de veinticinco años en esta ciudad no hayan visto todavía [i]Taxi Driver[/i]. Pero si alguno aprovecha la oportunidad este viernes 26 de febrero, y adquiere conciencia de la introspección que sólo la miseria es capaz de brindarle a un ser humano, sería justo pensar que, en alguna parte del Times Square de 1976, Travis Bickle estará sonriendo.

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