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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

16 de febrero, 2016

La banda del susurrador, también conocida como “de los silenciosos”, entró a robar en días pasados en por lo menos seis viviendas de una privada de Xcumpich. Lo hicieron en la noche, y con absoluto sigilo, al grado que ninguna de sus víctimas se dio cuenta hasta la mañana siguiente, cuando encontraron su casa desvalijada.

Ante la ausencia de información oficial, que prevenga a los habitantes del rumbo a tomar medidas de precaución, la “radio vecino” ya comenzó a dar sus propias versiones de los hechos. Dicen, “que utilizan un gas para que las personas duerman profundamente y no se den cuenta”; una sustancia que deja como troncos a los habitantes de la casa, hombres y mujeres, niños y ancianos; perros y gatos. “Incluso”, terció otra, “en uno de sus robos se llevaron hasta el vehículo”.

Los murmurantes, en el anonimato, se convierten en los heraldos de la ciudad de los misterios, en donde no pasa nada. Runrunes de información ofrecida a cuentagotas, dichas con suspiros que se pronuncian directamente al oído, causando un leve erizamiento en el cuello; un ronroneo de versiones que alienan y confunden.

Dicen que las autoridades ya investigan esta inusual ola de mudos robos. Entre las primeras acciones, trasciende, le están pidiendo a los residentes con cámaras de vigilancia que compartan los vídeos de las noches en las que se realizaron las silenciosas entradas y salidas de los susurrantes. Aseguran, de la misma forma, que policías ya se reunieron con vecinos del fraccionamiento violado, acribillándolos de consejos para blindar sus hogares.

Es decir, intentan tapiar el pozo después de que se ahogó el niño, siguiendo una lógica extraña que apunta más a una segunda incursión del ladrón afónico y sus secuaces —se dicen que son doce, como los apóstoles— al fraccionamiento de Xcumpich que la de continuar su estela de robos por otros sitios.

El sigilo no es sólo la característica de los ladrones, sino de las autoridades que los investigan. No se está hablando de un caso aislado, sino de varios delitos; es decir, de un [i]modus operandi[/i] específico.

Los investigadores tienen ante sí un reto: el primero, y más apremiante, el dar con los responsables y desarticularlos. Y, el segundo, prevenir a los vecinos que puedan ser sus próximas víctimas. Se comprende que las autoridades actúen de manera similar a los ladrones, con el objetivo de no crear una psicosis en Xcumpich y en sus alrededores; sin embargo, y bajo la anterior premisa, se debe alertar de una manera eficaz y honesta a la ciudadanía.

Lo anterior, por qué negarlo, es un [i]screwball[/i], o un tirabuzón para ese sector oscurantista del gobierno que tiende a minimizar los hechos de violencia que se registran en el estado. Con el afán de mantener a toda costa la medalla del “lugar más seguro del país”, hay muchas cosas que se omiten o minimizan.

Un ejemplo fue el zafarrancho que se registró en uno de los territorios comanches de Mérida, San Antonio Xluch III.

Ahí, San Valentín tuvo un matiz sangriento, que se saldó con una persona muerta, tres lesionadas, una de ellas muy grave, que acabó hospitalizada en el Agustín O’Horán, y seis más detenidas. Ellos no susurraban; a diferencia de los criminales que desvalijan casas en el norte, los del sur profundo protagonizaron un violento escándalo que cerró varias calles del sector y movilizó a decenas de efectivos policíacos.

No fue para tanto, se leía, sin embargo, entre líneas, ya que la persona que falleció no fue a causa de los golpes, sino por el alcohol; la adrenalina se le disparó y le causó un fulminante infarto.

Las autoridades —o quien esgrimió esa ingenua puntualización— “hizo un Andrea Legarreta”; así como la conductora sostuvo que el fortalecimiento del dólar no nos afecta porque es algo mundial, la muerte del pandillero no es síntoma de la violencia generalizada, sino de los excesos personales, en este caso a su afición al espíritu de las sustancias. El herido grave, por cierto, fue trasladado al hospital con las tripas de fuera, como jamelgo de torneo de lazo.

En el marco de la presentación de la estrategia de la campaña para combatir el zika, el gobernador Rolando Zapata Bello hizo hincapié en que lo primero que tenían qué hacer las autoridades era “informar, difundir y comunicar”. Con ese mismo tesón se debe encarar cualquier mal que aceche a una comunidad: una sociedad bien informada es mucho más segura, sana y propositiva que otra sumida en la ignorancia. Sólo aquellos que se quedaron anclados en la Edad Media piensan de manera distinta.


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